LAS GOTERAS DE LA PATAGONIA

Operación Éxodo: COVID-19

Nunca imaginamos que tuviéramos que abandonar el viaje de una manera tan abrupta. Veníamos felices rodando por un mundo mágico de ríos y lagos, de rayos de sol y árboles humeantes; de naturaleza viviente. Y de repente, sin pensarlo, ni calcularlo, ni especularlo, estábamos en un avión de regreso a Colombia. Tan pronto retomamos contacto con la civilización, luego de varios días de soledad y aventura por la frontera entre Argentina y Chile, nos enteramos de que el mundo entraba en una crisis de proporciones bíblicas producto del inesperado brote de Coronavirus y entonces la instrucción de regresar a casa se hizo obligatoria. Apenas logramos asomarnos a la Patagonia, sentimos las primeras ráfagas de viento aún tenue, nos ha quedado una tarea pendiente, una espinita que esperamos subsanar pronto y sobre todo una gran motivación para cada instante del presente.

Estamos muy agradecidos con la vida y sus poderes por habernos dado esta bonita oportunidad; la hemos aprovechado, hemos crecido y estamos aún más enamorados de la América del Sur. Las bicicletas y sus jinetes estamos sanos y salvos en casa, gracias a todos los que nos acompañaron en este gran viaje de la vida.

Este es el último relato de la temporada Un Viaje al Fin del Mundo.

Habíamos cruzado nuevamente a la Argentina por del paso fronterizo de Huahum, el cual conecta a Chile con el corredor turístico de los siete lagos en el norte de la Patagonia por medio de una carretera destapada en muy buenas condiciones. En pleno pico de temporada el tráfico vehicular y sus velocidades son considerables. Cuando esto sucede, es muy probable que las ruedas de los carros despidan piedras con gran ímpetu y en dirección aleatoria, haciendo que el camino fuera largo y estresante para nosotros. Por ahí se oían golpes de piedrecillas sobre los 4130s. Cuando coronábamos las ultimas rampas de la primera etapa nos encontramos con un colega cicloviajero en apuros: tensor doblado, cadena atascada y un radio roto, pero dado que en este gremio nos caracterizamos por el espíritu de cooperación, desplegamos nuestro arsenal de herramientas y los Mario y Jose Pacheco se pusieron en el trabajo. Vestido con la camiseta de “La Roja” Gonzalo Bolados se convertiría a la postre en otro gran amigo de la banda. Gonzalo es un tipo calmado y sencillo, odontólogo de profesión, pero surfista de corazón, vive en la región de Antofagasta al norte de Chile donde a través de su fundación Protección Oceánica trabaja y lucha por el cuidado de los mares. Logramos reparar su máquina y dejarle un par de cambios funcionado para poder llegar juntos a San Martín de los Andes. Seguro nos volveremos a ver con el viejo Gonza.

Aunque acumulábamos mucho cansancio en las piernas, pactamos estirar nuestra resistencia 300 kilómetros más para llegar a Bariloche y allí buscar algún hostal “barato” donde pudiéramos descansar un par de días de manera más efectiva.

Esos tres días de asfalto por la Ruta 40 fueron tranquilos. La carretera no presentaba grandes desniveles y los inmensos lagos que rodeábamos nos invitaban a parar y descansar mientras sacábamos fotos con nuestra memoria. En estos paralelos de Sudamérica la cultura de viaje y de vida al aire libre por parte de los locales es muy grande y existen muchas facilidades: lugares de campamento, baños, estacionamientos, tiendas.

Pasamos cuatro días en Bariloche. El tiempo nos mantuvo ocupados, además de descansar y cambiar repuestos de bicicletas, no escatimamos en caracterizar las incontables cervecerías artesanales que se encuentran dispersas por el centro de la ciudad. Tuvimos el placer de conocer a otro de los secos del Bikepacking de larga distancia: Tristan Ridley, un caballero inglés que lleva más de 60 sellos en su pasaporte y 3 años en la carretera y que se ha ocupado por mantener el estilo de aventura y exploración durante su viaje. Tristan había pasado harto tiempo en la Patagonia y nos sugirió rutas y destinos, estuvimos varias horas mirando mapas y degustando la oferta de ales del patio cervecero del Wesley. Nos comprometimos con Tristan a tenerle una ruta categórica para cuando llegue a Colombia, ¡vamos para esa!

Partimos de Bariloche pasado el mediodía, pedaleamos una etapa corta hasta el Lago Mascardi donde acampamos a la orilla de sus aguas. Al día siguiente la ruta regresaba nuevamente sobre el terreno destapado, a través de carreteras poco usadas y de senderos que componen la red de caminos llamada “Huella Andina”. Estos caminos han existido hace mucho tiempo y en 2008 varias instituciones locales empezaron su recuperación y señalización para generar acceso a esta experiencia natural, desafortunadamente el Gobierno retiro su apoyo. El grupo local Cycling Patagonia ha venido trabajando en la habilitación de partes del sendero para ser recorridos en bicicleta y gracias a ellos conseguimos el archivo GPX de la ruta. El trazado es de cinco estrellas, a veces es muy cerrado y la vegetación reclama su lugar, pero con calma y agrado se puede transitar y abrir el camino. Así mismo hay incontables secciones pedaleables por el bosque que nunca vas a olvidar, en especial el descenso hacia el Lago Steffen sobre el cual acuatizamos a sus bondades. Esa noche llegamos al Camping Kaleuche a orillas del Río Manso con algunos panes, frutas y vinos frescos. Mientras la tarde despuntaba en un cielo inmenso de muchos azules, nos dábamos un baño en el Rio Manso, cálido y benefactor, festejando otro gran epilogo de los días del Monteadentro.

PatanorS (4)

Nuestra llegada al Bolsón distó años luz de cómo nos la habíamos imaginado, en especial para Sergio y Jose Pacheco quienes eran los que más querían atracar en esta villa. Ese día el grupo se había dividido y Mario y Sergio rodaban unas horas atrás de los otros tres. El último tramo de la etapa conectaba un resort de ski abandonado con una carretera de tierra, a través de un bosque con caminos estrechos, ramas, raíces y pedazos técnicos. Un tronco sobre el camino dinamitó el equilibrio de Sergio quien cayó al piso y fue herido por una rama traicionera a la altura de la cadera. La sangre y su color teñían con angustia un escenario ya complicado. Sergio empezó a sentir un dolor muy fuerte y el afán por comprimir la herida con trapos y ropas le impedían lidiar con la bicicleta, así que escondieron el equipaje en el bosque para escapar caminando. Mario tomo la avanzada en aras de buscar ayuda, encontró a un trabajador de la zona quien aviso por radio a una finca cercana sobre la novedad. Cuando Sergio y Mario llegaron a la finca, un par de horas después, un enfermero estaba allí para prestar un primer auxilio y a los pocos minutos llego una ambulancia que a la postre llevaría a Sergio al hospital del Bolsón a eso de las 8 de la noche.

Esta situación nos conmovió mucho, nos dolió y nos dio tristeza ver a Sergio en esas. Estando en el Bolsón a finales del verano, después de lo que ha pasado este último tiempo no quieres estar pasando las noches en un cuarto de hospital. Por el lado positivo, despertamos un sentimiento de solidaridad y fuimos llamados a la reflexión por parte del destino, aún benevolente. Por unos 4 o 5 días estuvimos en el Bolsón, visitando a Sergio, llevándole chocolates y panecillos, acompañando con conversa sus monótonas horas de reposo y recuperación.

El Hospital del Bolsón acogió a Sergio con todos los cuidados y afectos posibles. La atención, la alimentación, el cuidado y los cuatro puntos de sutura fueron de primera excelencia y no consto ni un peso. “La salud es gratis en la Argentina gracias a Perón!, que no se te olvide eso ché…” nos recalcó Santiago, una amistad pasajera, cuando le contábamos de nuestra situación en una noche de cervezas en el hostal-bar donde nos habíamos guarecido a un par de cuadras del Hospital. Sergio quedo instalado en un hospedaje cómodo y hogareño, con su equipo ordenado y medicamentos completos. Acordamos que nos encontraríamos más adelante donde el pudiera llegar en bus, y que estaríamos en contacto para ver como evolucionaba su recuperación y así ajustar la estrategia de reencuentro.

Establecimos un nuevo record mundial de la pernicia, al largar la etapa 117 pasadas las cinco de la tarde, con una buena dosis de Quilmes en la guantera para festejar el onomástico de Diego Supelano, faltaba más. Esa noche carpamos cerca del Lago Epuyén y ofrecimos un banquete de hamburguesas. Al otro día partimos en dirección al Parque Los Alerces. Lo más conveniente para nosotros era refugiarnos en el parque por unos 3 o 4 días, con calma, haciendo tiempo mientras Sergio se recuperaba, aprovechando el descanso de los lugares de camping, los lagos, las montañas, los ríos. El Parque Nacional Los Alerces es patrimonio de la humanidad debido a su inmensa riqueza y esplendor natural, y dado que arribamos formalmente fuera de temporada, principios de abril, no tuvimos que hacer ningún pago de ingreso.

A eso del cuarto día continuamos nuestro camino hacia el pueblo de Trevelin, tanta modorra en el parque nos estaba mal acostumbrando. Al llegar a Trevelin paramos en un pequeño restaurante con wifi y encontramos una bonita sorpresa: Hana y Mark estaban a un par de kilómetros del pueblo y nos juntamos nuevamente. Nuestras líneas de deseo coincidían por los próximos cientos de kilómetros. Ambos equipos seguíamos un camino remoto e interesante que ha venido ganando popularidad en el gremio y que consiste en pasar a Chile por el paso de Las Pampas y conectar los poblados de Lago Verde y la Tapera a través de La Ruta de los Troperos. Así las cosas, partimos en compañía hacia el sur.

PatanorS (15)

De a pocos el viento se empezaba a sentir más frio e intenso, parar a comer o a sacar una foto implicaba ponerse algún abrigo y los paisajes se hacían más extensos y solitarios. Pasamos por el Lago Palena o Vinitter, cada país le tiene su nombre, y acampamos en una bonita pradera junto al espejo de agua. Regresamos nuevamente a Chile a través del épico paso de Las Pampas, un control donde no se realizan muchos trámites pues es posible cruzar solamente caminando, a caballo, o en bicicleta, hay varios ríos y la carretera es estrecha y pedregosa. Cruzar la frontera implicó literalmente, abrir un portón de madera y cambiar de feudo.

En Chile llegamos al pequeño pueblo de Lago Verde, allí los trámites migratorios fueron algo más estrictos y los carabineros nos abordaron con un formato en el cual declarábamos no haber sufrido síntomas de fiebre o malestar, pues se temía el brote infeccioso de una tal enfermedad llamada Coronavirus. No prestamos mucha atención pues el día había estado lluvioso y queríamos armar las carpas, cambiarnos de ropa y comer algo caliente. Esa noche acampamos a orillas del Lago Verde entre una atmósfera muy húmeda y pacífica.

Las dos etapas siguientes hasta La Tapera fueron supremas. Este camino ha sido usado desde hace mucho tiempo por indígenas y lugareños para transportar sus animales, y dada la existencia de la Carretera Austral a unos pocos kilómetros al occidente, este trazado no recibe obras de mantenimiento ni atención. Esto supone un lugar solitario, lleno de aventura, humedad y vegetación, las pendientes son exigentes y sobre un terreno difícil. Encontramos varias secciones en descenso sobre tierra húmeda y con curvas en peralte, es imposible describir la energía que se siente al ir bajando a gran velocidad por estos caminos en una bicicleta en la que toda tu vida va empacada en unas maletas.

PatanorS (6)

Un último cruce de rio no separaba de La Tapera. Los planes de Hana y Mark apuntaban a desviarse un poco al norte para visitar el Parque Nacional Pumalín, mientras que nosotros seguiríamos hacia el sur tomando la Carretera Austral, así que ofrecimos una velada de despedida con buenas cantidades de vino y cerveza. Esa noche prendimos una tenue fogata, hablamos de temas más profundos e íntimos de nuestras vidas. En siete mil kilómetros de viaje nos habíamos juntado tres veces para rodar, una bonita amistad entre “El estado del arte” y los “Cinco hermanos colombianos” se había forjado. La relación que desenvolvimos con Hana y Mark significa mucho para nosotros, es una señal muy grande del destino, es una circunstancia que nos da una motivación muy grande para seguir creciendo en esto del ciclismo de aventura.

Si a la mañana siguiente alguien nos hubiera dicho que esa sería nuestra última etapa lo habríamos tildado de loco orate demente. Salimos a la Carretera Austral hasta el pequeño pueblito de Villa Amengual, entramos a un supermercado a comprar algo de comida y la señora que atendía en el mostrador se exalto con nuestra presencia, otros clientes que estaban en el local se alejaron y se taparon la cara. Algo raro sucedía. Al rato conseguimos conexión a internet y mientras comíamos un pequeño emparedado con gaseosa, nos empezábamos a enterar que el mundo se estaba desbaratando y que una enfermedad llamada Coronavirus 19 ponía en jaque mate a toda la humanidad. En las 3 horas que estuvimos pegados a la red comunicándonos con amigos y familiares para comprender mejor la situación, Argentina cerro sus Parques Nacionales y la frontera por la que deberíamos pasar en un par de semanas. Colombia anuncio que sus aeropuertos serían clausurados en 3 días.

De manera acertada Jose Román visualizo que se venía una coyuntura nunca vista por nosotros y que debíamos poner todo nuestro empeño en regresar a casa lo más rápido posible y se hecho al hombro la “operación éxodo”. Siendo las 11 de la noche contratamos una camioneta que nos llevó hasta la ciudad de Coyhaique a dos horas de camino. Nos despedimos de Mark y Hana con un fuerte y melancólico abrazo, 24 horas antes fantaseábamos con llegar al Tierra del Fuego en un par de meses y ahora nos estamos diciendo hasta luego. Al llegar a Coyahique fuimos rechazados en varios hospedajes pues se habían reportado dos casos del virus en la ciudad y el enemigo principal era el turista. A eso de las 3 de la mañana conseguimos acomodo e inmediatamente empezamos el proceso de compra de pasajes aéreos, apenas tuvimos un día para conseguir cajas para las bicicletas y empacar. Para entonces Sergio aún no se había reunido con nosotros de vuelta, venia un poco más al norte a ritmo lento dándole tiempo a su humanidad de cicatrizar su herida. Pudimos comunicarnos y reencontrarnos en Coyhaique, un saludo agridulce pues daba alegría verlo sano y salvo, pero bajo una circunstancia diferente. Todos teníamos una especie de corto circuito en la cabeza, nuestro espíritu no lograba entender lo que estaba pasando.

