Los Yungas y La Carretera de la Muerte en Bicicleta

Sud y Nor Yungas, Bolivia.

LA REGIóN DE LOS YUNGAS

La última sección de Mamá Coca Sur había sido remota y solitaria. En los días finales apenas nos encontramos con un par de personas y quizás uno o dos carros. Luego de cruzar la cara norte del nevado Illimani y conectar la carretera principal, dejamos atrás el trazado de Mamá Coca para iniciar la ruta de bikepacking La Gira del Sud Yungas; queríamos descubrir otra región de Bolivia y disfrutar del clima cálido por algunos días.

Yungas-Carretera-Muerte-Bicicleta
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Al coronar el Abra Pacuany, nos vimos rodeados por un desfile de carros que pasaban a toda velocidad por la estrecha y polvorienta carretera. Por un momento, consideramos abandonar la misión y replantear nuestros planes. Sin embargo, al no haber estudiado el tramo de Mamá Coca que seguía y con el sol comenzando a caer, decidimos continuar hasta Tres Ríos, donde descansaríamos esa noche; afortunadamente, la ruta se fue volviendo cada vez más tranquila. Después de preguntar en varias tiendas, encontramos a los dueños de uno de los pocos hospedajes del pueblo y descubrimos la que, para nosotros, fue una de las mejores pollerías broaster de Bolivia; o al menos, así nos pareció esa noche, ¡cada uno se comió tres platos!

La región de los Yungas es una zona de transición entre las altas cumbres de la Cordillera de los Andes y la Amazonía. Nos encontramos ante un paisaje totalmente diferente al que habíamos visto en los últimos nueves meses. Las provincias del Sud Yungas y el Nor Yungas se caracterizan por su geografía montañosa, precipicios profundos, verdes abundantes y vegetación exuberante.

Yungas-Carretera-Muerte-Bicicleta
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Los datos de Osmand, la aplicación de planeación y navegación que utilizamos, indicaban un desnivel positivo acumulado significativo para las jornadas siguientes. No queríamos enfrentarnos a esta carretera con poca luz, especialmente con conductores que parecían entrenar para la Fórmula 1 o el Dakar, así que decidimos dividir el tramo hasta Curihuati en dos días. Sin embargo, ambas jornadas las terminamos pasado el mediodía. Empezamos a identificar una falla, no menor, en los datos de desnivel que mostraba la aplicación, afectando nuestras estimaciones de tiempo para cada etapa. Al analizar la ruta con más detalle, notamos que en tramos donde no había un metro de subida, pero estábamos al borde de un abismo, OsmAnd no lograba identificar con precisión las curvas de nivel, mostrando ascensos inexistentes de hasta 300 o 400 metros. Esta inexactitud persistió durante los días siguientes en Bolivia y, más adelante, en paisajes con condiciones similares.

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En la comunidad de Pariguaya nos ofrecieron pasar la noche en lo que parecía haber sido un aula de clases; y en Curihuati acampamos en la cancha de fútbol que queda en lo alto del pueblo. En el recorrido vimos varias canchas ubicadas al borde de laderas con grandes precipicios, pero a nadie jugando en ellas…recuperar el balón luego de un mal pase sería una tarea casi que imposible. A Curihuati llegamos justo a la hora del almuerzo y encontramos a una familia de turistas bolivianos que compartía un plato de pollo con pasta. Con gran amabilidad, nos convidaron y nosotros, felices, aceptamos! La calidez y hospitalidad de las personas en Bolivia ha sido una constante en todas las regiones que hemos visitado.

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Desde Curihuati seguimos por la ruta Gira del Sud Yungas rumbo a Irupana. El camino para conectar con la vía principal que viene de Oruro nos recordó aquellos días felices en Santandercito (Colombia) – uno de los lugares que más queremos y un verdadero paraíso para el ciclismo de montaña – donde solíamos pedalear entre árboles frutales y cultivos de café, enfrentando inclementes rampones. Los últimos kilómetros hasta Irupana fueron difíciles: calor, humedad, rampas empinadas, trampas de arena, y nuevamente, muchos carros. Aprovechamos el clima de Irupana para tomar un día de descanso; era ya la octava etapa desde que retomamos el camino tras la caída de Jose en la cordillera de Quimsa Cruz.

