El Sur de Bolivia en Bicicleta

Desde la frontera con Argentina, en Villazón, hasta Uyuni por el camino de la aventura.

Villazón - Tupiza - Uyuni en bicicleta

Dicen que las fronteras son solo líneas imaginarias, pero al pasar de La Quiaca (Argentina) a Villazón (Bolivia), sentimos de inmediato que nos adentrábamos en un mundo completamente nuevo, uno que se sentía más cercano a nuestras raíces. Los paisajes, las personas, la comida, todo era diferente. Después de más de siete meses pedaleando por Argentina y Chile, cruzar a Bolivia marcó un hito importante en este viaje.

Villazon-Tupiza-Uyuni-Bolivia
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Nuestro próximo gran destino era Uyuni, y para llegar allí tomamos el Camino del Dragón, una ruta que conecta Villazón, Tupiza y Uyuni en bicicleta la cual Jose recorrió por primera vez hace cuatro años, pedaleando de norte a sur, junto a cuatro amigos. Esta ruta es solitaria y destapada, lejos de la carretera principal. En el mapa, podría parecer una elección irracional tomar este camino cuando existe una vía más directa, pero si hay algo que hemos aprendido es que los lugares más memorables y las experiencias más auténticas y especiales se encuentran fuera de los caminos más transitados.

Villazon-Tupiza-Uyuni-Bolivia
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Luego de realizar los trámites de migración, comenzamos un largo ascenso marcado por el viento en contra, lo que hizo que la jornada se extendiera más de lo esperado. Al llegar a la cima, el paisaje cambió drásticamente: colinas de arena roja y gris, cactus de todas las formas y tamaños, subidas cortas y empinadas y una inmensa soledad. Estábamos en el “Bolivian Wild West”, una región conocida por su historia de anarquía, minería, contrabando y paisajes inhóspitos. Pero, a diferencia del “Wild West” americano, aquí se pedalea a más de 3.000 metros sobre el nivel del mar.

Villazon-Tupiza-Uyuni-Bolivia
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Llegamos de noche a Talina, un pequeño poblado de calles silenciosas y sin aparente movimiento. En la plaza principal, nos encontramos con los líderes de la comunidad, quienes nos dieron la bienvenida y nos ofrecieron alojamiento en un hospedaje comunitario. Aunque hoy Talina parece un pueblo olvidado, en el siglo XIX fue un punto estratégico de paso obligatorio entre Potosí y La Quiaca. Talina cuenta con lo que alguna vez fue una de las iglesias más importantes del departamento de Potosí. Además, aquí se estableció el primer banco privado de Bolivia y es la cuna de Rufino Carrasco, héroe en la Guerra del Pacífico entre Bolivia y Chile. Sin embargo, la escasez de agua y la falta de oportunidades laborales han llevado a muchos de sus habitantes a migrar a otras regiones del país. Hoy, sus calles están vacías, sus casas cerradas y solo quedan vestigios de la grandeza que alguna vez caracterizó a este rincón del Altiplano.

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El siguiente día estuvo lleno de diversión. Rodamos por entre farallones de color rojo intenso y la Puerta del Diablo – una formación rocosa que se asemeja a un gigantesco portón –  nos dió la bienvenida a Tupiza. Allí nos reencontramos con varios compañeros de ruta que habíamos conocido en Argentina, y aprovechamos la ocasión para compartir algunas cervezas.

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Después de un par de días de descanso, retomamos el camino hacia Uyuni. Habíamos planeado completar este tramo en tres días, pero se extendió uno más; desde el inicio Bolivia nos dejó claro que remontar sus altos no sería cosa fácil. Iniciamos el día escalando un puerto de 25 kilómetros con un poco más de 1.500 metros de elevación. Desde que habíamos empezado este viaje, incluso en las jornadas más duras, nunca había sentido tanta frustración: pedalear unos metros, empujar la bici, descansar y volver a intentar. Este patrón se repitió una y otra vez en los últimos kilómetros del ascenso.

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Cuando por fin coronamos el alto, descendimos hacia Nazarenito, un pequeño caserío con apenas un par de casas. Nos habían dicho que allí podríamos pedir un espacio para armar la carpa. Mientras nos acercábamos, escuchamos música que resonaba desde la única tienda del lugar. Contra todo pronóstico, en ese rincón apartado del mundo encontramos cerveza, cumbia, reguetón, y rap a todo volumen. Allí conocimos a doña Angélica y sus dos hijos, quienes nos permitieron acampar en su patio y nos invitaron a probar morcilla y chicharrón de llama.

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Conversamos con algunos mineros que se hospedaban en la casa de Doña Angélica y les contamos nuestros planes de llegar a San Vicente al día siguiente. Con mucha certeza nos advirtieron que no lo lograríamos, pues en la víspera del invierno los días eran muy cortos y la temporada de lluvia había malogrado los caminos. Al día siguiente corroboramos que los presagios eran correctos; el sol empezaba a ocultarse y aún no habíamos iniciado el último ascenso del día. A lo lejos, vimos a una mujer pastoreando las llamas de regreso a su hogar. Nos acercamos y le preguntamos si podíamos poner la carpa en su patio, ya que con los terrenos tan abiertos, el wild camping se hacía complicado. Doña Virginia, muy amablemente, nos ofreció un cuarto para pasar la noche. El invierno ya comenzaba a sentirse, y las heladas nocturnas eran cada vez más intensas.