A la mañana siguiente un microbús nos llevó al aeropuerto Balmaceda donde muchos turistas se enfrentaban a la misma situación que nosotros. En el aeropuerto de Santiago gastamos nuestros últimos pesos en un buen almuerzo con cervezas y cruzábamos los dedos pues veíamos cómo en las pantallas el letrero de “cancelado” aparecía en más y más vuelos. Abordamos el avión de Lan de regreso a Bogotá y en la misma aeronave venia el equipo de ciclismo Inder Medellín quienes días anteriores habían conquistado el Gran Premio de la Patagonia con el escarabajo Jose Tito Hernández. En la comitiva se encontraba Fabio Duarte, campeón vigente de la Vuelta a Colombia y excampeón mundial sub 23, y Oscar Sevilla “el niño”, figura del pedalismo mundial. De manera pueril y tratando de librar el estrés y la frustración de la situación, nos mofábamos diciendo que en ese avión viajaba la crema y nata del ciclismo colombiano.

Casi tres meses después de aterrizar escribimos este último párrafo de las vivencias del proyecto Rodando Los Andes: Un viaje al fin del mundo, el cual voló por 7.319 km a orillas de la Cordillera de los Andes. Al ver la crisis que se desencadeno en todo el planeta no podemos sentirnos más que afortunados de haber conseguido llegar a casa sanos y salvos, pero fue muy duro escapar de esta manera, cuesta trabajo entender que esta es la realidad. Aunque quedó un saldo de 3.000 km y no pudimos hollar los 55 grados de latitud sur donde habíamos establecido nuestro “fin del mundo”, consideramos que cumplimos con los objetivos pactados. Mantuvimos el estilo de la aventura, superamos las dificultades más grandes del camino y dejamos la bandera por lo alto. Crecimos como seres humanos, somos personas diferentes, hemos cumplido un sueño, y atesoraremos esta personal para siempre. Pero sobre todo nos hemos vueltos adictos a los viajes en bicicleta.

Volveremos!

EL CAMINO DEL PEHUÉN

tierra de las araucarias milenarias

El paisaje de este lado de la Cordillera es muy diferente. La humedad del océano pacífico se acumula en las montañas dando lugar a ecosistemas y paisajes con gran riqueza natural; inmensos bosques de pino y araucarias, ríos, cascadas y aves, muchas aves. Estas tierras son poderosas; Los Mapuches detuvieron la expansión de los Incas y no permitieron a los españoles continuar con su colonización hacia el sur. Los caminos de tierra y senderos al borde de la cordillera avistando volcanes nevados, ha sido de las experiencias más vivas y emocionantes de este viaje. Este post incluye GPX de la ruta.

Nuestra estadía en Santiago se extendió más de lo previsto. Por un lado, las bicicletas necesitaban repuestos y mantenimiento y por otro lado estábamos muy cansados y golpeados luego del cruce de la Cordillera. Aprovechamos la comodidad y el internet de banda ancha de la casa de nuestro amigo Daniel Prado para investigar la mejor línea de viaje hacia el sur, la cual nos llevaría a descubrir hermosos tesoros naturales, senderos de cinco estrellas, y amables comunidades por las regiones del Biobío y la Araucanía chilena.

Chile es un país angosto y alargado, esto implica que no existan muchas vías en sentido norte sur adicionales a la Carretera Panamericana; un monstruo de pavimento que acapara el tráfico de vehículos, sobre todo camiones, que viajan a alta velocidad generando riesgo y ruidos estridentes. Un lugar indeseable para nosotros. Partimos de Santiago evitando la Panamericana, haciendo zigzags por carreteras igualmente asfaltadas. La región metropolitana alberga casi 8 millones de personas con una baja densidad urbana, por lo cual durante los primeros dos días no conseguimos cambiar de paisaje y parecía que estábamos atravesando barrios que se repetían una y otra vez. Aunque los días posteriores el paisaje se hizo más natural, no conseguimos salir del pavimento ni estar cerca de las sensaciones de soledad y aventura que ya le habían dado carácter a nuestro viaje. Nuestras investigaciones indicaban que teníamos que llegar hasta la ciudad de Chillán, a 400 kilómetros al sur de Santiago, para encontrar un camino que por fin nos llevaría a montarnos en la Cordillera, así que tuvimos que templar la cabeza y devorar aburridos kilómetros.

En una de las etapas llegamos al municipio de Linares y mientras preparábamos la comida, una pareja de colombianos que venían viajando en su carro-casa llegaron al campamento. Carlos y María Clara son dos empresarios afincados en República Dominicana que han viajado por todo el mundo en su caravan. A la mañana siguiente nos despertaron con pan de yucas, ¡pan de yucas!, fue mágico como con el primer mordisco viajamos miles de kilómetros y nos sentimos cerca de casa, una bonita melancolía. Carlos y María Clara se despidieron con abrazos, expresándonos todo su admiración y orgullo, y nos repitieron cientos de veces que nos cuidáramos mucho, como unos padres que veían en cada uno de nosotros a sus hijos.

A medida que avanzába el camino, navegábamos sobre los mapas digitales buscando las mejores opciones para ubicar los lugares de dormida. Mientras almorzábamos en el municipio de Parral notamos un símbolo de campamento a unos 20 kilómetros de distancia, muy cerca del sombrío y tétrico poblado de Villa Baviera donde habitan oscuros recuerdos de genocidios cometidos por migrantes alemanes a niños y habitantes de la zona, al parecer con la anuencia del gobierno de Pinochet. Pero mi Dios y la Virgen cuidan a sus borrachitos, mientras nos dirigíamos hacia dicho punto sobre el mapa, encontramos un desvío hacia el Camping San Manuel donde las sensaciones dieron un giro de 180 grados. Este lugar a orillas del rio Perquilauquén hace parte de un extenso terreno propiedad del señor Don Pato y su esposa Lore donde todos los años se celebra el festival de rock independiente más grande de Chile: El festival Woodstaco.

Nuestro arribo coincidió con la víspera del festival y nos topamos con una banda de cabros buena onda que trabajaban a toda máquina alistando el espacio para recibir los tres días de concierto. Toto Gimeno, uno de los lideres de Woodstaco, había realizado un viaje en bicicleta de 4 meses por Europa y de inmediato simpatizó con nuestra causa. Nos invitó a pasar por su colonia, donde alrededor de un toldo, una nevera, un fogón de gas y varias carpas dispersas en el lote, llevaban viviendo más de un mes. Toda la gente nos recibió con gran amabilidad y nos colmaron de piscolas, vinos y cervezas, compartimos una memorable noche al lado del fuego oyendo rock y compartiendo historias del camino. A la mañana siguiente acusamos lesión total de la testa y aprovechando la buena energía del lugar nos quedamos una noche más. Encontrarnos con Woodstaco fue una especie de revelación. Este proyecto nació hace doce años, producto del azar y las buenas voluntades cuando un grupo de amigos invitaron a la banda de rock Los Gatos Negros para que tocaran en la ciudad de Curicó. Los Gatos aceptaron y de manera improvisada acomodaron un escenario en la sala de la casa de alias “Enaco”, y la ciudad vivió una inolvidable noche de rock clandestino. Para el año siguiente el público reclamo otra junta musical y con más tiempo y organización, pero con la misma pasión por el rock, celebraron otro concierto. Este auténtico entusiasmo ha venido crecido hasta llegar a su duodécima edición, con más de 6.000 asistentes y 40 agrupaciones en escena. Nos llevamos de Woodstaco un bonito ejemplo de creer en las cosas que despiertan nuestra curiosidad, de meterle trabajo y constancia a esos impulsos de la imaginación y de darle rienda suelta a los sueños.

Con una nueva dosis de energía retomamos nuestro camino en dirección hacia la montaña. Cruzamos por los pueblos de Pinto y Pemuco logrando burlar la Panamericana y evitando bajar a Chillán, hasta que llegamos al municipio de Polcura. Hasta aquí habíamos rodado unos 700 kilómetros sobre terreno asfaltado, ahora la carretera era nuevamente destapada y empinada; nuestro hábitat preferido.

La ruta que en adelante seguiríamos fue desarrollada con mucho trabajo e investigación a cuestas y no teníamos certeza si era posible realizarla en bicicleta. Por un lado, nuestra línea se traslapaba con el “Greater Patagonia Trail”, un sendero cuya reputación sugiere un gran desafío para caminantes y luego de indagar en foros y comunidades virtuales no conseguíamos respuestas alentadoras. Por otro lado, el señor Iohan Gueorguiev, conocido por sus excursiones extremamente rudas y descomunales empujando bicicletas por el monte, nos había dicho que “era posible pero difícil”, aunque no conocía la totalidad de la línea que estábamos planteando. Finalmente habíamos leído en diferentes páginas que muchos ciclistas que se aventuraban por esta zona habían tenido dificultades con las comunidades indígenas Mapuches y Pehuenches que habitan por estos lugares y que habían detenido su paso, o que al menos habían pasado momentos incomodos. Sin embargo, unos días antes de iniciar la ruta hicimos contacto con el señor Skyler des Roches, quien goza de grandes pergaminos en la cultura del ciclismo de aventura; fue el primero en aventurarse por la Ruta de los Seismiles, es un conocedor de los Andes chilenos tanto en excursiones en bicicleta como de montañismo y es uno de los cerebros detrás de la marca de equipamiento Porcelain Rocket. Skyler nos compartió una ruta que había realizado unos años atrás y nos sorprendimos al notar que se traslapaba con nuestra línea en un 90%. Esta situación nos dio bastante confianza y fue grato darnos cuenta de que nuestro sexto sentido bikepackero se iba afinando, pues nuestra arquitectura mental se empezaba a asemejar a la de los duros.

Luego de 17 kilómetros en ascenso coronamos la Laguna del Laja que se esparce por las faldas del imponente Volcán Antuco. Rodeamos la laguna hasta llegar al refugio militar Mariscal Alcázar donde una vez más fuimos bienvenidos. Los soldados nos ofrecieron un buffet de sopaipillas, tortillas trigo infladas, y pebre, aderezo de tomate y cebolla picante. Este ligero platillo es tradicional del país austral y es muy fácil volverse adicto a esta sazón. El volcán Antuco y las Fuerzas Militares comparten una lánguida historia conocida como La Tragedia de Antuco: en mayo del año 2005 tras las órdenes desatinadas de cuatro oficiales del ejército, un regimiento que prestaba el servicio militar fue obligado a marchar por las laderas del volcán durante una nevada donde las temperaturas llegaron a los 30 grados bajo cero causando la muerte por hipotermia a 45 jóvenes.

La carretera que veníamos siguiendo continúa hacia Argentina por el paso fronterizo de Pichachen, pero nuestro derrotero se desviaba hacia el sur por senderos paralelos a la línea divisoria. De inmediato empezamos a encontrar caminos delgados que se colaban por entre el bosque con algunas secciones de “hike a bike”, troncos caídos y deslizamientos de tierra. Luego de un descenso técnico con muchas curvas en herradura arribamos a la comunidad de Trapa Trapa, en el camino Sergio perdió el equilibrio y se rodó por una de las laderas sufriendo varias raspaduras y golpes. La situación ameritaba un día de descanso, pero Sergio no se hizo con ningún padecimiento ni excusa y estuvo firme para tomar partida el día siguiente. La ruta continuaba desenvolviéndose de manera positiva, las secciones pedaleables eran largas y cómodas, poco a poco empezaban a aparecer cruces de rio cada vez más grandes, pero con poca profundidad y sin corrientes temerosas. El 12 de febrero acampamos en un bonito valle rodeado de bosques y montañas y levantamos una fogata para celebrar el cumpleaños número 31 de Mario.

A la mañana siguiente tuvimos que apelar nuevamente a la paciencia y a la calma de otras secciones del viaje, pues en frente de nosotros se levantaba una loma de 3 kilómetros muy angosta con piedras grandes y arbustos espinosos donde tuvimos que empujar las bicicletas durante 4 horas. El esfuerzo fue bien recompensado y una vez en la cima, rodamos por senderos de tierra avistando volcanes nevados y los primeros bosques de Araucarias. Ese día llegamos a la Laguna El Barco, donde casi no cabía una carpa más y tuvimos que tender nuestro campamento en la orilla del lago exponiéndonos un poco al viento, aunque esto no impidió encender fuego y pasar momentos agradables.

monteadentro bikepacking

El camino siguió por carreteras de tierra con muy poco tráfico de vehículos. Llegamos al municipio de Lonquimay donde se celebraba la fiesta del chivo; una muestra gastronómica rodeada de conciertos y carreras de caballos. El camping municipal a orillas de un lago resultaba cómodo para tomarnos un buen descanso. Al día siguiente empezamos a encontrarnos con espesos bosques de Araucarias, arboles pertenecientes al género de las coníferas que son consideradas “fósiles vivientes”, es decir que no han experimentado evolución molecular ni cambios en su forma desde tiempos muy distantes, de ahí que se les acuñe el termino Araucarias Milenarias. Sus semillas, conocidas como piñones, son una fuente de alimento rico en proteínas. En lengua Mapuche los árboles de Araucaria se denominan Pehuén.

A lo largo de este camino empezaban a aparecer con mayor frecuencia banderas Mapuche, acompañados con consignas abogando por la existencia y reconocimiento de su pueblo, escritas en castellano y en su lengua; el Mapudungun. Las etnias indígenas de esa región; los Mapuches, Tehuelches y Pehuenches no pudieron ser derrotados por los Incas durante épocas precolombinas ni ser conquistados por los españoles. De ahí que su fama de tenaces guerreros con recio carácter trasciende fronteras y generaciones. Estos pueblos han sido expugnados de sus tierras y explotados por grandes compañías madereras, y como ha sucedido en los países neoliberales de América, olvidados por sus gobiernos.

En algún momento de la ruta nos encontramos con un cerco sobre la carretera junto a un campamento Mapuche. Uno de los hombres se asomó y nos hizo un gesto para que prosiguiéramos. Nos invitaron a pasar a su refugio, nos brindaron chocolate caliente con galletas y compartimos una agradable charla. Este encuentro, sumado a otros durante los días anteriores, desvanecieron cualquier duda sobre el carácter de estas personas; siempre fueron amables, se dirigieron a nosotros con una sonrisa y fueron gentiles al indicarnos el camino. La gente dice muchas cosas, pero lo único que es cierto es que la decencia no pelea con nadie y mientras tengamos intenciones limpias y respeto, las cosas no tienen por qué salir mal. Esa tarde llegamos a Melipeuco donde fuimos a cenar a un restaurante de categoría especial ya que Sergio celebraba su trigésima cuarta vuelta al sol.

Durante los días siguientes atravesamos parte de los parques nacionales Conguillío y Villa Rica, rodeando gigantes volcanes como el Sollipulli y el Villa Rica a través de senderos solitarios cortados por incontables ríos y bosques de exuberante riqueza natural. Llegamos al poblado de Coñaripe, una de las cabeceras turísticas de la zona, y el Lago Calafquen nos recordó a las playas de Santa Marta o Cartagena durante la temporada alta. En una última jornada de 60 kilómetros llegamos al Lago Pirihueico donde abordamos un ferry que nos conduciría nuevamente a la Argentina. Nunca pensamos que la sensación de atravesar este lago a bordo del planchón fuera tan emocionante; sentir el viento frio en la cara y contemplar un paisaje tan hermoso mientras el sol despuntaba detrás de las montañas pone a volar la imaginación y sosiega el espíritu.

