Mama Coca sur: La Cordillera Quimsa Cruz

Mama Coca Bolivia Cordillera Real

Bolivia: Oruro – Tablachaca – Cañon del Río La Paz – Nevado Illimani – Abra Pacuani.

el espolón de bolivia

Estuvimos dos semanas en Oruro realizando algunos trabajos remotos que nos aliviaron un poco las finanzas del viaje y que nos obligaron a entretener la cabeza con pensamientos diferentes por unos días. Pero es sabido que luego de un parón tan largo, retomar las jornadas de pedal duele en las piernas, más si en el plan de viaje se dibuja la imponente Cordillera Real de Los Andes.

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Dejamos las comodidades del hostal Backpackers Oruro y tomamos rumbo al norte por una carretera plana y asfaltada hasta el poblado de Caracollo. Pero antes necesitábamos recargar gasolina para la estufa, lo cual es una tarea difícil en las grandes ciudades. En Bolivia el combustible está subsidiado: es necesario presentar un documento de identidad boliviano y cada ciudadano tiene un cupo máximo de litros al mes. Paradójicamente en los pueblos es muy común encontrar venta de gasolina en tiendas y hasta restaurantes, pero se rumora que la rinden con agua y que puede ser de baja calidad. En nuestro caso, necesitamos de poco menos de un litro para 10 días de cocción, pero para muchos viajeros en moto o en campers este asunto es un verdadero dolor de cabeza. Aunque a veces pedimos el favor a algún vecino que esté llenando su carro para que incluya nuestro combustible dentro de su compra, esta vez encontramos una de las pocas estaciones de servicio de venta libre y sin subsidio donde llenamos nuestra botella.

Mama Coca Bolivia Cordillera Real
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A la entrada de Caracollo había bloqueos en la carretera por parte de los transportistas quienes exigían la pavimentación de las vías aledañas. El tema de paros de transporte es pan de cada día en Bolivia. Pero, así mismo, no tienen problema con los ciclistas y luego de las preguntas rutinarias – “¿De donde están viniendo?, ¿A donde es el viaje?”- pudimos continuar sin problema.

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Al día siguiente tomamos un falso plano en terreno destapado hacia el poblado de Tablachaca donde oficialmente empieza Mamá Coca. Esta ruta fue documentada por nombres pesados en el mundo del ciclismo de aventura: el ecuatoriano Michael Dammer y sus hermanos, quienes además gozan de un gran prestigio en la escena del alpinismo, y Cass Gilbert, un reconocido viajero que exploró los lugares más remotos de América del Sur mucho antes de la popularidad y disponibilidad de los recursos actuales relacionados con el “bikepacking”. Por lo tanto sabíamos que la ruta auguraba una buena dosis de aventura. Desde hacía mucho tiempo soñábamos con intentar este itinerario, pero sabíamos que teníamos que juntar unos buenos pergaminos y galones para ir a por ella. Los detalles de esta ruta se encuentran en BIKEPACKING.COM.

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la cordillera quimsa cruz

Desde Tablachaca empezamos a trepar hacia la Cordillera Quimsa Cruz (Tres Cruces en Aymara) a través de caminos de mineras que explotan las altas montañas. Es una pena infinita estar rodando por encima de los 4.500 metros de altura y ver lagunas color esmeralda que ya se encuentran contaminadas con metales pesados y otros residuos de la minería. Nunca nos imaginamos tener que comprar agua embotellada en pequeños caseríos desde donde se divisan cumbres glaciares. Al final de la tarde coronamos el punto más alto al cual hemos llegado con bicicletas: 5.250 metros. A pesar de nuestra buena aclimatación, meter potencia al pedaleo resultaba difícil y tuvimos que avanzar de a secciones de 30 metros, respirar unas 10 veces, y así sucesivamente. Esa noche acampamos sobre los 4.800 metros de altura en las ruinas de una construcción de piedras que nos protegió del viento.

