Operación Éxodo: COVID-19
Nunca imaginamos que tuviéramos que abandonar el viaje de una manera tan abrupta. Veníamos felices rodando por un mundo mágico de ríos y lagos, de rayos de sol y árboles humeantes; de naturaleza viviente. Y de repente, sin pensarlo, ni calcularlo, ni especularlo, estábamos en un avión de regreso a Colombia. Tan pronto retomamos contacto con la civilización, luego de varios días de soledad y aventura por la frontera entre Argentina y Chile, nos enteramos de que el mundo entraba en una crisis de proporciones bíblicas producto del inesperado brote de Coronavirus y entonces la instrucción de regresar a casa se hizo obligatoria. Apenas logramos asomarnos a la Patagonia, sentimos las primeras ráfagas de viento aún tenue, nos ha quedado una tarea pendiente, una espinita que esperamos subsanar pronto y sobre todo una gran motivación para cada instante del presente.
Estamos muy agradecidos con la vida y sus poderes por habernos dado esta bonita oportunidad; la hemos aprovechado, hemos crecido y estamos aún más enamorados de la América del Sur. Las bicicletas y sus jinetes estamos sanos y salvos en casa, gracias a todos los que nos acompañaron en este gran viaje de la vida.
Este es el último relato de la temporada Un Viaje al Fin del Mundo.
Habíamos cruzado nuevamente a la Argentina por del paso fronterizo de Huahum, el cual conecta a Chile con el corredor turístico de los siete lagos en el norte de la Patagonia por medio de una carretera destapada en muy buenas condiciones. En pleno pico de temporada el tráfico vehicular y sus velocidades son considerables. Cuando esto sucede, es muy probable que las ruedas de los carros despidan piedras con gran ímpetu y en dirección aleatoria, haciendo que el camino fuera largo y estresante para nosotros. Por ahí se oían golpes de piedrecillas sobre los 4130s. Cuando coronábamos las ultimas rampas de la primera etapa nos encontramos con un colega cicloviajero en apuros: tensor doblado, cadena atascada y un radio roto, pero dado que en este gremio nos caracterizamos por el espíritu de cooperación, desplegamos nuestro arsenal de herramientas y los Mario y Jose Pacheco se pusieron en el trabajo. Vestido con la camiseta de “La Roja” Gonzalo Bolados se convertiría a la postre en otro gran amigo de la banda. Gonzalo es un tipo calmado y sencillo, odontólogo de profesión, pero surfista de corazón, vive en la región de Antofagasta al norte de Chile donde a través de su fundación Protección Oceánica trabaja y lucha por el cuidado de los mares. Logramos reparar su máquina y dejarle un par de cambios funcionado para poder llegar juntos a San Martín de los Andes. Seguro nos volveremos a ver con el viejo Gonza.
Aunque acumulábamos mucho cansancio en las piernas, pactamos estirar nuestra resistencia 300 kilómetros más para llegar a Bariloche y allí buscar algún hostal “barato” donde pudiéramos descansar un par de días de manera más efectiva.
Esos tres días de asfalto por la Ruta 40 fueron tranquilos. La carretera no presentaba grandes desniveles y los inmensos lagos que rodeábamos nos invitaban a parar y descansar mientras sacábamos fotos con nuestra memoria. En estos paralelos de Sudamérica la cultura de viaje y de vida al aire libre por parte de los locales es muy grande y existen muchas facilidades: lugares de campamento, baños, estacionamientos, tiendas.
Pasamos cuatro días en Bariloche. El tiempo nos mantuvo ocupados, además de descansar y cambiar repuestos de bicicletas, no escatimamos en caracterizar las incontables cervecerías artesanales que se encuentran dispersas por el centro de la ciudad. Tuvimos el placer de conocer a otro de los secos del Bikepacking de larga distancia: Tristan Ridley, un caballero inglés que lleva más de 60 sellos en su pasaporte y 3 años en la carretera y que se ha ocupado por mantener el estilo de aventura y exploración durante su viaje. Tristan había pasado harto tiempo en la Patagonia y nos sugirió rutas y destinos, estuvimos varias horas mirando mapas y degustando la oferta de ales del patio cervecero del Wesley. Nos comprometimos con Tristan a tenerle una ruta categórica para cuando llegue a Colombia, ¡vamos para esa!