Mientras compartíamos unos vinos, camuflados en las botellas de acero inoxidable Klean Kanteen, sobre la cubierta del ferry, nos dábamos cuenta de que una vez más nos habíamos salido con la nuestra. Teníamos muchas expectativas de esta parte de la cordillera; los volcanes, las araucarias, los pueblos mapuches… y las habíamos satisfecho con creces. Nunca en la vida nos habíamos sentido tan inmersos en la naturaleza. En el camino nos encontramos con muchas personas amables que nos ayudaron y dejamos bonitas amistades que esperamos visitar en el futuro. Gracias Chile, un pedazo de nuestro corazón se ha quedado en esta tierra.

bikepacking entry 2
el camino del pehuen relato foto
bikepacking entry 1

Mapa y GPX

EL CRUCE DE LOS ANDES

la ruta del capitán lemos

Cuenta la historia que en 1.817 durante las guerras de independencia sudamericanas el General José de San Martín ordenó al Capitán José León Lemos que remontara la cordillera con 155 hombres a través de las abras de Portillo y Piuquenes para diezmar las fuerzas realistas que se apostaban en el Cajón del Maipó y distraer a los españoles, mientras que el frente principal con tres mil hombres a la vanguardia cruzaba por el paso de Los Patos unos kilómetros más al norte. Así mismo, cuenta la historia que en 1.823 luego de haber conseguido liberar a Chile y al Perú junto a Bolívar, San Martín regresó victorioso a la Argentina por el paso del Portillo donde al llegar se apostó a descansar bajo la sombra de un manzano.

Habíamos llegado a Mendoza luego de siete etapas a las que denominamos de “transición”. Desde Guandacol los caminos destapados se habían perdido y en cambio una línea directa y asfaltada, pero paralela a la concurrida Ruta 40, se dibujaba como una opción aceptable entre rapidez y algo de soledad. El calor inclemente castigó nuestras humanidades y el afán de perseguir los vientos frescos del sur nos empujaron a tacar etapas largas; de noventa y cien kilómetros en promedio. Jachal, Rodeo, Calingasta, Barreal, Uspallata son poblados concurridos durante las vacaciones de los argentinos y disponen de campamentos municipales y de infraestructura para el viajero, lo cual nos permitió avanzar con agilidad, comodidad y algo de economía. En una de las etapas visitamos el parque El Leoncito donde habíamos pactado un encuentro con Alejandro Miranda, uno de los amigos que habíamos hecho meses atrás en San Antonio de los Cobres. Alejo fue guía de montaña en el macizo del Aconcagua por 10 años y trabaja con compañías de exploración a lo largo de la cordillera, por lo cual teníamos muchos temas en común y nuestras conversaciones eran gratas y de mutuo interés. Esa noche Alejandro se despachó en un auténtico asado gaucho y nos dejó claro porque los argentinos tienen esa gran fama de parrilleros y de buenos anfitriones ante el fogón. Mendoza nos sorprendió, nos gustó mucho; es una ciudad tranquila con calles y andenes amplios que se sienten cómodos bajo la sombra de árboles gigantes que mantienen fresca a la capital vinícola de América.

Nuestro derrotero de viaje implicaba cruzar la Cordillera en algún momento, pero dentro de nuestro estilo, cada vez más consolidado de ciclistas de aventura, este hito debía ser significativo. Queríamos remontar la espina dorsal de América a través de un paso con historia, con mérito, queríamos algo especial. Habíamos visto en las crónicas de otros viajeros, como Iohan Gueorguiev, Nación Salvaje y otros ciclistas locales que era posible cruzar por el Portillo, pero fue realmente por la sugerencia convincente de Nathan North que decidimos ir.

Salimos de Mendoza con el retraso habitual de cuando se retoma la carretera luego del descanso. Cuesta un poco más salirse de las cobijas. Por las goteras de la ciudad se establecen inmensos viñedos, muchos de ellos con una gran historia a cuestas y cuya reputación es grande dentro del reino de Baco. No pasa todos los días y entonces nos dimos la oportunidad de degustar amplias variedades y cantidades de vino tinto. Así las cosas, llegamos al poblado del Manzano Histórico un día fuera del cronograma, encontramos alojo fácilmente en el camping municipal, el cual servía como residencia casi permanente de comerciantes y trabajadores que están allí durante el verano y por lo tanto el guateque se extendió toda la noche y no conseguimos descansar con plenitud.

Desde el Manzano, a 1.800 metros de altura, el cruce de la Cordillera se podría visualizar como un trapecio; remontar hasta el Abra de Portillo a los 4.200 metros, atravesar los valles y mesetas de Los Andes hasta el Abra de Piuquenes a 4.000 metros, y de ahí bajar nuevamente hasta el majestuoso Cajón del Maipo en territorio chileno. Salimos del Manzano muy temprano, pues además del montañón que teníamos en frente, era necesario hacer diligencias migratorias del lado argentino y dado que llevábamos unas tres semanas por debajo de la cota de los dos mil metros teníamos que coger las cosas con calma pues no sabíamos cómo iba a responder el cuerpo con la altura. La pedaleada fue muy agradable, todos encontramos un buen ritmo sobre las bielas, y el trazado de la carretera exageraba con curvas y contra curvas en herradura que amainaban la pendiente de manera considerable. Luego de rodar 35 kilómetros por una carretera en buen estado, los últimos 800 metros antes de coronar el Abra se convertían en un camino rocoso y angosto con pendiente de más del 20%, empujar las bicicletas en estas condiciones es lento y doloroso. Pero esto solo era un ligero abrebocas de lo que la montaña tenía al otro lado de la arista.

Coronamos el alto y nos asomamos sobre la otra vertiente de la cordillera donde divisamos un mar de rocas sin ningún camino aparente. Nos quedamos en silencio, confundidos, mientras que a lo lejos se oía el crujir de las masas glaciares desprendiéndose y retirándose. Un cóndor voló en el cielo azul, tomamos esto como una señal de buena premonición y como un gesto de bienvenida, así que nos fuimos a mansalva dando tumbos por entre la morrena. En este tramo las bicicletas sufrieron mucho, se golpearon por todos lados, así como nuestras espinillas que recibieron incontables golpes de pedal causados por las piedras que devolvían las bielas con violencia. Empezamos a encontrar huesos muy grandes y esqueletos de caballos, luego supimos que cuando un mular tiene alguna dificultad y no puede continuar el camino los arrieros optan por sacrificarlo, pues pretender un rescate en este lugar no es sensato ni rentable. Cuando el sol estaba por caer, llegamos a un vallecito donde un grupo de caminantes había levantado campamento, los imitamos y montamos allí la colonia colombiana. Esa noche nos fuimos a dormir con un sinsabor, estábamos orgullosos de haber escalado ese puertazo de 2.600 metros de desnivel con tal solvencia y la memoria de nuestro cuerpo parecía tolerar muy bien la altura, pero desde el paso del Portillo hasta el campamento no habíamos conseguido rodar ni el 10% del camino. Si esto se iba a mantener, debíamos prepararnos para tres días más de empujar las bicicletas por un pedregal.

Una de las dificultades principales de esta ruta radica en cruzar el Río Tunuyán. Por supuesto existen mil historias de caminantes que han caído en sus aguas pasando angustias y dentro del gremio, la anécdota de un ciclista español al que el río se le tragó la bicicleta y el equipaje y llegó dando tumbos al refugio con visos de hipotermia y despojado de toda pertenencia. Así las cosas, nos levantamos temprano, pues a medida que avanza el día, el sol derrite la nieve y el cauce del río se hace más grande. En el camino al Río Tunuyán se encuentra el Refugio Militar Real de La Cruz donde llegamos luego de un par de horas de haber iniciado el camino. Fuimos recibidos por el capitán Aldo Tula quien se ensaño con nosotros para atendernos y brindarnos comodidades. En ese mismo momento, un grupo de exmilitares y familiares organizados como un club de senderistas celebraban por vigesimosegunda ocasión el cruce sanmartiniano del Capitán Lemos, así que en el refugio pululaban las provisiones y facilidades logísticas, por lo cual decidimos quedarnos el resto del día y dormir ahí con la idea de partir temprano a la mañana siguiente. Al final del día cuando todos los caminantes habían regresado al refugio, la cocina se puso a trabajar a toda máquina y varios soldados y arrieros se apostaron en las afueras del refugio a tomar vino y a cantar milongas gauchas. Nuestra presencia no pasaba inadvertida, ya que las bicicletas con ruedas anchas y cargadas de bártulos llamaban la curiosidad de los presentes, así entre conversa, guitarra, trova, y vino compartimos una agradable noche con nuevos amigos.

La corriente del Río Tunuyan es cosa seria y tuvimos que valernos de la ayuda del ejército para cruzar a lomo de mula, a cambio de una generosa propina por supuesto. Al otro lado del río encontramos caminos más amables por los que pudimos pedalear varios metros hasta encontrarnos con otro río sobre el cual no habíamos sido advertidos y que no aparecía en los mapas. La fuerza del río no era nada despreciable; el agua bajaba muy fría y superaba la margen de nuestras rodillas. Resolvimos cruzar cada bicicleta entre tres o cuatro de nosotros, maniobra que encontramos bastante eficiente y segura y a la cual denominamos “¡que viva Pasto carajo!”. Por fortuna el clima estuvo soleado y conseguimos secar las botas y ropas durante el día. Atravesar la meseta entre las Abras de Portillo y Piuquenes resultó placentero pues las secciones pedaleables eran largas e interesantes. Fue muy emocionante estar montados en pleno espolón de Los Andes, rodando por caminitos angostos, envueltos entre paisajes solemnes e imaginar al Capitán Lemos y a su tropilla de 155 soldados marchando por estas tierras en busca de nuestra libertad. Ese día rendimos bien y logramos empezar el ascenso hacia el Abra de Piuquenes, tendimos campamento en una terraza habitada por inmensas liebres silvestres y con un arroyo de agua fresca a pocos metros.

Para la última jornada se avistaban 800 metros de desnivel en los que había que empujar la bicicleta todo el tiempo. Por esta razón nos levantamos muy temprano y, sin indulgencias para con nosotros, le dimos duro. Remontar el abra de Piquenes fue una tarea ardua pero bien recompensada, pues la sensación de estar trepados en la cordillera era magnífica, pudimos avistar inmensas montañas nevadas, una tras otra, grandes ventisqueros y valles que se proyectaban hasta el infinito. Arriba en el Abra, almorzamos y sintonizamos nuestra radio con música colombiana, pues habíamos venido invocando a nuestros ancestros criollos para que nos concedieran concentración, frialdad absoluta, y control total del miedo para este paso de cordillera.

Este paso de frontera, uno de los 42 que existe entre Chile y Argentina, es tan remoto que no existen puestos de control migratorio del estado chileno, solamente una pequeña torre de acero con una placa con el nombre de los dos países. Se supone que nadie pasa por acá, solamente caminantes y aventureros que están lejos de acometer alguna fechoría. Al otro lado del paso, ya en territorio chileno, el camino aguardaba un regalo como pocos en la vida; un espectacular descenso de 3 kilómetros al 20% sobre un terreno arenoso que brindaba seguridad y diversión. Nos tiramos de frente destilando adrenalina y emoción, llevando nuestra pericia y el poder de los frenos hidráulicos al máximo. Luego de este tobogán de arena, el camino continuaba en descenso, pero sobre una superficie más dura y menos inclinada, con varias montañitas pequeñas que se superaban con el impulso, una auténtica sección de “free ride”. 

Al final, solo quedaba un último cruce de río para reclamar nuestro premio; un baño en las termales del Plomo y destapar la botella de Malbec “Portillo” que el capitán Tula nos había regalado. Llegamos al cruce del río al tiempo que los caminantes que nos habíamos encontrado la primera noche. Ellos intentaron cruzar primero y la falta de experiencia de los guías se vio reflejada en la caída de una de las caminantes que de inmediato empezó a ser arrastrada por la corriente, por fortuna el grupo era grande y pudieron ayudarla con rapidez. Nosotros, por supuesto, hicimos gala de nuestra técnica de cruzar ríos, y cuando tocamos la orilla con la última bicicleta, gritamos, levantamos las manos, y celebramos, sin ponernos de acuerdo o haberlo premeditado. Este gesto reflejó mucho de lo que fue el Cruce de Los Andes para nosotros, pues a pesar de haber sido duro y difícil, habíamos ganado experiencia en los meses anteriores y esto nos permitió sentir confianza en nuestros movimientos. Fueron cuatro días de mucho compromiso y esfuerzo, pero también de diversión y de buenas sensaciones. Tras el paso del portillo, inscribimos con letras doradas en nuestra hoja de servicios uno de los seis cruces sanmartinianos del ejército libertador, lo cual nos confiere un honor muy grande dentro de nuestro espíritu e ideal suramericano. Para Mario y Jose Pacheco, este fue el segundo cruce libertador luego de haber cruzado años atrás por el Páramo de Pisba en Colombia.

Después de un merecido chapuzón y del brindis de la victoria, nos quedaba un camino largo hasta Santiago donde deberíamos realizar el trámite migratorio de ingreso a Chile. Por lo pronto estábamos de ilegales. Retomamos el pedaleo sobre una carretera destapada que discurría por uno de los valles más grandes de la tierra: El Cajón del Maipó. Desde esta perspectiva Los Andes lucen como grandes paredes verticales de roca gris y café, con cimas puntudas como si fueran los dientes de un tiburón. A los pocos minutos rodeamos el Embalse del Yeso, reservorio principal de agua potable para la zona metropolitana de Santiago, con vistas impresionantes de la cordillera reflejándose en el espejo de agua.

No logramos llegar a Santiago, nos detuvimos en el caserío de San Gabriel y conseguimos que en un camping nos recibieran pesos argentinos a una tasa de cambio justa. Al día siguiente nos reportamos en la estación de Carabineros de San Gabriel, pues los soldados argentinos nos habían sugerido que tan pronto viéramos una autoridad militar les notificáramos sobre nuestra presencia en el país. Los carabineros no son la autoridad migratoria de chile, es la Policía de Investigaciones (PDI), sin embargo, los carabineros nos ayudaron y se pusieron en contacto con la PDI; enviaron copia de nuestros pasaportes y recibimos a cambio un correo electrónico donde nos autorizaban transitar por el país con el compromiso de llegar a Santiago para hacer el trámite de ingreso a la mayor brevedad posible. Con ese documento en mano continuamos nuestro camino.

Llegamos a Santiago a eso de las cuatro de la tarde y hacía mucho calor. En las calles se podía sentir el espíritu de protesta y revolución que ha marcado la historia reciente de la ciudad, en especial en la zona central. Paredes con grafitis en contra de las autoridades, comercios dotados de puertas plegables de acero, vallas de contención de la policía, andenes y materas desmoronados, y una gran cantidad de personas viviendo en la calle en carpas y colchones. Luego de realizar el trámite en la PDI llegamos a la casa de nuestro amigo Daniel Prado Villar quien nos acogió en su apartamento por cinco días con una bacanería impresionante. En Santiago pudimos realizar muchas tareas que en Mendoza no fueron posibles, como conseguir llantas y pastillas de freno de repuesto y llevar los bujes de las ruedas a un mantenimiento, pues estaban muy afectadas por los cinco mil kilómetros que llevaban encima. En la casa de Dani nos acomodamos y descansamos luego de la paliza que el cruce de la cordillera nos había propinado, era necesario recuperar las fuerzas y alistar las bicicletas para continuar nuestro viaje hacia el sur del continente.