El trayecto entre Irupana y Chulumani lo disfrutamos mucho, pues se desviaba de la vía principal. Sin embargo, por evitar una rampa que se veía a lo lejos, y hacerle caso a uno de los tracks que llevábamos, terminamos por un camino lleno de matorrales empujando la bicicleta por un par de kilómetros. Durante estos días cruzamos extensos sembrados de coca, pues los Yungas ofrece el clima ideal para el cultivo de esta hoja. En Bolivia la coca es un símbolo central en la identidad de las comunidades, su consumo en hoja es común y legal y en esta región es una fuente importante de ingresos para muchas familias campesinas.

Yungas-Carretera-Muerte-Bicicleta
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En Chulumani descubrimos uno de los manjares más escondidos de Bolivia: las jawitas, una especie de empanada rellena de queso, mucho queso. Aunque comimos varias, nunca serían suficientes; hasta el día de hoy José me reclama por no haber comido más. La siguiente etapa la habíamos planeado hasta el parque acuático en Trinidad Pampa, pero al llegar a Coripata, el cielo comenzó a cubrirse de nubes negras, así que decidimos quedarnos en un pequeño hostal del pueblo. Al día siguiente, completamos la primera sección de la ruta La Gira del Sud Yungas y llegamos a Coroico.

La atmósfera en este municipio era festiva: el calor, el turismo y la energía del lugar era completamente distinta. Aprovechamos para lavar ropa, descansar, trabajar un poco y disfrutar unas cervezas en la plaza. La noche que nos preparábamos para partir, José se enfermó con un fuerte dolor de estómago. Los síntomas, cólicos y espasmos muy fuertes y ausencia de fiebre y escalofríos, sugerían que el dolor era a causa de parásitos. Afortunadamente, en el rigor de nuestra planeación, teníamos la dosis correspondiente de Albendazol en el botiquín; 2 días más de descanso fueron necesarios antes de retomar la ruta.

Yungas-Carretera-Muerte-Bicicleta

la carretera de la muerte en bicicleta

El pronóstico del clima para los días siguientes no era alentador. Parecía que habíamos perdido la oportunidad de hacer el ascenso de la Carretera de la Muerte en bicicleta con buen tiempo, pero ya era hora de salir de Coroico. Este mítico camino conecta La Paz con Los Yungas y la Amazonía boliviana. Fue construido en la década de 1930 a manos de prisioneros paraguayos durante la Guerra del Chaco: una disputa territorial entre Bolivia y Paraguay por el control y soberanía sobre el Gran Chaco. La calzada tiene un ancho máximo de 3 metros, no hay guardacarriles, el terreno es empinado, húmedo, casi siempre cubierto de neblina, y los precipicios oscilan entre los 600 y 800 metros de caída libre. La cantidad de siniestros le valieron el funesto reconocimiento como la carretera más peligrosa del mundo; se estima que durante la década de los 90 la tasa de muertes era de 1 por día. 

Yungas-Carretera-Muerte-Bicicleta
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En 2006, se inauguró una nueva ruta asfaltada y la Carretera de la Muerte se convirtió en un popular destino para los viajeros, especialmente para los cientos de ciclistas que descienden desde La Paz en planes turísticos todos los días. Quizás para muchos este camino es un cliché, una trampa para turistas, pero a nosotros nos encantó; la hicimos en sentido contrario – de subida – y fue una escalada tranquila, llena de naturaleza y momentos épicos.

Paradójicamente, cuando cruzamos el letrero que marcaba el final de la Carretera de la muerte, empezó lo realmente difícil. Habíamos partido de Coroico bajo un cielo cargado de nubes negras, y con cada kilómetro que ascendíamos, la neblina se hacía más densa. Y de pronto, todo quedó cubierto de blanco; el sol no podía atravesar la espesa niebla, y comenzó a llover. Aunque nos pusimos ropa impermeable, la humedad se filtró por todos lados, dejándonos completamente empapados.

Yungas-Carretera-Muerte-Bicicleta
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Cuando llegamos a Chuspipata, no había un alma en el pueblo. Sabíamos que algunos ciclistas acampaban en un prado cercano, pero todo estaba encharcado. Mientras evaluábamos nuestras opciones, apareció una camioneta y nos acercamos a preguntar si podíamos montar nuestra carpa bajo el techo de la única tienda del lugar. Al vernos mojados y con frío, el conductor nos ofreció un espacio en su casa con techo y paredes que nos protegieron del viento y la lluvia. Esa noche, cayó agua del cielo sin parar.

Nos despertamos bajo la lluvia, así que desmontamos nuestra carpa con calma. Cuando decidimos salir, comenzaron a llegar camionetas repletas de ciclistas, que a juzgar por la apariencia no tenían mucha experiencia; si el día anterior era arriesgado descender, hacerlo en esas condiciones de neblina y lluvia nos parecía irresponsable.