Partimos de Bariloche pasado el mediodía, pedaleamos una etapa corta hasta el Lago Mascardi donde acampamos a la orilla de sus aguas. Al día siguiente la ruta regresaba nuevamente sobre el terreno destapado, a través de carreteras poco usadas y de senderos que componen la red de caminos llamada “Huella Andina”. Estos caminos han existido hace mucho tiempo y en 2008 varias instituciones locales empezaron su recuperación y señalización para generar acceso a esta experiencia natural, desafortunadamente el Gobierno retiro su apoyo. El grupo local Cycling Patagonia ha venido trabajando en la habilitación de partes del sendero para ser recorridos en bicicleta y gracias a ellos conseguimos el archivo GPX de la ruta. El trazado es de cinco estrellas, a veces es muy cerrado y la vegetación reclama su lugar, pero con calma y agrado se puede transitar y abrir el camino. Así mismo hay incontables secciones pedaleables por el bosque que nunca vas a olvidar, en especial el descenso hacia el Lago Steffen sobre el cual acuatizamos a sus bondades. Esa noche llegamos al Camping Kaleuche a orillas del Río Manso con algunos panes, frutas y vinos frescos. Mientras la tarde despuntaba en un cielo inmenso de muchos azules, nos dábamos un baño en el Rio Manso, cálido y benefactor, festejando otro gran epilogo de los días del Monteadentro.
Nuestra llegada al Bolsón distó años luz de cómo nos la habíamos imaginado, en especial para Sergio y Jose Pacheco quienes eran los que más querían atracar en esta villa. Ese día el grupo se había dividido y Mario y Sergio rodaban unas horas atrás de los otros tres. El último tramo de la etapa conectaba un resort de ski abandonado con una carretera de tierra, a través de un bosque con caminos estrechos, ramas, raíces y pedazos técnicos. Un tronco sobre el camino dinamitó el equilibrio de Sergio quien cayó al piso y fue herido por una rama traicionera a la altura de la cadera. La sangre y su color teñían con angustia un escenario ya complicado. Sergio empezó a sentir un dolor muy fuerte y el afán por comprimir la herida con trapos y ropas le impedían lidiar con la bicicleta, así que escondieron el equipaje en el bosque para escapar caminando. Mario tomo la avanzada en aras de buscar ayuda, encontró a un trabajador de la zona quien aviso por radio a una finca cercana sobre la novedad. Cuando Sergio y Mario llegaron a la finca, un par de horas después, un enfermero estaba allí para prestar un primer auxilio y a los pocos minutos llego una ambulancia que a la postre llevaría a Sergio al hospital del Bolsón a eso de las 8 de la noche.
Esta situación nos conmovió mucho, nos dolió y nos dio tristeza ver a Sergio en esas. Estando en el Bolsón a finales del verano, después de lo que ha pasado este último tiempo no quieres estar pasando las noches en un cuarto de hospital. Por el lado positivo, despertamos un sentimiento de solidaridad y fuimos llamados a la reflexión por parte del destino, aún benevolente. Por unos 4 o 5 días estuvimos en el Bolsón, visitando a Sergio, llevándole chocolates y panecillos, acompañando con conversa sus monótonas horas de reposo y recuperación.
El Hospital del Bolsón acogió a Sergio con todos los cuidados y afectos posibles. La atención, la alimentación, el cuidado y los cuatro puntos de sutura fueron de primera excelencia y no consto ni un peso. “La salud es gratis en la Argentina gracias a Perón!, que no se te olvide eso ché…” nos recalcó Santiago, una amistad pasajera, cuando le contábamos de nuestra situación en una noche de cervezas en el hostal-bar donde nos habíamos guarecido a un par de cuadras del Hospital. Sergio quedo instalado en un hospedaje cómodo y hogareño, con su equipo ordenado y medicamentos completos. Acordamos que nos encontraríamos más adelante donde el pudiera llegar en bus, y que estaríamos en contacto para ver como evolucionaba su recuperación y así ajustar la estrategia de reencuentro.