LOS SEISMILES SUR

"la otra mitad de la gloria"

Después de vivir 15 días en la Puna de Atacama y de haber salidos ilesos y motivados, otro itinerario con similares prestaciones se dibuja a en nuestra línea de deseo: La Ruta de los Seismiles Sur. Aunque sabíamos que la dificultad y extensión eran menores que la sección del norte, en estas alturas y terrenos nunca se puede bajar la guardia ni abusar de la confianza y mucho menos subestimar a la montaña. Una vez más la buena suerte se vino con nosotros y conseguimos solucionar el tramo de manera ágil y divertida durante las vacaciones de navidad.

Antes de salir de Fiambalá pasamos por el Hostal Don Pedro para despedirnos de Hana, Mark y Félix quienes aguardaban la llegada de unos repuestos y por lo tanto saldrían unos días después. Eso sí, acordamos juntarnos en Guandacol y celebrar el año nuevo con un poderoso asado; la buena fama de Diego como parrillero era sin duda un motivo para atender al reencuentro. Para los tres primeros días de pedaleo el menú solo disponía de una elección: escalada contundente, pues debíamos remontar desde los 1.500 hasta los 4.000 metros. La primera etapa fue quizás la más incomoda y desesperante del viaje; un puerto de 65 kilómetros bajo un sol picante que se reflejaba en el asfalto y adicionalmente cada uno de nosotros venía escoltado por una nube de zancudos que derrotaron nuestro buen humor. Esta carretera viaja en dirección al paso fronterizo de Aguas Negras y está dotada con refugios de emergencia, pues en el invierno las condiciones pueden ser serias y es común que los viajeros se queden atrapados en el camino. Ese día llegamos al refugio de Gallina Muerta el cual estaba muy sucio y con el agua turbia, apenas para concluir un día de malas sensaciones.

Al día siguiente volvimos al camino destapado luego de 30 kilómetros de pavimento, pasado el mediodía buscamos donde tender el campamento. Todos estábamos muy cansados, desmotivados, dormidos, con malos ánimos. Al parecer no recuperamos lo suficiente en Fiambalá, las piernas se sentían pesadas y en 90 días de viaje no habíamos tenido que lidiar con el sofocante calor ni con esas hordas de mosquitos asesinos. Ese día fue navidad y de manera muy especial tuvimos derecho a dos cucharadas adicionales de pasta y de puré de papas. Un poco después del atardecer apareció un rebaño de vacunos a quienes no les gustó que nos hubiéramos acomodado en su pastizal. Un toro de gran tonelaje y pitones prominentes relinchó con furia durante un buen rato no muy lejos del campamento, nosotros muy versados en la tauromaquia, solo podíamos quedarnos quietos y esperar que el barcino no confundiera las carpas con una muleta o un capote.

SeisSur8

El 25 de diciembre es un día festivo y lo celebramos como tal. Amparados en el estado de excepción de desgano y modorra que gobernaba al combinado nacional, firmamos una etapa de apenas 25 kilómetros y volvíamos a encontrarnos con la cota de los 4.000 metros donde ya no podían llegar los mosquitos. En otro refugio nos acomodamos e improvisamos una mesa de centro, y dada la abundancia de tiempo libre, nos sentamos a tomar café y a hablar de cosas no muy profundas de la vida.

En este paisaje existen varios monumentos naturales como el Volcán Pisis, el cerro Corona del Inca, y lagunas cundidas de flamencos. Así mismo, el subsuelo es explotado por compañías mineras y por lo tanto es común que algunos vehículos transiten por la zona. Sobre el cuarto día de pedal, una camioneta Renault Duster se detuvo y un porteño muy peculiar se bajó del carro aplaudiéndonos y vitoreándonos. Raúl Chavarro “El Chava” y “La Pato” son una pareja tal para cual que están enamorados de La Cordillera y modificaron el interior de la camioneta para viajar y vivir ahí dentro. Nos ofrecieron fruta, nos sacamos un par de fotos y antes de montarse nuevamente al carro “el Chava” nos propinó un fuerte abrazo y un beso en la mejilla a cada uno de nosotros y gritó un profundo y sentido “que viva Colombia!”. Un poco más adelante llegamos a un mirador donde en nuestro campo visual cabían a la vez lagunas verdes y azules, vegas, salares, pájaros, vicuñas y flamencos, por un rato estuvimos extasiándonos con tal expresión de la naturaleza, sintiendo como regresaba el poder a nuestras voluntades. El buen ánimo empezaba a retornar a las filas, el cuerpo volvía a entrar en ritmo de trabajo y nos sentíamos más cómodos en el aire frío.

Después del quinto día la carretera ya no era apta para vehículos y pilotos convencionales, así que no volvimos a ver automotores, esto nos devolvía la sensación de aventura y soledad. La buena aclimatación y el esfuerzo de ir ligeros daba sus réditos y pudimos avanzar con agilidad. El clima estuvo nublado la mayoría del tiempo y fue grandioso descansar del sol y de la radiación, así mismo el camino era pedaleable y no tuvimos que empujar las bicicletas ni un solo metro. Nuestra actitud era menos amateur, ya teníamos algunos galones para asumir esta ruta con diligencia.

Esta ruta pasa muy cerca de la frontera con Chile y termina interceptando el control migratorio de Pircas Negras, lugar al que arribamos al final de la séptima jornada. Fuimos bienvenidos en el complejo fronterizo donde nos ofrecieron camarotes para pasar la noche, pero antes teníamos que pasar por una requisa. Somos tan pocos los que cruzamos por Pircas Negras que el aburrimiento de los funcionarios era evidente, al punto que practicaron una prueba de narcóticos sobre la harina del puré de papas, pero no pudieron dar con el resultado ya que nunca habían utilizado el kit y no sabían cómo funcionaba.

Al día siguiente remontamos un puerto de 8 kilómetros de asfalto a muy buen ritmo, la noche bajo techo nos permitió un buen descanso. Pasado el mediodía recargamos agua en un minúsculo arroyo y al momento de retomar el camino, los GPS y celulares se quedaron pasmados e inmóviles durante varios minutos por lo cual tuvimos que progresar a campo traviesa hasta que salimos de ese “triángulo de las Bermudas”. Armamos campamento junto a unas rocas y al llegar la noche el cielo se despachó con una tormenta de relámpagos como nunca antes habíamos visto, nos escondimos debajo de una roca y era imposible apoyarnos mutuamente porque estábamos muy asustados. Diego fue el único estoico ante la situación y los insultos de Thor no consiguieron sacarle de su carpa.

Sobre el papel la última etapa era un paseo; remontar un paso de 4.200 metros y luego soltarse en pleno y puro descenso hasta Guandacol, teníamos referencias de grupetas que lo habían realizado sin mayores inconvenientes y en pleno gozo. Sin embargo, en el camino empezaron a aparecer barrizales muy espesos que incluso sacaban la cadena de los platos y que lastimaban la transmisión de las bicicletas. Jose Pacheco intentando meterle potencia al pedaleo para salir esas trampas, dobló la uña del tensor y en atención a esa señal del destino concluimos la etapa y tomamos la situación con calma. Esa noche fue la de año nuevo, por fortuna habíamos logrado perder suficiente altura para que el frío no fuera un problema y pudimos estar hasta pasada la medianoche compartiendo una fogata y un cuarto de whisky nacional con el que brindamos por la vida y por ese momento tan especial.

SeisSur4

El cambio de año no supuso ninguna alteración en las condiciones del camino. Desde el campamento habíamos visto rayos y nubes espesas que se alzaban a lo lejos y que se tradujeron en lluvias sobre la parte alta de la cordillera aumentando el caudal de lodo por la carretera. Con los aprendizajes del día anterior, tomamos todos los pasos riesgosos con suma calma e incluso levantando las bicicletas para no exponerlas a averías. Luego de diez días de pedal y con una última jornada larga de mucho calor llegamos a Guandacol el primero de enero de 2020; habíamos matado el tigre. Atrás quedaron 1.310 kilómetros de altura extrema, radiación solar, frío y soledad, fue un alivio salir de la Puna, pues los riesgos de andar por estos caminos son muy altos. Así mismo la exigencia física y mental del circo de los Seismiles fue muy grande y aunque lo disfrutamos y lo atesoraremos dentro de nuestros recuerdos más especiales, sentíamos la necesidad de descansar y de cerrar ese capítulo. Dicho esto, y envueltos en un júbilo sin precedentes, nos instalamos en el andén frente a una tiendita, juntamos huacales de fruta para que sirvieran como asientos, sintonizamos al Joe y al maestro Varela en el altoparlante y bebimos cerveza y vino hasta perder la cuenta. No era para menos.

En Guandacol nos sentimos a gusto, es un poblado pequeño pero muy acogedor y con vecinos muy amables. Adquirimos sofisticadas pantalonetas de piscina y chanclas de plástico para acomodarnos al verano argentino. Al principio nos acomodamos en una amplia zona de camping donde pudimos lavar las bicicletas y ropas sin causar mayores incomodidades, así como ahorrarnos unos pesos. Sin embargo, el sol de la mañana impactaba a primera hora en nuestras carpas transformándolas en un invernadero donde era imposible dormir y nos obligaba a guarecernos debajo de los árboles, aún con horas de sueño pendientes. Una vez jinetes, caballos, y aperos limpios buscamos asilo en el cómodo hospedaje de Las Jarillas donde teníamos la misión explícita de descansar. Ricardo y Marisa, los dueños del hostal, nos recibieron con suma amabilidad y cariño, nos dieron un tour por su viñedo y nos ilustraron sobre la cultura del vino. Aguardamos por tres días descansando y disfrutando de la piscina hasta que nuestros amigos Hana, Mark y Félix llegaron y tal como lo habíamos pactado, Diego se volvió a fajar sobre las brasas y compartimos una última cena con estos personajes de los cuales aprendimos tanto y con quienes forjamos una bonita amistad.

SeisSur10

Fue difícil zarpar de Guandacol pues estábamos muy cómodos y bien atendidos en la casa de Ricardo y Marisa, además del bajo costo que pagábamos por el hospedaje, más si consideramos la calidad de las instalaciones y de los servicios. Así mismo el sol ardiente de La Rioja no incitaba a tomar la decisión de ensillar las bicicletas. Finalmente partimos hacia el sur encarando largas jornadas de asfalto y altas temperaturas con la mentalidad de devorar kilómetros hasta nuestra siguiente meta volante: la plácida y bella ciudad de Mendoza.

Desde MonteAdentro agradecemos de manera profunda y especial a la señorita Natalia Ramos quien, a través de un pago electrónico, nos invitó a una cena para celebrar el culmen del circuito de los Seismiles. Gracias Nata, salud!

SeisSur7

LOS SEISMILES NORTE

la soledad en bicicleta

“Aquí la tierra es dura y estéril; el cielo está más cerca que en ninguna otra parte y es azul y vacío. No llueve, pero cuando el cielo ruge, su voz es aterradora, implacable, colérica. Sobre esta tierra, en donde es penoso respirar, la gente depende de muchos dioses. Ya no hay aquí hombres extraordinarios y seguramente nunca los habrá jamás. Ahora uno se parece a otro como dos hojas de un mismo árbol y el paisaje es igual al hombre, todo se confunde y va muriendo”

Fuego en Casabindo, Héctor Tizón.

La Puna de Atacama es el remanso más solitario, árido y remoto de la Cordillera de Los Andes. Es un lugar salvaje donde la inmensidad de las montañas, separadas entre sí por desiertos de arena y de sal, se mecen con fuertes ventarrones bajo un cielo azul diáfano formando un paisaje profundo, ocre, interminable y a veces angustiante. La Ruta de los Seismiles es el sueño, y a la vez la pesadilla, de todo ciclista de aventura. Es un itinerario que demanda todo el poder del cuerpo y toda la madurez de la cabeza. La planificación de cada gramo de equipaje y provisiones debe ser meticulosa y la autonomía en las destrezas debe ser contundente. En esta tundra altiplánica el agua aparece cada tercer día y es necesario recargar del orden de 15 litros, siendo preciso respetar religiosamente las porciones y jornadas previamente pactadas. La recompensa de superar la Ruta de los Seismiles es difícil de explicar, pero tiene que ver con experimentar sentimientos de regocijo espiritual al peregrinar por los volcanes más altos de la tierra y establecer nuevos paradigmas frente a nuestras capacidades y umbrales de aguante.

La Ruta de los Seismiles, llamada así porque discurre por un laberinto entre incontables picos de montaña y volcanes de más de seis mil metros de altura, había motivado la visión y la infraestructura de este viaje. Absolutamente todos los días habíamos mencionado su nombre, sobre todo para quebrantar alguna indulgencia pasajera y no perdonarnos flaquezas efímeras. La mayoría del equipo fue adquirido para esta sección del camino. En especial las bicicletas diseñadas para calzar ruedas de 3 pulgadas que tienen mejores prestaciones sobre la arena y un ajuar de bolsas secas y botellas amarradas con correas a las parrillas a cuadros de las bicicletas.

Si bien la ruta empieza en San Pedro de Atacama, Chile, nuestro camino nos había puesto en la vertiente oriental de la Cordillera, al otro lado de Los Andes, en San Antonio de Los Cobres (Argentina). Desde allí pudimos trazar una línea que empataba la ruta en La Mina La Casualidad, la cual se encuentra sobre el 40% del trazado original, a 5 días de camino. En Los Cobres tomamos la decisión de bajar a la ciudad de Salta para buscar algunos repuestos, comida de cocción rápida y realizar diligencias de escritorio. Nos tomamos una semana para descansar el cuerpo, hacer mantenimiento a las bicicletas y planificar el asalto. Alistamos un menú de 2.500 calorías diarias basados principalmente en pasta, avena, puré de papas, dulce de leche y polenta. Adicionalmente cada Rodador llevaba frutos secos, galletas y chocolates para comer durante el día. Partimos de Los Cobres cargados con comida para 15 días; 10 para la ruta propiamente y 5 para la aproximación hasta La Casualidad, pues para los primeros días sólo se divisaba la municipalidad de Tolar Grande donde no teníamos expectativas de encontrar muchos recursos.

El prólogo remontando la precordillera hacia Tolar fue duro. Los pasos de montaña alcanzaban más de 4.500 metros de altura y la pendiente del camino era fuerte. Como nunca habíamos manejado las bicicletas con tanta carga, no podíamos exigirnos prisa en los descensos y todas las maniobras debíamos realizarlas con sumo cuidado. Fueron 4 días de pedal con muy buenas sensaciones. Luego de visitar el Salar de Pocitos y el Desierto del Diablo llegamos a Tolar Grande, un punto de referencia en la puna argentina. Nos sorprendimos al ver una comunidad muy bien cuidada y erigida, posiblemente a causa del nuevo auge minero de la región, que en este caso viene acompañado con una oferta de servicios y recursos. Las referencias que teníamos eran menos prometedoras. Arribamos en plena celebración de la fiesta de la Virgen del Valle y la maestra Teresita, que nos arropo como si fuéramos sus hijos, nos abrió un lugar en un salón de la escuela donde nos acomodamos por una noche. Al día siguiente no teníamos permitido continuar el camino sin participar del almuerzo comunitario en honor a la Virgen, así que a “regañadientes” nos comimos un suculento asado y dos botellas de vino tinto. Pasado el mediodía ensillamos las bicicletas, completamente saciados de comida y bebida, con la misión de cruzar el Salar de Arizaro, el más grande de Argentina. La naturaleza castigaba nuestra modorra con fuertes vientos de frente que hacían imposible pedalear por momentos. La tarde estuvo muy fría y el cielo pintado de tonos magenta, escenario muy especial que fungía como telonero antes de treparnos al escenario principal.