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Virginia vive en Argentina, pero se turna con sus hermanos para ir a trabajar y acompañar a su madre, quien se niega a abandonar su hogar y su vida al lado de las llamas. Aunque ya no las pastorea a diario, al verlas regresar sabe perfectamente si falta alguna, y con destreza las guía hacia el corral. Esa noche, Virginia y su madre nos invitaron a cenar, y dormimos en un pequeño cuarto sobre pieles de llama que nos mantuvieron calientes. A la mañana siguiente, compartimos el desayuno con sus nietos, que habían ido a visitarla.

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Fuimos “víctimas” de la amabilidad de estas mujeres locales. No solo nos abrieron las puertas de su casa, sino que nos ofrecieron comida y una conversación sincera. Incluso en los lugares más remotos, la hospitalidad y la calidez humana siempre encuentran su camino. Que un desconocido nos reciba con tanta generosidad es una sensación muy poderosa, pues fortalece la confianza y la solidaridad entre las personas; esto es quizás lo que más necesitamos para hacer del mundo un mejor lugar.

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El ascenso al pueblo de San Vicente fue largo y exigente. El río se había llevado gran parte de la carretera, dejando  tramos llenos de rocas grandes y sueltas, accesibles solo para vehículos 4×4. Llegamos a San Vicente a la hora del almuerzo; dado que es un pueblo minero privado es necesario hacer un registro y solicitar permiso para cruzar. Cuenta la leyenda que el 6 de noviembre de 1908, luego de un asaltó efectuado por Butch Cassidy y Sundance Kid, los míticos bandidos del lejano oeste, un pelotón del ejército boliviano cercó a estos forajidos en una casa del poblado de San Vicente. Hoy, los restos de los atracadores de bancos más buscados en Estados Unidos y Latinoamérica residen en este lugar.

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Desde este punto, la aplicación de navegación mostraba un descenso largo y con poco ascenso hasta el próximo pueblo, donde habíamos planeado acampar. Sin embargo, el terreno resultó ser más desafiante de lo esperado. Apodado “El Camino del Dragón”, no solo por el rizado del camino que asemeja la piel de un dragón (calaminas), si no también por sus ondulantes e interminables colinas similares a la figura de este ser mitológico. En cuanto el sol se ocultó, la temperatura se desplomó y nuestros cuerpos se llenaron de frío. De pronto, cruzamos una carretera destruida por el río; había un tramo donde los vehículos ya no podían pasar. En la oscuridad, encontramos un lecho de río seco y decidimos armar la carpa allí aprovechando el terreno arenoso y con la certeza que ningún automotor podría llegar hasta allí.

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Cuatro días después de haber partido de Tupiza, finalmente llegamos a Uyuni. Los últimos kilómetros sobre asfalto fueron extenuantes, no solo por el fuerte viento en contra sino por la cantidad de carros y buses que nos cruzaban a toda velocidad. El Camino del Dragón, con sus secciones complicadas y tramos casi intransitables, nos desafió físicamente. Pero su dureza fue compensada por la inmensidad del paisaje, la soledad y en especial con el cariño de la gente que nos acogió durante estas etapas.

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salar de uyuni y el altiplano boliviano

El invierno se acercaba rápidamente, y ya habíamos experimentado temperaturas bajo cero durante las noches previas. Sabíamos que era necesario reforzar nuestro equipo para afrontar mejor estas condiciones. Así que en Uyuni compramos unos guantes de dedo corto para manejar tareas al aire libre en la mañana y la noche, medias gruesas y un pantalón de lana. Más adelante, complementamos nuestro equipo con unas cobijas de bebé, ideales para sumar capas de calor en las noches heladas.

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Durante dos días pedaleamos más de 100 kilómetros por el salar más grande del mundo: el Salar de Uyuni. El primer día, la noche nos sorprendió antes de llegar a la Isla Incahuasi. Aunque el viento y el frío se sentían intensos, y la inmensidad del lugar no nos permitía ver con claridad nuestro destino, pedalear en la oscuridad total sobre la superficie blanca, con la única compañía de nosotros dos, fue mágico e inolvidable.

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Al llegar a la Isla nos permitieron armar la carpa dentro de un espacio cerrado que anteriormente era un restaurante. Al día siguiente, siguiendo la recomendación de dos amigos ciclistas franceses, pedaleamos hasta Coqueza, un pequeño poblado ubicado al borde del Salar y a los pies del imponente volcán Tunupa; pasamos la noche en un pequeño hospedaje de sal. Desde aquí, el frío sería un compañero inseparable en nuestra travesía por las altas montañas de Bolivia. 

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Pedaleamos durante cinco días más a través del altiplano boliviano hasta llegar a la ciudad de Oruro. El trayecto por una vía secundaria nos llevó por pequeños pueblos donde encontramos sencillos hospedajes y comunidades que nos abrieron sus puertas, permitiéndonos acampar en escuelas o salones comunales. Llegar a Oruro fue un momento de celebración: habíamos completado el proyecto La Gran Puna. Durante 3 meses habíamos rodado más de 3.600 kilómetros por la Puna de Atacama de Chile, Argentina y Bolivia. Ahora debíamos prepararnos y descansar para una de las temporadas más duras de esta travesía: Los Altos Andes.

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Mapa y GPX

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