Establecimos un nuevo record mundial de la pernicia, al largar la etapa 117 pasadas las cinco de la tarde, con una buena dosis de Quilmes en la guantera para festejar el onomástico de Diego Supelano, faltaba más. Esa noche carpamos cerca del Lago Epuyén y ofrecimos un banquete de hamburguesas. Al otro día partimos en dirección al Parque Los Alerces. Lo más conveniente para nosotros era refugiarnos en el parque por unos 3 o 4 días, con calma, haciendo tiempo mientras Sergio se recuperaba, aprovechando el descanso de los lugares de camping, los lagos, las montañas, los ríos. El Parque Nacional Los Alerces es patrimonio de la humanidad debido a su inmensa riqueza y esplendor natural, y dado que arribamos formalmente fuera de temporada, principios de abril, no tuvimos que hacer ningún pago de ingreso.
A eso del cuarto día continuamos nuestro camino hacia el pueblo de Trevelin, tanta modorra en el parque nos estaba mal acostumbrando. Al llegar a Trevelin paramos en un pequeño restaurante con wifi y encontramos una bonita sorpresa: Hana y Mark estaban a un par de kilómetros del pueblo y nos juntamos nuevamente. Nuestras líneas de deseo coincidían por los próximos cientos de kilómetros. Ambos equipos seguíamos un camino remoto e interesante que ha venido ganando popularidad en el gremio y que consiste en pasar a Chile por el paso de Las Pampas y conectar los poblados de Lago Verde y la Tapera a través de La Ruta de los Troperos. Así las cosas, partimos en compañía hacia el sur.
De a pocos el viento se empezaba a sentir más frio e intenso, parar a comer o a sacar una foto implicaba ponerse algún abrigo y los paisajes se hacían más extensos y solitarios. Pasamos por el Lago Palena o Vinitter, cada país le tiene su nombre, y acampamos en una bonita pradera junto al espejo de agua. Regresamos nuevamente a Chile a través del épico paso de Las Pampas, un control donde no se realizan muchos trámites pues es posible cruzar solamente caminando, a caballo, o en bicicleta, hay varios ríos y la carretera es estrecha y pedregosa. Cruzar la frontera implicó literalmente, abrir un portón de madera y cambiar de feudo.
En Chile llegamos al pequeño pueblo de Lago Verde, allí los trámites migratorios fueron algo más estrictos y los carabineros nos abordaron con un formato en el cual declarábamos no haber sufrido síntomas de fiebre o malestar, pues se temía el brote infeccioso de una tal enfermedad llamada Coronavirus. No prestamos mucha atención pues el día había estado lluvioso y queríamos armar las carpas, cambiarnos de ropa y comer algo caliente. Esa noche acampamos a orillas del Lago Verde entre una atmósfera muy húmeda y pacífica.
Las dos etapas siguientes hasta La Tapera fueron supremas. Este camino ha sido usado desde hace mucho tiempo por indígenas y lugareños para transportar sus animales, y dada la existencia de la Carretera Austral a unos pocos kilómetros al occidente, este trazado no recibe obras de mantenimiento ni atención. Esto supone un lugar solitario, lleno de aventura, humedad y vegetación, las pendientes son exigentes y sobre un terreno difícil. Encontramos varias secciones en descenso sobre tierra húmeda y con curvas en peralte, es imposible describir la energía que se siente al ir bajando a gran velocidad por estos caminos en una bicicleta en la que toda tu vida va empacada en unas maletas.
Un último cruce de rio no separaba de La Tapera. Los planes de Hana y Mark apuntaban a desviarse un poco al norte para visitar el Parque Nacional Pumalín, mientras que nosotros seguiríamos hacia el sur tomando la Carretera Austral, así que ofrecimos una velada de despedida con buenas cantidades de vino y cerveza. Esa noche prendimos una tenue fogata, hablamos de temas más profundos e íntimos de nuestras vidas. En siete mil kilómetros de viaje nos habíamos juntado tres veces para rodar, una bonita amistad entre “El estado del arte” y los “Cinco hermanos colombianos” se había forjado. La relación que desenvolvimos con Hana y Mark significa mucho para nosotros, es una señal muy grande del destino, es una circunstancia que nos da una motivación muy grande para seguir creciendo en esto del ciclismo de aventura.