SesimilesNS (6)

Arribamos en la en la Mina de la Casualidad luego de una subida de unos 40 kilómetros, aunque el trecho no representaba gran dificultad nuestras pulsaciones estaban por los cielos producto de la emoción y la ansiedad de adentrarnos la mítica Puna de Atacama. La Mina de a La Casualidad, que por los años de 1.950 fuera la principal productora de azufre en América del Sur y que llegó a tener tres mil habitantes, fue abandonada en 1.977 y desde entonces saqueada hasta nuestros días. Hoy quedan en pie los cimientos de las construcciones desprovistas de puertas, ventanas, techos, tuberías y cualquier material que tenga algún valor así sea en el mercado de la chatarra. En las paredes rezan grafitis con consignas que claman por el recuerdo del pueblo minero que alguna vez existió, los cuales cobran mayor fuerza cuando se respira el olor tenue a azufre que arrulla a La Casualidad. La iglesia es quizás el predio más respetado y sirve como refugio para los ciclistas que se aventuran por estas tierras. La imagen del altar con la Virgen del Valle, un Cristo dibujado con carboncillo, y la bandera albiceleste colgada, está en la memoria de todos los viajeros, pues La Casualidad es un punto de referencia muy importante dentro de navegación de la ruta. A manera de amuleto de la buena suerte y de ofrenda ante los poderes del más allá, entramos en el templo, cada uno oro en su silencio y bajo sus convicciones, Diego se arrancó de su escapulario una imagen de la Virgen del Carmen, patrona de los volantistas, y la ofreció junto a las demás imágenes de santidades latinoamericanas que reposan en el altar.

Una rampa de arena que despide a La Casualidad y que lleva a un alto collado nos daba la bienvenida a la ruta de los Seismiles. Desde allí divisamos el horizonte más infinito que hubiéramos visto, una montaña gris, otra roja, otra amarilla, con salares y desiertos de por medio, y una liniecita tenue que dictaba nuestro rumbo hacia la soledad. Algunos soltamos lágrimas a causa de la emoción y los sentimientos encarnados, pues habíamos soñado por mucho tiempo con este momento y ante tantas vicisitudes y vueltas que da la vida, ahí estábamos los cinco; con las botas bien puestas y con miles de razones y motivos para ir adelante. En esta etapa teníamos previsto alcanzar a la grupeta de Hana Black y Mark Watson, figuras del estado del arte del ciclismo de aventura, que junto al germano Félix Blas progresaban unos kilómetros más adelante. Nos reunimos en el campamento, junto a un farallón de roca arenisca con una plataforma de arena que hacía de balcón frente a un pequeño vallecito. Quien diría que en uno de los lugares más solitarios del globo, íbamos a ser ocho los que compartiendo los mismos ideales nos encontraríamos jugando a los viajes en bicicleta aquel diciembre de 2019.

Rodar en la Puna es una experiencia que no tiene parangón. A pesar de que existe una huella de caminos mineros abandonados, estos son interrumpidos por valles y colinas de arena donde casi siempre hay que empujar la bicicleta. La altura promedio es de 4.200 metros donde el oxígeno escasea y las noches son gélidas, el agua se consigue cada tercer día y no es precisamente abundante ni fresca. Durante el día la temperatura alcanza los 36 grados Celsius y por las noches baja hasta – 8, el comportamiento del viento es errático, impredecible y agresivo; unas veces a favor y otras en contra. Las sensaciones de soledad e inmensidad son magníficas; los cielos son de azul profundo y las noches reventadas de estrellas. Es cómo estar en otro planeta.

La ruta empezaba a mostrarnos esos escollos que le dan su reputación, la segunda etapa de La Ruta nos recibió con una montaña de arena indescifrable en la cual empujamos la bicicleta al menos dos horas. Al día siguiente el paso del volcán Antofalla se ponía sobre los cinco mil metros por un camino muy rocoso difícil de pedalear y varias secciones de desierto crudo nos separaban del lugar de campamento. No hay una tregua diferente en los Seismiles que darle pedal todo el día, frisando los umbrales de aguante corporal y mental, y ejecutando todas las tareas del día con orden y disciplina. De pronto, la configuración mental de los Seismiles se convierte en una especie de un alter ego; el cual fue puesto en un lugar con una misión y por lo tanto hace todo lo correcto y necesario para cumplirla.

Al quinto día llegamos a la casa de la Familia Brea, la única dinastía que ha vivido en esta zona de La Puna. Doña Inés es la única que habita de manera permanente en la Vega, como se les llama a los pequeños oasis de La Puna. Su esposo llegó a esta tierra cuando todavía era un niño y murió hace un par de años. Sus ocho hijos se fueron a la ciudad, los que viven cerca en Antofagasta de la Sierra la visitan un par de veces al mes. Ese día dos de los hijos, Vilo y Patricio, estaban de paso y les sorprendió que fuéramos unos hermanos sudacas los que arribáramos a su casa, pues todos los que habían llegado rodando bicicletas venían de otros continentes. Nuestra cultura cercana y la lengua en común nos brindó confianza mutua y conversamos ampliamente, satisfaciendo sobre todo su curiosidad frente a nuestros motivos de pedalear por esas tierras tan apartadas. A los pocos minutos Vilo apareció con carne de cordero y cerveza y nos brindó un delicioso asado, podíamos ver en sus ojos la satisfacción y buena voluntad de atendernos. A la mañana siguiente, Doña Inés, quien siempre se quitaba el sombrero antes de dirigirnos la palabra como un acto de sumo respeto, nos dejó claro que todo aquel que pase por su casa será siempre bienvenido porque sabe que viene sufriendo y porque esa es una de las formas de honrar la memoria de su esposo quien siempre fue un hombre generoso. La visita a Vega de los Brea significó una revelación para nosotros, ese chorrito de agua en mitad del desierto significa vida, la vida de Doña Inés criando a nueve hijos a punta de un rebaño de llamas y ovejas, a lomo de mula, en la soledad inmensa del desierto. Doña Inés es uno de los seres humano más recios que hemos conocido en la vida, nos inspiró, nos cautivó y esperamos haber aprendido algo de su carácter.

Reconfortados salimos a “full gas” de la Vega de los Brea hasta encontrar un salar sobre el cual habíamos sido advertidos por otros viajeros. “The Boulevard of Broken Culo”, como se le denomina a esta sección de 30 km, hizo honor a su procaz renombre a la vez que los infinitos resaltos y huecos destrozaron nuestras posaderas y tuvimos que buscar campamento antes de lo pronosticado. No pudimos continuar, literalmente, debido al dolor de culo. Ese día hizo un calor infernal. En la noche el viento azotó el campamento y levantó tormentas de arena que parecían humaredas. Hana, Mark y Félix si habían cumplido con su itinerario, pero con el viento tan fuerte solo pudieron armar campamento hasta entrada la noche. Aunque cada equipo rodaba bajo su propia estrategia y recursos, las jornadas habían sido planeadas de manera similar y compartimos bonitos momentos en los campamentos donde pudimos conocer más de nuestras vidas y estrechar lazos de amistad. Así mismo ganábamos confianza en nuestras decisiones y logística al ver que manteníamos un ritmo y progreso similar al de los internacionales. Hana y Mark vienen rodando desde Alaska y Félix desde California, así que tienen mucha más experiencia y criterio que nosotros.

Para el día siguiente se avistaba la etapa reina y empezábamos en desventaja, con 15 kilómetros al debe. El Boulevard nos había destrozado, y amparados en el instinto de supervivencia nos habíamos excedido en el consumo de agua, pero teníamos una chance de salvar los papeles. Sabíamos de una fuente a dos kilómetros fuera de la línea de ruta, lo cual supuso un esfuerzo de más, pero a cambio de agua, ¡de agua! Con los bidones repuestos y algunos minutos a favor, trepamos a buen ritmo un amable puertecillo para luego sumergirnos en la sección conocida como “The Funnel” o El Embudo. Esta piscina de 5 kilómetros de arena suelta y caliente ha sido lo más difícil de todo el viaje. Las bicicletas se enterraban tanto que no era posible moverlas y por momentos tuvimos que ayudarnos entre todos e ir salvándonos de a uno en uno. El calor fue otra vez infernal, estuvimos muy agobiados. De repente, cuando coronamos por fin el “funnel”, avistamos una laguna de color verde esmeralda que se extendía en la profundidad hasta las faldas del fantástico volcán Peinado y las nubes blancas parecían dibujadas con un pincel. Con el silencio llenando un paisaje infinito y ante esa bella expresión de la naturaleza, la sonrisa regresaba a nuestros rictus y un camino afirmado en descenso nos invitaba a ser uno con el universo. Esos momentos mágicos son los que les dan sentido a nuestras decisiones y nos siguen enseñando que las grandes cosas de la vida cuestan y que si se quieren conseguir es necesario esforzarse con honestidad y convicción.

Salir del valle del volcán Peinado, adornado por posos prístinos de agua termal y extensos flujos de lava, se visualizaba como la última gran dificultad así que decidimos atacar de frente. Cocinamos el desayuno la noche anterior y madrugamos más de lo normal, así pudimos ahorrar tiempo y coronamos el último paso de cinco mil metros pasado el mediodía. En el descenso nos fuimos destilando adrenalina, con la mala suerte de rajar una de las cubiertas y someternos por horas a improvisar remiendos con parches, pegamento e hilo y aguja. Por fortuna teníamos tiempo a favor y llegamos temprano al campamento sobre el Lago Parullos donde Hana, Mark y Félix disfrutan de una siesta envidiable. Ya en ese punto podría decirse que estábamos al otro lado y que habíamos salvado la papeleta. Los últimos tres días en los Seismiles fueron de relajo, la comida ingerida y la gasolina quemada habían aligerado la carga, los hitos de mayor dificultad ya habían sido superados, a las malas nos habíamos hecho más fuertes y el mapa señalaba un camino en descenso contundente hasta los 1.500 metros de altura en Fiambalá. Cruzamos por la mitad del cráter del Volcán Cerro Blanco y continuamos hacia las termales de Los Baños donde nos dimos un chapuzón hasta las altas horas acompañados de las estrellas y reflexionando desde la “comodidad” acerca de los días que recién habían pasado. Al día siguiente la carretera se confundía con el cauce del río y pedaleamos dentro del agua por mucho tiempo. Fue muy divertido rodar por el cauce el cual llegaba casi a cubrir las ruedas, de manera impensable las bicicletas se abrían paso sin ningún inconveniente, como unos buques de guerra. Al final del día llegamos cansados y mojados al pueblito de Palo Blanco donde nos instalamos a tomar cerveza y comer pan de navidad hasta que los mosquitos nos obligaron a ser diligentes con la búsqueda de campamento.

SesimilesNS (41)

La última etapa era una especie de paseo triunfal sobre una alfombra de 40 kilómetros de pavimento con pendiente a favor. Rodamos en grupeta compartiendo las últimas golosinas que habían escapado a nuestra rapaz hambre de montaña y hablando de la vida y del futuro. Estábamos muy emocionados y alegres, pues para todo ciclista de aventura, sin importar su condición, la ruta de los Seismiles es una gran pluma para su sombrero y gran historia que se recordará toda la vida y que alimentará la fe en sí mismo. Llegamos a Fiambalá 15 días después de haber salido de San Antonio de los Cobres, luego de 770 km de autonomía y trabajo duro. Nos felicitamos mutuamente con abrazos y elogios, sacamos la foto oficial para el recuerdo y fuimos por un almuerzo poderoso con mucha cerveza roja.

En Fiambalá, pueblo de vientos en lengua Diaguita, nos apostamos por cuatro días en el Camping El Paraíso y tratamos de descansar el cuerpo luego de tal insulto, pero no contábamos con el insoportable calor de verano y con las nubes de mosquitos que asediaban nuestra humanidad. Así las cosas, decidimos apurar el cronograma y partir, o más bien escapar, hacia la “otra mitad de la gloria”, La Ruta de los Seismiles Sur.

EL CAMINO DEL DRAGÓN

The Bolivian Wild West y el Norte de Argentina.

Tercera temporada. A la altura del kilómetro dos mil son varias las lecciones aprendidas y la confianza adquirida. Así mismo optar por vías remotas y aisladas va perfeccionando el estilo de la grupeta. El sur de Bolivia y el Norte de Argentina fueron los terruños de esparcimiento y perfeccionamiento antes de entrar en la inhóspita Ruta de los Seismiles.

Un júbilo se había apoderado de nosotros, en especial teníamos la sensación de ser mejores viajeros al pedal. Habíamos adquirido destrezas en la navegación por el terreno, las tareas de la cocina se hacían con mayor diligencia, estábamos cómodos y felices durmiendo en las carpas y con dos mil kilómetros de tierra encima, no sólo la confianza en nuestros aprendizajes y capacidades encontraba asidero, sino que las piernas y los pulmones se habían hecho más fuertes. Así mismo, nuestro espíritu se llenaba de poder y calor a medida que ganábamos grados de latitud sur.

Desde Uyuni, es normal que los viajes de aventura y mochila continúen hacia San Pedro de Atacama a través de la conocida Ruta de Las Lagunas, un itinerario que se realiza en camionetas 4×4 durante tres días. Sumado a la congestión de la zona, el turismo infla los precios y en ese tramo se tienen importes por el cruce de parques y reservas naturales, así que eran varias las razones para buscar otro camino. Apoyados en nuestro oráculo Osmand y en las vistas de satélite, encontramos una tenue línea que se dibujaba hacia el oriente y que suponíamos no debía ser muy frecuentada de acuerdo con las convenciones del mapa. El Rally Dakar de 2014 se corrió por esas carreteras, añadiendo motivos para zarpar en dicha dirección.

DragonS (10)

Partimos de la Casa Ciclística Pingüi luego de la tradicional foto donde todos los viajeros que se encuentran de paso salen y participan del retrato. “Los colombianos se van”, “the colombians are leaving”. Cuando las cosas son tan normales no se tienen mucho en cuenta y habíamos ignorado ese mínimo común múltiplo: somos colombianos, somos de la tierra de Alfonso Flores, de Cochise, de Lucho, de Patrocinio , de Nairo, de Rigo, de Superman, de Chávez, de Bernal, de Giovani Jiménez Ocampo. Salimos de la Casa Ciclística Pingüi sintiéndonos más como un equipo y con una sensación de deber y orgullo de ser una especie de “delegación” del país de los escarabajos.