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Esta sección del viaje la realizamos en pleno cenit del invierno; durante los meses de julio y agosto. Esta es la temporada ideal pues no hay precipitaciones y durante el día el cielo está despejado, pero las noches son largas y con temperaturas bajo cero. Desde Uyuni veníamos preparados con polainas y pantalones de lana, guantes de dedo corto para las tareas de campamento y cobijas de bebé para reforzar la pijama. Como último aderezo, herencia de nuestro ángel Paul, agregamos una dosis importante de aceite de olivas a la cena para que desde adentro el cuerpo se calentara. En definitiva la combinación de todos estos recursos dio resultado pues esa primera noche a 4.800 metros dormimos profundamente.

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Al día siguiente el camino continuó con la orografía típica de Los Andes; remontar altos pasos de montaña y bajar a rodear valles aluviales donde casi siempre hay animales de pastoreo y pequeñas comunidades. Luego de coronar uno de los tantos pasos de montaña, apareció en el horizonte el imponente Nevado Illimani, solo y prominente casi flotando entre una fina capa de nubes. El paisaje me cautivó y capturó mi atención al punto de no fijar los ojos en la carretera y en una curva me fui al piso. Las consecuencias de la caída no fueron graves pero el golpe en la mano derecha y en las costillas fue suficientemente duro como para saber qué necesitaría de unos días de descanso y evaluación. Bajamos muy despacio hasta el poblado de Tiendapata y allí, ya con calma e internet, revisamos los mapas y encontramos un lugar muy promisorio para esta situación: La Cabaña de Don Hans, a unos 10 kilómetros.

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Don Hans Hesse fue un boliviano de ascendencia alemana que durante su juventud viajó a Europa a educarse y aprender sobre las bondades del mundo moderno. A su regreso a Bolivia trajo inversión para desarrollar acueductos y sistemas de cultivo tecnificados. Durante su paso por el viejo continente aprendió del arte de escalar montañas y se aficionó a los deportes de motor. Por ello construyó una cabaña que fungió como un punto de encuentro de escaladores y raidistas de todas partes del mundo. Hoy en día Laura, una de sus hijas, junto a su esposo Pablo, su linda hija Johana y el recién nacido Pablito viven allí y ofrecen servicios de hospedaje y alimentación. Nuestra estadía en la Cabaña coincidió con los planes de Angie y Juan, dos colombianos que han recorrido toda Sudamérica en motocicleta y que también fueron atrapados por la calidez de la Cabaña y llevaban allí casi una semana. Nosotros nos tomamos con calma los días venideros para darle tiempo al cuerpo que se recuperara, tener una mano lastimada no es tan cómodo para pilotar una bicicleta, más aún cuando el terreno es descompuesto y con grandes descensos y subidas empinadas. La mano se hinchó considerablemente durante los primeros días pero fuimos constantes con los analgésicos, las terapias de agua caliente y sobre todo con el mágico remedio que Pablo nos recomendó de alcohol tibio con hojas de coca. Fue muy grato estar allí, no habríamos podido tener mejor suerte de encontrar un lugar cómodo y con gente amable con quienes estrechamos un lazo de amistad y cariño. Luego de una semana pudimos continuar con la ruta.

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el cañón del río la paz

Retomamos el viaje con destino al Cañón del Río La Paz, un boquerón de más de tres mil metros de desnivel de paisajes secos y rojizos. El descenso en sí mismo ya era una aventura, pues la estrecha carretera estaba trazada sobre una empinada ladera y con un sinnúmero de curvas en herradura. Pero además, ese día había una celebración abajo en el río lo cual indujo una cantidad de vehículos que bajaban a toda velocidad y cuyos ocupantes estaban presuntamente alicorados, al menos eso demostraban con su insensata velocidad y con los gestos de enseñar las botellas por la ventana. Así que con los seis sentidos alerta encaramos la bajada y ante cualquier sonido de un motor nos hacíamos a un lado del camino.

