Provincias de Salta y Jujuy. Cuesta de Lipán, Purmamarca, Tilcara, Humahuaca y La Quiaca
"fiesta de la quebrada humahuaqueña para cantar; erke, charango y bombo, carnavalito para bailar".
Luego de completar “La Vuelta del Diablo” por la Puna argentina regresamos a San Antonio de los Cobres. Allí descansamos, pasamos ratos agradables con Claudia y Omar, los dueños del Hospedaje Pacha Mama, y planeamos nuestro camino rumbo al norte a través de la emblemática Quebrada de Humahuaca. Atrás quedarían varios meses de paisajes secos y desiertos.
Después de varios días de descanso y reorganización era hora de partir, pero el entusiasmo duró apenas un par de kilómetros. El freno delantero, que venía portándose de manera errática, empezó a escupir aceite negro y dejó de funcionar completamente cuando apenas salíamos de las últimas calles de San Antonio. La teoría del daño es que el aceite estaba en un estado muy deficiente y perdió sus propiedades de viscosidad y pureza y terminó por filtrarse entre los empaques. El fabricante no comercializa los repuestos necesarios, así que la única solución era conseguir una maneta de freno nueva, pero esto no sucedería en San Antonio, teníamos que viajar a una ciudad grande para resolver.
Por fortuna, Claudia y Omar viajan de manera constante a Salta Capital, pues allí viven y estudian sus tres hijas, y tenían previsto salir esa tarde. Una vez más fuimos víctimas de su incansable generosidad y nos embarcamos junto a ellos rumbo a Salta. Cuando llegamos a la casa, Luciana la hija del medio, se reacomodo con sus hermanas y nos dejó su cuarto, en la mesa siempre hubo platos de comida para nosotros y sobre todo caras amables con las cuales compartir historias y momentos gratos. Una de las sensaciones más bonitas que hemos experimentado en la vida es la de recibir ayuda y cariño de gente con la cual no teníamos ningún lazo previo, “extraños” se diría. Esto es poderoso y transformador, es lo que realmente necesita el mundo para ser diferente: empatía, generosidad, humanidad. La sensación que se tiene del mundo es la de un lugar amable donde todos somos parte de una misma familia. El compromiso posterior de replicar esa ayuda con otras personas es intrínseco; es una cadena de cosas buenas a la cual hay que darle rienda suelta. En Salta visitamos el centro histórico y nos dimos un banquete de las tradicionales empanadas salteñas, y en la tarde visitamos la tienda de bicicletas Palito Macias donde nos atendieron con suma amabilidad, adquirimos frenos nuevos y aprovechamos para cambiar el aceite a los XT de Cata. Un golpe a las finanzas que no teníamos contemplado.
De regreso en San Antonio instalamos los nuevos frenos y cogimos rumbo al norte. A mitad del camino nos encontramos con una camioneta que había pinchado pero no tenían las herramientas para desmontar el repuesto; algo para bloquear un tornillo y soltar una tuerca. Así que nuestro hombre-solo y alicates fueron una salvación casi providencial y como agradecimiento recibimos una buena dosis de alfajores artesanales los cuales recibimos con toda complacencia. Esa tarde llegamos al solitario municipio de El Moreno, este es un municipio muy pequeño con un par de tiendas y un hospedaje bastante costoso; no solo para la calidad que ofrecía sino en comparación con los precios de la región. Pero estábamos cansados y hacía mucho frío.
Al día siguiente hicimos oídos sordos a los locales que nos advertían que el camino que teníamos previsto tomar estaba destrozado por la lluvia. En efecto lo que en el mapa estaba marcado como una ruta provincial, era en verdad un río seco muy pedregoso, con trampas de arena y obstáculos naturales. Quizás por la sincronía en nuestra terquedad acérrima lo terminamos aceptando y disfrutando.
Después del medio día conectamos la carretera asfaltada, trepamos la vertiente corta de la Cuesta de Lipan y descendimos los dos mil metros de desnivel que se tienen por la mítica cara oriental. De repente, en una de las tantas curvas en herradura, apareció un viento helado; un cambio repentino y categórico de temperatura en solo un instante. Nunca habíamos experimentado algo así, nos detuvimos conmocionados a ponernos ropas y miramos hacia el cielo para saber si algún holocausto o episodio paranormal se había apoderado del momento. No tuvimos otra opción que arroparnos muy bien y continuar el descenso hacia Purmamarca. Ese frente frío se mantuvo por las próximas semanas y nosotros estuvimos ahí cuando llegó a instalarse.
la quebrada de humahuaca en bicicleta
La Quebrada de Humahuaca es una región de gran riqueza paisajística y cultural. En ese inmenso valle, tallado laboriosamente por el Río Grande, se esculpen inmensas montañas de tonos rojizos entre los cuales destacan la Montaña de los Siete Colores y la Serranía del Hornocal. Las tradiciones de los pueblos quebradeños se mantienen en gran medida y son especialmente vistosas y coloridas durante los carnavales, así mismo se conservan construcciones y lugares sagrados. La Quebrada de Humahuaca fue declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO en el 2003.