En los metros de asfalto que despiden a la capital de Potosí no cabía una carcajada más en la grupeta. Muy pronto nos topamos con una pareja de viajeros muy amables que vestían con suma elegancia y estilo; pantalones cortos de dril, camisa a cuadros de manga corta y gorrita de ciclismo azul oscura con rayas blancas y rosa. ¿A la pregunta “where are you from?” solo había una respuesta posible: “we are from England”. A la altura del kilómetro 40 el cielo se mostraba encapotado con nubes grises y pesadas, era cuestión de un estornudo para que se soltara un diluvio. Afortunadamente tomamos la decisión de montar el campamento de manera inmediata y apenas clavamos la última estaca, San Pedro se despachó a lo largo y ancho del vallecito de arbustos que fungía como vecindad.

Al día siguiente empezarían a aparecer los desniveles. No eran puertos, más bien repechos que nos caían bien dado que veníamos retomando luego de un parón de varios días. Nos encontramos nuevamente con los británicos a quienes los había atrapado la lluvia del día anterior, pero con suma tranquilidad nos hicieron saber que eso es pan de cada día en su país y además su experiencia en viajes de bicicleta era evidente. Los @faffaround estuvieron paseando por Colombia y nos sorprendió que habían leído nuestras crónicas de viajes por Boyacá. Sin pausa, pero sin prisa, continuamos la jornada hasta que divisamos un bonito valle para acampar. Encontramos un lecho de un extinto río que ofrecía protección y decoro con unas murallas de tierra, haciéndonos casi invisibles al viento y a la carretera.

De manera exponencial el terreno vertical se hacía protagonista del trazado, los repechos se hacían más largos, más empinados y frecuentes. Así mismo en el terreno empezaban a aparecer figuras rizadas, como una huella de un buldócer, haciendo más lento y doloroso nuestro tránsito. La llamada “calamina” es una irregularidad del terreno formada por los bruscos cambios de temperatura entre el día y la noche. Después de jugar por mucho tiempo a la montaña rusa, notamos que la carretera estaba trazada sobre la cresta de innumerables montañas subsecuentes, amplias y ralas. La estética de la línea era agradable y entonces bautizamos a este itinerario como “El Camino del Dragón” y nos propusimos documentarlo como una propuesta de ruta de ciclismo de aventura. Sergio, haciendo gala de su profesión de Arquitecto, tenía el ojo afinado para escoger donde levantar nuestro barrio gitano y pilló varios buenos lugares de campamento que añadían decoro al Camino del Dragón.

Al cuarto día llegamos a Tupiza, una población que se salía del estereotipo de asentamiento boliviano al que veníamos acostumbrados. El clima cálido y los recuerdos de una época de bonanza minera que hasta para una línea férrea había rentado, hacían de Tupiza un pueblito acogedor, con fachadas bien decoradas y envuelto entre montañas de colores terracota. Nuestro espíritu de niños exploradores estaba a flor de lis, entonces partimos hacia la frontera con Argentina a través del camino destapado. El paisaje se había transformado de manera radical en un desierto; horizontes de arena con cactus cuyas espinas hicieron estragos en varias de las ruedas, acantilados sedimentarios de color rojo y pequeños oasis de sauces verdes donde se asentaban exiguas comunidades. Sumado a esta atmósfera de antaño, en esta zona yacen los restos de Butch Cassidy y Sundance Kid dos cazarrecompensas americanos que replicaron las andanzas del viejo oeste a finales de 1.800 y de ahí que a esta sección del país se le refiere como el “Bolivian Wild West”.

Nuestro afán de salir de Bolivia no era en vano, ya el cruce con Perú había sido clausurado y las manifestaciones que ardían en el país se tomaban más y más carreteras. Llegamos a Villazón, par fronterizo con la Quiaca, y mientras revisaban nuestros antecedentes judiciales y sellaban nuestros pasaportes, una muchedumbre envuelta en colores amarillo rojo y verde y banderas Whipala se acercaba hacia el puesto de control. A los pocos días este paso fue también cerrado. Nuestras primeras sensaciones en Argentina fueron los menores precios de los alimentos y una mayor diversidad en los productos. Es decir, se come y se bebe mejor.

Tras un par de días de descanso en la Quiaca, y una maratón de películas de acción y piratas en la TV del hostal, partimos hacia el sur por la mítica Ruta 40, la carretera que atraviesa de norte a sur a la Argentina, que ha sido el escenario de incontables aventuras locales y que es un emblema de la nación. En el camino se empezaban a dibujar monumentos naturales como la Laguna de los Pozuelos, el Valle de la Luna y el Cerro de los Siete Colores de Paicone, donde fuimos invitados a almorzar en la escuela luego de una presentación ante todos los estudiantes por parte de la maestra directora. Deliciosos Canelones rellenos con jalea de frutas como postre.

Sin embargo, como veníamos con la bandera de la exploración izada en nuestra consigna, notamos en el mapa una serie de lagunas apartadas del camino, arriba en la cordillera muy cerca del hito de la triple frontera con Chile y Bolivia. Teniendo en cuenta que estábamos cada vez más cerca del ataque a La Ruta de los Seismiles, ir en busca de las lagunas suponía un piloto y un entrenamiento para afrontar largos días de autonomía y soledad. Por lo tanto, nos despedimos de la 40 y nos fuimos en busca de las Lagunas de Vilama. En el pueblito de Cusi Cusi nos reaprovisionamos para 4 días de campaña y nos fuimos para la montaña. Cruzamos por la población de Lagunillas del Farallón donde Sixto, un guardaparques, nos ofreció las llaves de un refugio que se hallaba al borde de la laguna, aún muy lejos. Con esta meta, ese día tacamos una de las jornadas más largas del viaje.

Es propio de Argentina que en las poblaciones más remotas del país se respira fútbol en cada esquina; no hay un solo negocio que no tenga el escudo de la Selección o de algún equipo o un afiche de Lionel Mesi y es casi imposible ver a un niño que no vista con los colores del xeneise o del millonario.

Nuestro afán de salir de Bolivia no era en vano, ya el cruce con Perú había sido clausurado y las manifestaciones que ardían en el país se tomaban más y más carreteras. Llegamos a Villazón, par fronterizo con la Quiaca, y mientras revisaban nuestros antecedentes judiciales y sellaban nuestros pasaportes, una muchedumbre envuelta en colores amarillo rojo y verde y banderas whipala se acercaba hacia el puesto de control. A los pocos días este paso fue también cerrado. Nuestras primeras sensaciones en Argentina fueron los menores precios de los alimentos y una mayor diversidad en los productos. Es decir, se come y se bebe mejor.

Tras un par de días de descanso en la Quiaca, y una maratón de películas de acción y piratas en la TV del hostal, partimos hacia el sur por la mítica Ruta 40, la carretera que atraviesa de norte a sur a la Argentina, que ha sido el escenario de incontables aventuras locales y que es un emblema de la nación. En el camino se empezaban a dibujar monumentos naturales como la Laguna de los Pozuelos, el Valle de la Luna y el Cerro de los Siete Colores de Paicone, donde fuimos invitados a almorzar en la escuela luego de una presentación ante todos los estudiantes por parte de la maestra directora. Deliciosos Canelones rellenos con jalea de frutas como postre.

Sin embargo, como veníamos con la bandera de la exploración izada en nuestra consigna, notamos en el mapa una serie de lagunas apartadas del camino, arriba en la cordillera muy cerca del hito de la triple frontera con Chile y Bolivia. Teniendo en cuenta que estábamos cada vez más cerca del ataque a La Ruta de los Seismiles, ir en busca de las lagunas suponía un piloto y un entrenamiento para afrontar largos días de autonomía y soledad. Por lo tanto, nos despedimos de la 40 y nos fuimos en busca de las Lagunas de Vilama. En el pueblito de Cusi Cusi nos reaprovisionamos para 4 días de campaña y nos fuimos para la montaña, pasamos por la población de Lagunillas del Farallón donde Sixto, un guarda parques, nos ofreció las llaves de un refugio que se hallaba cerca de la laguna, aún muy lejos. Con esta meta, ese día tacamos una de las jornadas más largas del viaje. Es curioso ver que en las poblaciones más remotas del país se respira fútbol en cada esquina, no hay un solo negocio que no tenga el escudo de algún equipo o un afiche de Lionel Mesi y es casi imposible ver a un niño que no vista con los colores del xeneise o del millonario.

El camino se empezaba a poner difícil, las huellas de vehículos casi se habían desvanecido y en cambio brotaban extensos jardines de piedras filosas que exigían técnica y control. Pero de todos los ingredientes el que realmente ocupo nuestra preocupación fueron las tormentas eléctricas que aparecían al final de la tarde. Ver rayos descargarse en el cielo nos asustaba mucho y no teníamos idea alguna de cómo reaccionar ante este insulto de la naturaleza, más que pedalear con fuerza y afán. Un par de veces nos acurrucamos en pequeñas cuevas de roca que con suerte nos encontramos en el camino.

El desvío hacia las Lagunas de Vilama fue un gran acierto. Además de descubrir paisajes hermosos y solitarios, continuamos llenando nuestros galones con experiencia y conseguimos tasar muy bien las porciones de alimento y de agua que se requieren para una incursión de varios días. Tras cuatro jornadas en la altura regresamos a la Ruta 40 en la población de Coyaguaima y luego de varias etapas de trámite por Coranzuli y Susques, llegamos a San Antonio de los Cobres; el punto que habíamos fijado como meta para esta tercera temporada y donde nos apostaríamos una semana a descansar y a planificar meticulosamente nuestro asalto a Los Seismiles. Allí, en el hospedaje Amanecer Andino hicimos buenas migas con un trío de exploradores mineros; Alejandro y Cesar de Argentina y Jaime Cardona, nacido en Sogamoso criado en Palmira y hecho en Medellín, un geólogo que conoce Suramérica como si fuera su barrio y con quien compartimos unas cervezas o “polarizadas” como él les llama.

El agua escasea en esta parte de la cordillera y con seguridad los presupuestos municipales no son abultados dada la lejanía y soledad de los asentamientos. En casi todas las poblaciones existe un grifo municipal donde la gente se abastece de agua y que para nosotros era el punto obligado de detención, regocijo y reflexión. En muchos de estos lugares no existen alojamientos a lo que las escuelas o puestos de salud responden con gentileza. Así mismo los comedores y tiendas funcionan a puerta cerrada y son más bien negocios ocasionales al servicio de incautos, como nosotros, que rara vez pasan por ahí.

DragonS (4)

CLÁSICAS, DESIERTOS Y SALARES

la sal de la tierra

Durante 28 días rodamos por Bolivia, un país con bellos horizontes y gente amable. Valles, montañas, desiertos y salares. En este tiempo el país se desbocó en una profunda crisis política y social que tradujo en paros y bloqueos que por poco nos atrapa. Es definitivo que volveremos a este país a jugar con las bicicletas, varios caminos quedan pendientes y muchos amigos por visitar.

Retomamos nuestro camino desde Sorata el Lunes 21 de Octubre, día siguiente a los comicios que a la postre sumirían a Bolivia en una crisis social y política de grandes ligas. En la tarde del domingo, mientras acomodábamos los aperos sobre nuestros caballos de acero 4130, el gobierno emitió el último boletín oficial del conteo de votos a eso de las 18 horas. El escrutinio casi total de los sufragios preveía una segunda vuelta entre el vigente presidente y aspirante a su cuarto período legislativo Evo Morales y el opositor Carlos Mesa quien ya había ejercido en el máximo despacho del Palacio Quemado entre 2003 y 2005.

A la vez que dejábamos atrás la Casa Reggae, se empezaban a oír testimonios sobre fraude durante el ejercicio democrático y aparecían en las redes sociales videos de camiones entrando y saliendo, de urnas entrando y saliendo, de fulanos entrando y saliendo… y oficialmente la registraduría no se manifestaba, argumentando la espera de votos provenientes del campo donde supuestamente radicaba la fuerza política de Morales.

Clasicas32

¡Aquí vamos de nuevo!

El puerto que despide a Sorata, con sus 30 kilómetros de ascenso, ajeno a toda circunstancia de crisis nacional, nos pasaba la factura de a uno por uno. Exhaustos, y hasta pajareados, coronamos el alto desde donde ya podíamos divisar el altiplano boliviano sin más dificultades aparentes en el horizonte. Luego de una última mirada al majestuoso Illapu nos enfocamos en la tarea de atravesar Bolivia con dirección al suroccidente hacia el parque nacional Sajama. Mientras reponíamos la energía con sorbos de Coca Quina, la versión boliviana de la Coca Cola, un jeep que paso en frente de la tienda nos saludaba efusivamente; era Sebastián el dueño del hostal de quien no habíamos podido despedirnos en la mañana, un tipo trabajador y amable y con quien hicimos buenas migas.

El tránsito de la grupeta discurría por la vía principal que lleva a La Paz, la cual está cundida de asentamientos que ya suman una población mayor qué la capital; a esta zona se conoce como El Alto. Al día siguiente en un pueblo llamado Batallas el guarismo oficial del viaje registraba el kilómetro mil, a la vez que tomábamos un desvío a la derecha para internarnos nuevamente en nuestras queridas carreteras destapadas. El asfalto en verdad que no nos favorece ni nos hace mucha gracia; el tráfico de vehículos ya nos incomoda, las llantas anchas se consumen más rápido en el pavimento y especialmente porque coger el ritmo de pedaleo es complicado pues la relación de dientes de platos y piñones es lenta, pensada para mover bicicletas pesadas cuesta arriba y no para adquirir velocidad. A ese rutero que llevamos por ahí dentro hay que reprimirlo, sino terminamos ejecutando cadencias muy altas que resultan incómodas.

Enrutados hacia el occidente y guiados por la imponente cima nevada del volcán Sajama, el techo de Bolivia con 6.542 metros de altura, en un cruce de caminos nos encontramos con dos viajeros de quienes sabíamos hacía tiempo y de quienes habíamos obtenido información técnica y por supuesto inspiración para este proyecto. Hana Black y Mark Watson son una pareja de neozelandeses que llevan tres años y medio viajando desde Alaska manteniendo un estilo de exploración y aventura de alto turmequé. En 2018 fueron galardonados como “adventurers of the year” por el portal Bikepacking.com y en su paso por Colombia trazaron una ruta extraordinaria. Para nosotros Mark y Hana son el estado del arte de este cuento del ciclismo de aventura y fue una gran alegría y honor conocerlos, con el paso de los días compartimos en la ruta, obtuvimos de ellos consejos invaluables y pronto tendremos en la página la entrevista que les realizamos días después en Uyuni.
Desde Sajama cruzamos a Chile por el paso de Chungara. La soberanía de los australes es contundente y adicional a una rigurosa inspección de nuestros bártulos con rayos x, se sumó una partida de ingreso de cada una de nuestras bicicletas; marca, color, peso y número de chasis. ¿Numero de chasis?. A los pocos kilómetros llegamos a la municipalidad de Putre, el contraste fue evidente, no sólo por la arquitectura, el acento de las personas y los enchufes de corriente, sino en la calidad de los servicios y los costos asociados. En un solo día en Chile nuestro gasto fue de 22 dólares mientras que el promedio diario de viaje venía siendo de 8. La idea era mercar en Putre para realizar la Ruta de las Vicuñas, un recorrido que atraviesa 3 parques nacionales y que vuelve a conectar con Bolivia, unos grados más al sur.