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Desde el Río La Paz empezamos a remontar el cañón hasta las fauces del Nevado Illampu, tarea que nos llevaría 3 días. En la tarde llegamos al poblado de Cotaña, el cual se encontraba en festividades y por lo tanto todos los hospedajes estaban llenos. Auscultamos las goteras del pueblo buscando un lugar para acampar, pero todo estaba cercado y además era empinado. Una señora nos observó y nos preguntó qué buscábamos, le contamos de nuestra vicisitud y nos ofreció poner la carpa junto a su ranchito.

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Doña Julia es una señora sumamente humilde y por lo poco que nos comentó, solitaria. Esa noche nos invitó a su casa, nos sirvió un té, nos ofreció hojas de coca para mascar y se prendió un cigarrillo. Ella lideró la conversación y nos sorprendió con sus reflexiones sobre la humanidad “todos somos hermanos; africano, americano, boliviano, negro, blanco, todos somos la misma cosa” repitió varias veces. A la mañana siguiente, sin ninguna comitiva ni fanfarria, Doña Julia celebraba 70 vueltas al sol; no nos cansamos de felicitarla y agradecerle por su hospitalidad y buen trato. “Exagerar es una forma de admirar cortésmente” dijo Roberto Bolaño.

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Al cabo de una etapa corta pero con mucho desnivel llegamos a Caylloma. En la plaza había varios vecinos vendiendo vegetales y frutas y luego de las preguntas habituales – “¿De dónde están viniendo?, ¿A donde es el viaje?”- nos dieron una cordial bienvenida al pueblo y nos indicaron un edificio de la comunidad donde podíamos pasar la noche.

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Al día siguiente la carretera se convirtió en un sendero solitario y muy empinado de pasto y rocas. Luego de coronar el alto, el camino se puso aún más emocionante a lo largo de una repisa muy delgada sobre la falda de la montaña. Del nevado bajan varios cauces de agua que atraviesan la carretera y dada la época invernal y la prevalencia de sombra en ese sector, había varias secciones congeladas. En una de ellas nos encontramos con 10 metros de hielo macizo por dónde fue muy peligroso cruzar; la fricción de los zapatos y ruedas de caucho era nula sobre el hielo y cualquier resbalón habría terminado en un abismo.

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illimani "por donde nace el sol"

Al final de la tarde llegamos a uno de los campamentos base del Illimani. La vista de la montaña era magnífica y en la pradera sobraban lugares para poner la carpa. Cuando ya el sol se ocultaba pasó un joven en una motocicleta por el campamento, le hicimos llamado de luces con las linternas para preguntarle si estaba bien acampar ahí. Juan Chura, guía de montaña de la Cordillera Real y quien a la postre se convertirá en un amigo, nos dijo que en ese lugar era muy común que durante la temporada de escalada subieran maleantes a mitad de la noche a robar. Así las cosas, desarmamos campamento y descendimos unos 3 kilómetros en la oscuridad hasta la casa de Juan donde pudimos pasar una noche tranquila.

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Nos levantamos muy temprano para incomodar lo menos posible a Juan y su familia, además salir de allí implicaba unos 300 metros de escalada y por delante ya teníamos una etapa dura. La ruta tomó un desvío por una serie de senderos y caminos en mal estado muy empinados y emocionantes. A la hora del almuerzo estábamos agotados y la sazón de la pasta cocinada la noche anterior y carente de queso rayado no ayudaba al apetito. Para mitigar la ausencia de sabor, exageramos con el aceite de oliva; sin haberlo calculado eso nos dio una dosis de energía intravenosa y cogimos a tope lo que nos quedaba de subida. En el alto tuvimos vistas magnificentes de la cara norte del Illimani y aprovechamos para sacar unas fotos y disfrutar del momento.

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En nuestros planes de viaje teníamos para ese día coronar el Abra Pacuany, a 4.600 metros de altura, y desviarnos de Mamá Coca para virar hacia el oriente y descolgarnos en franco descenso hacia Los Yungas; el piedemonte que se tiende entre la selva y la Cordillera. Un cambio radical de paisaje y ambiente se veía en el horizonte.

¡Gracias por leer!

Mapa y GPX

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