Al día siguiente visitamos la Montaña de los Siete Colores y luego buscamos un segundo desayuno en la plaza central de Purmamarca. Para nosotros resultó un poco desalentador ver la industria del turismo llevada al tope y fue casi imposible ver una fachada libre de negocios y ventas ambulantes de artesanías. Nos recargamos con un choripán y continuamos por la carretera asfaltada hacia el norte.
El siguiente poblado al cual llegamos fue Tilcara. En lo personal tenía mucha inquietud de visitar este lugar. Cuenta la historia que la Selección Argentina de fútbol se concentró en Tilcara durante la preparación para la copa mundial de México 86 como una medida de aclimatación a la altura. Dentro de las tantas anécdotas de este episodio se tiene que el plantel peregrinó hasta un cerro para pedir a la Virgen de Tilcara que interviniera en su favor para conseguir la copa, proeza que a la postre se hizo realidad. Sin embargo muchos lugareños comentan que luego del campeonato los jugadores no volvieron a Tilcara para agradecer por la beneficencia concedida y que por eso Argentina nunca más sería campeón del mundo…
En Tilcara nos juntamos nuevamente con Lucca y Marion, una pareja de ciclistas franceses a quienes habíamos conocido el día anterior en Purmamarca. Ellos vienen viajando desde Patagonia e hicimos buenas migas desde el principio; viven en la zona de los Pirineos y hablan muy buen español, son muy divertidos, generosos y les gusta compartir cervezas y vinos. Teniendo en cuenta que nuestros planes de viaje eran similares acordamos estar en contacto para encontrarnos más adelante. Nosotros aprovechamos el tiempo en Tilcara y fuimos a conocer La Garganta del Diablo, uno de los atractivos naturales de la zona que corresponde a una angostura de una quebrada donde se tienen grandes precipicios verticales. Allí en Tilcara también nos encontramos con nuestro buen amigo Héctor Manzán, que alegría que nos dio volver a verlo; él se quedaría unos días más en casa de un amigo a la espera de repuestos para su bicicleta.
Desde Tilcara el camino asfaltado continuó hasta Humahuaca. Sin duda que visitar estos pueblos fue una gran experiencia, pero rodar por el asfalto nos incomodó mucho. Las carreteras en Argentina no tienen un centímetro de berma para las bicicletas y los vehículos, en especial los buses y camiones, no tienen consideración con los ciclistas; no queda otra opción que ponerse en modo rutero y apurar el paso para reducir la exposición, pero eso no va con nuestra filosofía de viaje.
Desde Humahuaca escalamos 1.500 metros para ir hasta la Serranía del Hornocal, un paisaje montañoso de picos triangulares y rojizos de suma belleza. Ese lugar es un atractivo turístico de gran afluencia, por lo cual hubo mucho tráfico en la carretera y estuvimos casi todo el día entre una gran nube de polvo. Llegamos muy cansados a la cima y para entonces el cielo se cubrió de nubes y no hubo buena luz ni para sacar fotografías, ni para contemplar el resplandor del Hornocal en su máxima expresión. Pero la majestuosidad del lugar es palpable y el esfuerzo valió la pena. Dedicamos el día siguiente a descansar, comer helado y caminar por las coloridas calles de Humahuaca; de nuevo la presencia de turistas fue copiosa pero sentimos que allí se preserva un poco más la esencia del lugar.
Los dos días siguientes fueron una especie de trámite para llegar a La Quiaca, la ciudad fronteriza con Bolivia. Retomamos camino un día domingo muy temprano, pues al dejar atrás la Quebrada y al asomarnos a la Pampa, los vientos se convirtieron de nuevo en otra variable relevante y para esa tarde marcaban valores importantes. Ese día hubo poco tráfico y logramos progresar con rapidez hasta el municipio de Abra Pampa. La última etapa en Argentina la hicimos a relevos; nos turnamos la punta del lote cada cinco minutos y así pudimos registrar una media de 17 kilómetros por hora y llegar a La Quiaca a la hora del almuerzo. Allí recogimos una encomienda con cubiertas nuevas, líquido sellante y cadenillas. Las Maxxis Reckon 2.8 no habían tenido ningún daño, y aunque aún tenían un poco de vida útil ya registraban 7.500 km de uso. En Bolivia no se consiguen este tipo de repuestos y nuestros planes comprendían rutas remotas caracterizadas por terrenos difíciles; no queríamos exponernos a estar con afanes (como le ha sucedido a otros colegas), así que decidimos comprar nuevos zapatos y entrar a Bolivia estrenando gomas.
Atrás quedaría la Argentina, un país al cual queremos mucho y al que seguramente volveremos en el futuro cercano. Nos llevamos los mejores recuerdos de gente amable y alegre, colaboradora y siempre amiga. Gracias Argentina, nos vemos pronto!