Clasicas37

Por los próximos 5 días recorrimos itinerarios muy similares; jornadas largas del orden del centenar de kilómetros con desniveles virtualmente inexistentes, de a 400, o 500 metros ocultos entre repechos y rampas. En cambio, el paisaje de la meseta altiplánica si resultaba nuevo para nuestros ojos; pampas, llanos y planicies cortadas por suaves y finas colinas adornadas por construcciones de piedra: casas, cercas, corrales y restos de iglesitas que evocan el esfuerzo en vano de los colonizadores de turno por someter al pueblo con su religión. Los Aymaras son gente templada y son de los pocos pueblos que no lograron ser colonizados, hoy sus costumbres, trajes e idiomas permanecen intactos. A esta sección le llamamos las Clásicas de Primavera, evocando al calendario UCI del ciclismo profesional.

Una de esas tardes llegamos al pueblo de Cañaviri y seguimos las indicaciones de los lugareños para buscar asilo en la escuela. El profe Julio nos recibió y nos abrió el salón múltiple donde aún quedaba el testimonio de un reciente baile de graduación. Tendimos aislantes y sleeping y pasamos la noche entre serpentinas colgantes y un vaho de cerveza derramada en el piso; la fiesta tuvo que haber estado buena. Al día siguiente el inicio de clases se vio retrasada por nuestra presencia, fue bonito compartir con los chicos de la Institución Educativa Cañaviri; nos sacamos selfies y algunos colegiales se dieron una vuelta en nuestras “motos”.

Clasicas38

En las Vicuñas nos encontramos con otro paisaje diferente: extensos desiertos a gran altura donde ocasionalmente nos atacaban tormentas de arena. Empezábamos también a administrar y manejar con más cuidado el recurso hídrico, pues las temperaturas en el día eran muy altas y el aire muy seco, teníamos sed todo el tiempo y por las tardes aparecía una leve cefalea producto de la deshidratación. No había asentamientos por lo cual prendimos el radar en busca de ríos y aljibes y le sacamos chispas al filtro de agua, ya que la presencia de animales y la escasa fluidez de los cauces suponían la existencia de microorganismos.

El hecho de estar en zonas de parques naturales nos dio mayor solvencia con la instalación de campamentos y poco a poco nos fuimos encariñando más a nuestro refugio de lona y palitroques. En una de las jornadas divisamos junto al Salar de Surire un puesto de carabineros donde nos acercamos en busca de agua, la cual terminó acompañada de ensalada, verdura, espaguetis y un delicioso pollo horneado. ¡La rompieron los carabineros! y nos marchamos con la moral por el cielo y la panza satisfecha.

Esa noche llegamos a los Termales de Polloquere, las piscinas naturales más bonitas de Chile según dicen. Inmediatamente nos pusimos los cortos y nos dimos un baño en ese paradisíaco manantial y montamos campamento a sus orillas. Cuando notamos que el agua escaseaba, aprecio un cuarteto de turistas checos con quienes empatizamos y además de agua nos brindaron cerveza y sangría, compartimos una fogata y estuvimos jugando a adivinar constelaciones en un cielo reventado de estrellas. Ese día el universo había conspirado a nuestro favor y habíamos recibido de nuestros semejantes bonitos gestos de apoyo.

El resto de la ruta fue tranquila. A la verja del camino se encontraban ruinas de iglesias jesuitas poseídas por el abandono y con rastros de basura y botellas rotas en su interior. Se sabe que esta es una zona de contrabando entre Bolivia y Chile y estas construcciones sirven de escondite para los “coyotes”. No nos dejaba de dar algún escalofrío, pero en términos generales todo fluía en armonía. Cuando estábamos por terminar la Ruta de las Vicuñas llegamos a la localidad de Enquelga y notamos que el pueblo estaba vacío, pues todos los habitantes conmemoraban el día de los muertos y estaban ofreciendo una fiesta en el cementerio. Mario y Jose Román se acercaron a pedir indicaciones y regresaron con el permiso para acampar en el puesto de salud y una cerveza cristal en sus manos. Esa noche Isabel, la enfermera del pueblo, nos cocinó un delicioso ponqué al que llaman keke (del inglés cake).

Al día siguiente regresamos a Bolivia con la misión de cruzar los salares de Coipasa y Uyuni donde teníamos prevista la siguiente gran meta volante, la cual sugería descanso y bohemia. Aunque previo a nuestra partida habíamos auscultado una gran cantidad de mapas y caminos y teníamos una ruta casi que definida, habíamos descubierto en el Cusco una herramienta que hoy día es casi un oráculo para nosotros: la aplicación de mapas y navegación Osmand. Pegados de este recurso trazamos un camino de 200 kilómetros que en su primera noche nos ofreció un campamento al que bautizamos “El Paraíso”, una pequeña planada rodeada de grandes rocas donde pudimos avistar un atardecer rosado que se escondía detrás del Salar de Coipasa. Con las últimas luces, Hana y Mark llegaron al campamento, compartimos el reducido espacio de la cocina y unas bebidas calientes con galletas. Cruzar este Salar resultó demandante pues las colinas del rededor irrigan humedad y el terreno parece más bien una limonada frapé. Nuestras ropas, bicicletas y las maletas se curtieron de sal, un fenómeno temido para los rodamientos y los componentes mecánicos.

En nuestro tránsito pasamos por algunos pueblos que alcanzan a percibir algo de turismo y por ende disponen de modestos servicios y pudimos almorzar, conseguir víveres y vino tinto para pasar nuestra ansiada noche en el salar. La noche del 5 de noviembre levantamos campamento sobre el salar más grande de la tierra; el Salar de Uyuni, un retazo del universo donde en 360 grados a la redonda no se divisa nada más que un paisaje blanco, la inmensidad de la naturaleza era complementada con el cielo más estrellado que hemos visto en la vida, por momentos creíamos que la vía láctea se iba a caer sobre nosotros. Un momento que añorábamos desde la planeación del viaje meses atrás.

Clasicas12

En Uyuni atracamos en la Casa Ciclista Pingüi, un espacio reservado sólo para viajeros en bicicleta que de manera voluntaria aportan para su manutención. Con pesos, con arte, con trabajo, con polas, con compañía y buena vibra. Es un territorio blanco, comunitario y noble, un gran ejemplo de sociedad que escapa a cualquier definición o postura política, donde simplemente nos reunimos cicloviajeros a compartir sobre nuestras experiencias. Con esto queremos agradecer a Macarena, mamá Myriam y al viejo Máx por todas sus atenciones y buena voluntad.

A manera de celebración por el culmen de nuestra segunda temporada fuimos en búsqueda de pizza y cervezas. En la televisión del restaurante nos dábamos cuenta de que la crisis en Bolivia había cobrado otras dimensiones. Evo ya se encontraba asilado en México, la policía nacional se había declarado en contra del estado y millones de manifestantes habían incendiado edificios del gobierno y se encontraban bloqueando las principales vías del País. Se suponía que las protestas no tendrían mucho asidero en Potosí, el departamento en el que estábamos, pues una de las reformas bandera de Morales fue la nacionalización de los recursos como el gas, el litio y la plata y por lo tanto este departamento minero recibe grandes regalías. Sin embargo, prendimos la alarma y nos quedó claro que teníamos que salir lo más pronto posible del Estado Plurinacional de Bolivia. Pero antes de eso nos esperaban unos días de descanso, de trabajo mecánico a las bicicletas, lavado de ropas y de vida social antes de montarnos en nuestra tercera temporada rumbo a la Argentina.

LAS TRES CORDILLERAS

“Arrancar siempre es lo más difícil”

Es lo que dicen aquellos que emprenden un camino largo o un proyecto grande. La inexperiencia, la mente aún puesta en nuestra vida pasada y el insulto sobre nuestros músculos hicieron que entrar en la sintonía del pedaleo andino fuera complicado. Pero cuando se tienen grandes ilusiones, a estas fases iniciales suceden descubrimientos importantes y depronto nos encontramos en lugares y condiciones que habíamos soñado por años. 900 km y la primera frontera al pedal.

Peruvian Switchbacks
Perdidos

Los rayos de sol que sobreviven a las curtidas ventanas del tercer piso del Hospedaje Montecarlo, en el afable pueblito de Acomayo, despiertan a los rodadores para su tercer día sobre los pedales. Arrancar ha resultado difícil; no es la carga muscular, ni la falta de oxígeno, ni la evidente inexperiencia en esto del ciclismo de aventura, sino la actitud. Asumir quienes somos ahora y lo que estamos haciendo ha resultado extraño. Toda la vida ha pasado como nos haya pasado y de pronto estamos lejos de casa, sobre una bicicleta que nos resulta rara de manejar, cargando maletas que aún no sabemos amarrar bien y suponiendo que vamos a rodar 10.000 kilómetros por Sudamérica… Hasta mirarnos entre nosotros resulta extraño… de cuando acá nosotros en estas, con estas pintas, con esta parafernalia de colgandejos… de cuando acá, como diría mi Dr. Godofredo Cínico Caspa.

Hasta mirarnos entre nosotros resulta extraño…

Mientras nos alistamos para salir el dueño del hospedaje exclama “cinco a cero” cuando se entera de nuestra nacionalidad y terminamos en una agradable tertulia de balompié criollo. Que Valderrama, que Higuita, que el nene Cubillas, que Nolberto Solano, que Asprilla, que Bernardo Redín, que Marquitos Coll. Es bonito hablar de esas cosas bonitas de nuestra Colombia. Acomayo nos ha tratado bien y para ese día se avistaba una jornada de asfalto o de “pista” como se refieren acá, más fácil y corta que los dos días anteriores, así las cosas, empezamos a entrar más en ritmo de viaje.

PeruLas3Cordi_Celu (23)

Cusco nos vio partir con unos 30 kilos de equipaje, cargados a full de agua y comida como si fuéramos para la luna. Aunque esto no es Colombia donde hay una caseta con Pony Malta y Chochorramo cada 5 kilómetros, los víveres no son de tan difícil consecución y el consumo de agua no es tan exagerado, así que pronto empezamos a reírnos de nosotros mismos. La primera dificultad del viaje, el Abra Occoruro con sus 4.173 metros de elevación, resultó como un garrotazo sobre nuestra humanidad, en especial para “el capi” Jose Pacheco quien, literalmente, se retorcía en el piso por el malestar y las náuseas causadas por la altura. Esa tarde llegamos a Rondocan, nuestro primer destino al kilómetro 60, nos acomodamos en un hospedaje algo precario que solo disponía de una habitación en la cual nos acomodamos apretados. A la mañana siguiente Dominic, un amiguito de cuatro años que vestía un gorrito de aviador y que captó nuestra atención y cariño por su elocuencia y sus historias sobre los viajes que había realizado en su avioneta, nos despedía deseándonos buen viento y buena mar hacia Acomayo.

Cusco nos vio partir con unos 30 kilos de equipaje

El tercer día llegamos al albergue público de Sangarará en frente de la Laguna Pomacanchi donde tendimos por primera vez nuestras carpas y acordamos un día completo de descanso. Además de ser justo para las piernas, pasaríamos dos noches a 3.700 metros lo cual resultaba ideal en nuestro proceso de aclimatación. Mario y Sergio encontraron una canoa de pedal en forma de cisne y nos dimos un paseo por la laguna; envuentos en risas, complices como si fueramos adolecentes que acaban de cometer alguna pilatuna.

Los primeros tres o cuatro días tenían el propósito de afilarnos un poco para presentarnos en Pitumarca, donde formalmente empieza la ruta de Las Tres Cordilleras; un itinerario desarrollado y documentado por Michael Dammer y Cas Gilbert, dos bikepackers profesionales y cuyo rastro queríamos seguir. Desde el primer día la sensación fue clara: nos estábamos metiendo de lleno en Los Andes. Por tres días nos acomodamos en el campamento base del Nevado Ausangate a 4.300 metros de altura para concluir con nuestro proceso de aclimatación y empezar a entender cómo vivir a campo abierto; tolerar la altura y convivir con el frío. Este lugar tiene visos de turismo, pues constituye una de las rutas hacia la montaña de los siete colores. Allí conseguimos a punta de señas que Doña Carmen, quien hablaba Quechua, nos preparara desayunos y cenas ricos en carbohidratos, lo cual nos permitía dedicarle más tiempo a nuestra misión temporal: no hacer nada.

Con las reservas de ATP bien repuestas y sintiendo el aire menos fino, nos fuimos a por las tres cordilleras! En las dos primeras etapas rebasamos la cota de los cinco mil metros de altura; primero en el Abra Jahuycate (5.075 msnm) y luego en el Abra Chimbollo (5.185 msnm), hitos que en Colombia son imposibles de realizar. Es evidente que mover una bicicleta a esta altura resulta muy duro, sobre todo con la magra condición que disponíamos entonces y con el frío y la lluvia que estuvieron presentes. Pero esto nos dio mucha confianza en nosotros mismos y en el equipamiento que llevamos puesto. Los próximos cuatro días resultaron muy similares; puertos largos y altos, seguidos de vertiginosos descensos, cruzar algún río, y nuevamente otro puertazo. 

Al cabo del quinto día retomamos contacto con la civilización en las ciudades de Macusani y Crucero, casi 100 kilómetros de asfalto que, sumados a nuestro cansancio prematuro lograron tentar nuestras intenciones para evitar la línea de Las Tres Cordilleras e irnos por el camino fácil. Pero el carácter inquieto y guerrero del “capo squadra” Jose Román disipó la provocación y nos internamos en la Cordillera Carabaya siguiendo un itinerario remoto y con las primeras dosis de aventura real. Cimas solitarias, descensos técnicos pasados por agua, secciones de singletrack y la novedad de empezar a encontrar poblaciones que lucían grandes en los mapas pero que en realidad estaban abandonadas.

PeruLas3Cordi_Celu (36)

Pasada esa primera incursión de aventura, la ruta suponía otro desvío hacia el corazón de la cordillera, pero esta vez la motivación hacía más fácil la toma de la decisión y nos trepamos hacia Patambuco y luego hacia Cuyo Cuyo, literalmente sobre la vertiente que baja hacia la selva. Un paisaje más húmedo y con árboles. Empezábamos a disfrutar de la recompensa de los paisajes remotos y a viajar más ligeros. En Cuyo nos dimos un descanso pues por fin dormíamos por debajo de los 4.000 metros lo cual se sentía como clima caliente y las piscinas termales suponían un paseito agradable y merecido. A los pocos días de nuestra partida la UNESCO declaró a Cuyo Cuyo patrimonio de la humanidad debido a sus incontables terrazas Incas que aún se preservan y sobre las cuales se observan prácticas artesanales de agricultura. Fue muy poderoso trepar casi mil metros surcando estas construcciones milenarias.