Si a la mañana siguiente alguien nos hubiera dicho que esa sería nuestra última etapa lo habríamos tildado de loco orate demente. Salimos a la Carretera Austral hasta el pequeño pueblito de Villa Amengual, entramos a un supermercado a comprar algo de comida y la señora que atendía en el mostrador se exalto con nuestra presencia, otros clientes que estaban en el local se alejaron y se taparon la cara. Algo raro sucedía. Al rato conseguimos conexión a internet y mientras comíamos un pequeño emparedado con gaseosa, nos empezábamos a enterar que el mundo se estaba desbaratando y que una enfermedad llamada Coronavirus 19 ponía en jaque mate a toda la humanidad. En las 3 horas que estuvimos pegados a la red comunicándonos con amigos y familiares para comprender mejor la situación, Argentina cerro sus Parques Nacionales y la frontera por la que deberíamos pasar en un par de semanas. Colombia anuncio que sus aeropuertos serían clausurados en 3 días.
De manera acertada Jose Román visualizo que se venía una coyuntura nunca vista por nosotros y que debíamos poner todo nuestro empeño en regresar a casa lo más rápido posible y se hecho al hombro la “operación éxodo”. Siendo las 11 de la noche contratamos una camioneta que nos llevó hasta la ciudad de Coyhaique a dos horas de camino. Nos despedimos de Mark y Hana con un fuerte y melancólico abrazo, 24 horas antes fantaseábamos con llegar al Tierra del Fuego en un par de meses y ahora nos estamos diciendo hasta luego. Al llegar a Coyahique fuimos rechazados en varios hospedajes pues se habían reportado dos casos del virus en la ciudad y el enemigo principal era el turista. A eso de las 3 de la mañana conseguimos acomodo e inmediatamente empezamos el proceso de compra de pasajes aéreos, apenas tuvimos un día para conseguir cajas para las bicicletas y empacar. Para entonces Sergio aún no se había reunido con nosotros de vuelta, venia un poco más al norte a ritmo lento dándole tiempo a su humanidad de cicatrizar su herida. Pudimos comunicarnos y reencontrarnos en Coyhaique, un saludo agridulce pues daba alegría verlo sano y salvo, pero bajo una circunstancia diferente. Todos teníamos una especie de corto circuito en la cabeza, nuestro espíritu no lograba entender lo que estaba pasando.
A la mañana siguiente un microbús nos llevó al aeropuerto Balmaceda donde muchos turistas se enfrentaban a la misma situación que nosotros. En el aeropuerto de Santiago gastamos nuestros últimos pesos en un buen almuerzo con cervezas y cruzábamos los dedos pues veíamos cómo en las pantallas el letrero de “cancelado” aparecía en más y más vuelos. Abordamos el avión de Lan de regreso a Bogotá y en la misma aeronave venia el equipo de ciclismo Inder Medellín quienes días anteriores habían conquistado el Gran Premio de la Patagonia con el escarabajo Jose Tito Hernández. En la comitiva se encontraba Fabio Duarte, campeón vigente de la Vuelta a Colombia y excampeón mundial sub 23, y Oscar Sevilla “el niño”, figura del pedalismo mundial. De manera pueril y tratando de librar el estrés y la frustración de la situación, nos mofábamos diciendo que en ese avión viajaba la crema y nata del ciclismo colombiano.
Casi tres meses después de aterrizar escribimos este último párrafo de las vivencias del proyecto Rodando Los Andes: Un viaje al fin del mundo, el cual voló por 7.319 km a orillas de la Cordillera de los Andes. Al ver la crisis que se desencadeno en todo el planeta no podemos sentirnos más que afortunados de haber conseguido llegar a casa sanos y salvos, pero fue muy duro escapar de esta manera, cuesta trabajo entender que esta es la realidad. Aunque quedó un saldo de 3.000 km y no pudimos hollar los 55 grados de latitud sur donde habíamos establecido nuestro “fin del mundo”, consideramos que cumplimos con los objetivos pactados. Mantuvimos el estilo de la aventura, superamos las dificultades más grandes del camino y dejamos la bandera por lo alto. Crecimos como seres humanos, somos personas diferentes, hemos cumplido un sueño, y atesoraremos esta personal para siempre. Pero sobre todo nos hemos vueltos adictos a los viajes en bicicleta.
Volveremos!
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