Luego de estas incursiones en la montaña volvimos a la “civilización”, la cruda civilización, en la ciudad de Ananea. Un asentamiento a 4.600 metros de altura que orbita en torno a la minería de oro. Resulto contradictorio ver carteles y señalética que rezan por el cuidado del medio ambiente, al lado de ríos extintos y piscinas de sedimentación repletas de mercurio.

Cruzamos la frontera con Bolivia a orillas del Lago Titicaca por el paso de Tilali, luego de un par de etapas relativamente planas pero muy bonitas. La emoción de cruzar nuestra primera frontera solo podía ser recompensada con cerveza paceña y cacahuates. Encontramos, al menos en una primera instancia, mayor diligencia en las personas de Bolivia; más abiertas a conversar y con un castellano mucho más fluido que el de los lugareños peruanos. Nos asombró del Perú toparnos con campesinos que se mantenían en su lengua Quechua y con dueños de grandes tiendas que no sabían hacer de manera correcta la cuenta de los consumos. Así mismo, notamos en muchas personas un sentido de miedo y desconfianza hacia nosotros, “¿qué buscan?”, “¿qué quieren?”, “¿quiénes son ustedes?”. Pero es entendible, el hombre blanco ha traído desgracia y lamentos en los diferentes procesos de colonización y expansión a lo largo de la historia.

Goteras de Sorata
Cordillera Carabaya

Ya en Bolivia nuestro objetivo era coronar rápido la ciudad de Sorata donde formalmente terminaba la Ruta de las Tres Cordilleras, allí teníamos previsto descansar varios días. En una de esas últimas jornadas, y de camino hacia el final de la tarde, encontramos en el cauce de un río una planicie ideal para tender las carpas, dormimos con el susurro del río y aumentando nuestras destrezas de campamento. Al día siguiente llego la noche cerca de una vereda donde fuimos convidados a acampar en la plaza central; con timidez los lugareños se acercaban con alguna condolencia y nos invitaban a dormir en su casa, pero tendríamos que ser unos conchudos para apostar una tropa de 5 ciclistas hambrientos y malolientes bajo su techo.

Luego de 900 km estábamos tiro de piedra de Sorata, no sin antes remontar un puerto de 9 km muy arenosos y que empezaba a 2.000 metros de altura. No hemos vuelto a sentir un sopor de ese tipo. El nombre del hostal “Casa Reggae” nos atrajo magnéticamente y nos acomodamos en una cómoda y fresca habitación; estuvimos 4 días en pantaloneta y camiseta lavando ropas, alistando las bicicletas y dejando que el cuerpo descansara al ritmo de Bob Marley y los Wailers. Con la Ruta de las Tres Cordilleras en nuestra hoja de servicio y cerca de los mil kilómetros recorridos, sentíamos que nos merecíamos una medallita, una estampita, una estrellita para nuestros avatares ciclomochileros. Habíamos cumplido con el pensum y nos permitíamos seguir soñando con este proyecto.

Este proyecto es auspiciado por:

14 Ochomiles #RevivieAfuera Retailers para Colombia de Ortlieb maletas y bolsas impermeables, Klean Kanten los mejores contenedores de líquidos que mantienen el agua fresca y de Santini la ropa más cómoda y duradera para practicar ciclismo. Biela Tour cycling trips in Colombia, la mejor agencia para descubrir Colombia en Bicicleta. B.Mechanic Taller de bicicletas quienes dejaron las máquinas a punto para esta aventura. FilmantiStudios HD photo and storytelling.

EL DIA D

Kilómetro cero en el Cusco, el día D. Lo que usted no vio

Hace nueve días alunizamos en el Cusco. Lo que venía siendo toda la vida “nuestra vida”, ahora está lejos, casi como un recuerdo. Ahora nuestro oficio y razón social son completamente ajenos a esos días y no sabemos mucho sobre ellos. La cápsula, como se le llamo desde la fase de planeación, tiene el objetivo de aclimatar el cuerpo a las nuevas condiciones de aire y presión infundidas por el cambio de altura, así como preparar el asalto hacia las montañas y comenzar a encender el espíritu andino. Mañana partiremos, dios mediante sobre las primeras horas.

Los Cinco Changuitos
Capital Imperial Inca

El Cusco, la ciudad imperial, la capital del Imperio Inca, el ombligo del universo. La ciudad perfecta como dijo Otálora. A 3.400 metros de altura El Cusco es una joya en granito oscuro de calles empedradas y construcciones coloniales donde es imposible no sentir escalofrió y emoción con tantos colores e historia viva. Volamos en la flota directa que despacha Avianca, quienes nos cargaron cuatrocientos mil pesos moneda corriente 400.000 COP por cada bicicleta menos mal son los patrocinadores de la selección colombiana de ciclismo, sino habría sido más costoso.

La ciudad perfecta como dijo Otálora.

DiaD_Cierre

Pero cuando se cierra una puerta se abre otra, Bryan y su madre Carmen nos recibieron en su cómodo piso, con el cariño y apoyo de los lindos hogares. El apartacho se alza sobre la avenida de la cultura a pocas cuadras del monumento al Cóndor, está dotado con buenas camas, una cocina grande ideal para nuestras condiciones y áreas espaciosas para alistar las bicicletas y cargas. Los primeros dos o tres días nos dedicamos a montar los sistemas de tubeless en las ruedas, tarea pesada y dolorosa cuando las llantas son tan grandes y duras. Los frenos perdieron algo de potencia, a lo mejor por el traslado en el avión, así que practicamos purgados chinos sobre las mangueras.

Con los caballos galopantes oteamos las laderas del Cusco, la idea era subir despacio y con calma para pasar un rato en altura tomando tecitos y los últimos pasantes de agua de panela que tanto vamos a extrañar. Estar ahí en la altura, así se realiza un buen proceso de aclimatación; ascendiendo gradualmente y durmiendo bajo, hidratando y protegiéndose del sol. Los caminillos destapados, o singletracks que llaman, pululan por acá, se augura la poesía. Fuimos corrigiendo y precisando tuercas y tornillos, pantalones y pantaloncillos.

Las cargas ya están listas y montadas. El equipo e infraestructura ya la teníamos lista antes del despegue, pero el ACPM es local. Hemos encontrado con gratitud que los cereales, granos, especias y nueces son de excelsa calidad, se venden al granel y a buen precio. Nos aperamos con finura en aderezos y pan de Huaro el cual es ideal para estos menesteres, pues es pequeño, denso, barato y sabroso. Contamos con dos termos de 1 litro cada uno Klean Kanteen para suplir bebida caliente a los rodadores, funcionan de maravilla. Mate, te de coca, café, chocolate y pisco se presentan en la carta.

Este proyecto llega a ustedes con el ausipicio de:

EL RETO 123

Boyacicleta, El Reto 123 y los Azares del Destino

Boyacá es el segundo departamento de Colombia con mayor cantidad de municipios: 123. La geografía boyacense es tan hermosa como heterogénea, es un departamento que cruza de un extremo a otro la cordillera de los andes; desde el piedemonte de los llanos orientales hasta el valle del Río Magdalena. En sus interminables campiñas montañosas habita una raza de gente noble y trabajadora que engendra la potencia agropecuaria más grande del país. Diego Supelano, orgullosamente oriundo de Duitama se planteó visitar los 123 municipios a lomo de su bicicleta y de conquistar el #Reto123 Acompaña a Diego y a los demás retadores en @boyacicleta.

Por: Diego Supelano.

El reto de recorrer los 123 municipios de Boyacá en bicicleta ha sido mi mayor vivencia como cicloturista. A la fecha llevo registrados oficialmente 116, lo que me ha dado la experiencia y confianza suficiente para completar el reto en su totalidad. Lo que he vivido durante 22 duras etapas me han convencido de realizar un viaje en bicicleta a otro nivel y es así como termino involucrado con el proyecto Rodando los Andes.

Para recapitular, comienzo por aclarar que la idea de recorrer los 123 municipios de Boyacá siempre me pareció un requisito personal si algún día decidía emprender una travesía continental. Y, aunque no fue exactamente esa la motivación para finalmente hacerlo, por esas cosas mágicas de la vida, para septiembre partiré junto a cuatro amigos en un gran viaje por suramerica y entre mis maletas llevare el reto concluido, 123 estrellas que alumbrarán mi camino.

En realidad el reto123 comenzó hace cuatro años como un simple ejercicio de procastinación, sin mucha convicción, de pronto infundado por el temor a lo desconocido. Me entretenía trazando las rutas más eficientes entre poblaciones, generando circuitos con un máximo de 150 km por etapa, pero no pasaba de ahí. La vida civil y el día a día hicieron que pasara más de un año para que retomara actividades. Luego de ese tiempo trace las rutas con altimetrías para comprender en detalle la dificultad. Tenía un total de 23 etapas, el producto me pareció interesante y para que no quedara en el olvido decidí plasmarlo en una página web que llame: Boyacicleta, estableciendo una invitación al público, pero nadie apareció.

Sin embargo la idea de hacer el reto yo mismo no dejaba de darme vueltas en la cabeza, junto a la posibilidad de irme a vivir a mi patria chica, Duitama, para la fecha de su bicentenario (27 de julio de 2019). Pensaba realizar el reto en dos meses de corrido, pero fue pasando el tiempo y el miedo a renunciar al trabajo me cohibió de ambas cosas. Así que entrado el 2018 decidí que lo iba hacer durante un año aprovechando los fines de semana festivos y en lugar de irme a vivir a Duitama, marcaría allí la llegada de la última etapa en el día de su bicentenario como un homenaje a la ciudad que me ha dado tanto en la vida. Decidido el itinerario busque compañía, muchos se animaban, pero para que se haga realidad un proyecto de este talante, se requiere compromiso y es necesario cumplir las fechas religiosamente, así que empezaría el 27 de mayo del 2018 aunque fuera solo. Finalmente, otro hijo de Tundama, Sergio Contreras, estuvo dispuesto en la grilla de salida aquella mañana.

El reto de recorrer los 123 municipios de Boyacá en bicicleta ha sido mi mayor vivencia como cicloturista.

44438930121_0d6fbe5d81_o

El primer día aprendimos la lección más importante para resto del reto: no subestimar las pendientes que no se conocen, más aun cuando no están pavimentadas, y sobre todo cuando se marcha con alforjas y maletas. La planeación inicial estaba pensada desde mi posición habitual, como ciclista de un día acostumbrado a vías en buen estado, así que después de la primera etapa que nos llevó de Duitama a Covarachía en más de 11 horas, tuvimos que declinar el recorrido pactado para ese fin de semana que constaba de cuatro etapas similares, abarcando todo el norte de Boyacá. Para esto hay que tener cabeza fría y saber cuándo es sensato desistir. Tomamos un bus de regreso a Duitama al siguiente día y para darnos moral hicimos ese fin de semana los municipios circundantes; todo por vía pavimentada y en bicicleta de ruta. Hacer estos municipios fue clave, aunque en dificultad no sumaban mucho si en cantidad de municipios lo cual le dio un estilo al contenido del Reto que montaríamos en redes sociales. Ya íbamos 27 municipios, solo faltaban 96.

Luego del debut del Reto 123 tuvimos varias reflexiones y aprendizajes. ¿Si íbamos viajando con alforjas por qué renunciar en la primera etapa si teníamos provisiones para continuar?: Por el compromiso de retornar al trabajo luego de uno o dos días de permiso. Esto llevo a reestructurar la logística del proyecto; dividimos algunas etapas y planteamos un día comodín adicional por salida. Además, aprendimos que nadie nos va a penalizar por modificar la planeación inicial cuando el resultado seguirá siendo memorable. Hemos comprendido, también, que despacio se llega más lejos y ahí la cabeza es el músculo principal, que pequeñas metas parciales conforman una etapa épica y que el caballito de acero también se cansa. Respecto a la bicicleta hay que tratarla bien en estas travesías donde tenemos lejos la asistencia; cambiar las marchas con precaución, no hacerlo en situaciones forzadas, y limpiar la trasmisión con frecuencia. En relación con la carga hay que ser minimalistas, una prenda para estar frescos luego de la jornada, y un recambio para pedalear por si llueve es suficiente, mientras se esté seco el tema de la suciedad pasa a segundo plano; los malos olores no impedirán experimentar lo mejor de viajar en bicicleta. Hemos descubierto sensaciones muy particulares, como llegar a lugares donde nunca se ve un turista, apreciar el único hotel disponible en kilómetros a la redonda, hacer del único menú un manjar de reyes, y lo más importante: sentir en el espíritu la amabilidad de la gente que habita esas pequeñas poblaciones separadas por interminables montañas. Todo esto me ha dejado claro que prefiero viajar sin presiones, de cruzar esa otra montaña, de ver que hay más allá, de descansar cuando el cuerpo me lo pida y seguir cuando lo considere.

Es aquí ahí donde el espíritu del reto 123 conecta con los amigos de Monteadentro. Cuando oía de sus planes de rodar por la cordillera de Los Andes hasta al fin del mundo en Argentina los considere mártires por lo que iban a sufrir, pero luego me fue dando ganas de estar con ellos. Sin embargo, habían dos obstáculos: primero, ellos pensaban comenzar antes del 27 de julio de 2019 y yo tenía que terminar el Reto y segundo el miedo a dejar el trabajo y empeñar mis ahorros viajando sin generar ingresos durante más de medio año.

Pero el destino es caprichoso y a veces alcahueta con los sueños, los de Monteadentro deciden pactar la fecha de salida para principios de septiembre y me lo cuentan para anunciarme que me acompañarían en la etapa bicentaria a Duitama, me tomó solo esa noche pensarlo, al siguiente día les comunique que quería unirme a la travesía por Los Andes, desde ahí estoy vinculado. Lo de renunciar al trabajo se hacía consigna. El destino no se cansó y siguió arriándome a mis querencias, pues finalizado ese año deciden no renovarme el contrato en el lugar donde trabajaba y tampoco consigo camello nuevo antes de finalizar el 2018. Como es costumbre me voy para Duitama a pasar fiestas decembrinas y finalizando enero de 2019 decido suspender la búsqueda de trabajo en Bogotá para quedarme definitivamente en Duitama. Así tendría el tiempo terminar el reto 123 sin la barrera del límite de tiempo en las salidas y para preparar la travesía continental, así tendría el tiempo para perseguir mis sueños.

En un instante me encuentro viviendo donde quiero y cumpliendo la preparación que hubiese pensado para un sueño remoto que apenas imaginaba y que ahora está en el horno cocinándose. La reflexión más honesta e importante de mi parte es que debemos hacer las cosas que despiertan nuestra atención y emoción, sin pensar que se está perdiendo el tiempo; esa vocecita interior nunca nos está mintiendo, lo importante es disfrutarlo mientras se hace. Cuando diseñaba el recorrido para el reto 123 no sabía si de verdad lo iba a pedalear y hoy es la preparación perfecta, así como una ventana a posibles patrocinadores para una travesía que antes era solo una ficción.

Aun no sé cómo vaya a terminar esta historia, pero estoy seguro de que no me arrepentiré jamás de lo que hasta ahora ha pasado y quien sabe, tal vez en uno años estaré hablando que la travesía por los Andes fue una preparación para algo más grande, y si no, seguro me quedará la satisfacción de haberlo intentado.