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Nos faltaban apenas 6 kilómetros para llegar a Pongo, pero mi cuerpo no tenía fuerzas; había llovido durante toda la etapa, el frío era penetrante y no me quedaba ni un ápice de energía. Cuando finalmente arribamos, nos recibió una escena desoladora: todos los restaurantes estaban cerrados y no había nadie a quien preguntar por el hospedaje del pueblo. Pongo es un destino turístico popular entre los habitantes de La Paz, quienes van a comer trucha los fines de semana cuando hay buen clima; pero ese día parecía un pueblo fantasma. Afortunadamente, el único restaurante abierto era atendido por la sobrina de la dueña del hospedaje, quien nos permitió ingresar unas horas más tarde. Esa noche, fui yo quien terminó enferma del estómago. Pero esta vez, el diagnóstico era diferente; la ingesta de un café con agua de dudosa procedencia, había hecho de las suyas. En este caso sospechamos de bacterias, por lo que nuevamente fuimos al botiquín, pero esta vez por Trimetropin Sulfa, el medicamento estelar para la “diarrea del viajero”.

Yungas-Carretera-Muerte-Bicicleta
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Tras un día de reposo total, el cielo finalmente se despejó, revelando imponentes montañas que habían permanecido ocultas durante los días anteriores, así que nos preparamos para completar el ascenso. Después de 4 horas de pedal llegamos a la Laguna Estrellani, al punto que se conoce como La Cumbre. Esa noche, 1 de agosto, se celebraba el inicio del mes de la Pachamama, la diosa andina de la fertilidad. Los guardaparques nos ofrecieron poner nuestra carpa en una cabaña que en el pasado había funcionado como oficina.

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Mientras afuera se encendían fogatas y se realizaban ofrendas con alcohol y rituales tradicionales, nosotros aprovechamos el refugio para descansar y terminar de recuperar energías; al día siguiente retomaríamos la ruta Mama Coca, y lo que nos esperaba requeriría toda nuestra fuerza y concentración.

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Mapa y GPX

Mama Coca sur: La Cordillera Quimsa Cruz

Mama Coca Bolivia Cordillera Real

Bolivia: Oruro – Tablachaca – Cañon del Río La Paz – Nevado Illimani – Abra Pacuani.

el espolón de bolivia

Estuvimos dos semanas en Oruro realizando algunos trabajos remotos que nos aliviaron un poco las finanzas del viaje y que nos obligaron a entretener la cabeza con pensamientos diferentes por unos días. Pero es sabido que luego de un parón tan largo, retomar las jornadas de pedal duele en las piernas, más si en el plan de viaje se dibuja la imponente Cordillera Real de Los Andes.

Mama Coca Bolivia Cordillera Real
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Dejamos las comodidades del hostal Backpackers Oruro y tomamos rumbo al norte por una carretera plana y asfaltada hasta el poblado de Caracollo. Pero antes necesitábamos recargar gasolina para la estufa, lo cual es una tarea difícil en las grandes ciudades. En Bolivia el combustible está subsidiado: es necesario presentar un documento de identidad boliviano y cada ciudadano tiene un cupo máximo de litros al mes. Paradójicamente en los pueblos es muy común encontrar venta de gasolina en tiendas y hasta restaurantes, pero se rumora que la rinden con agua y que puede ser de baja calidad. En nuestro caso, necesitamos de poco menos de un litro para 10 días de cocción, pero para muchos viajeros en moto o en campers este asunto es un verdadero dolor de cabeza. Aunque a veces pedimos el favor a algún vecino que esté llenando su carro para que incluya nuestro combustible dentro de su compra, esta vez encontramos una de las pocas estaciones de servicio de venta libre y sin subsidio donde llenamos nuestra botella.

Mama Coca Bolivia Cordillera Real
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A la entrada de Caracollo había bloqueos en la carretera por parte de los transportistas quienes exigían la pavimentación de las vías aledañas. El tema de paros de transporte es pan de cada día en Bolivia. Pero, así mismo, no tienen problema con los ciclistas y luego de las preguntas rutinarias – “¿De donde están viniendo?, ¿A donde es el viaje?”- pudimos continuar sin problema.

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Al día siguiente tomamos un falso plano en terreno destapado hacia el poblado de Tablachaca donde oficialmente empieza Mamá Coca. Esta ruta fue documentada por nombres pesados en el mundo del ciclismo de aventura: el ecuatoriano Michael Dammer y sus hermanos, quienes además gozan de un gran prestigio en la escena del alpinismo, y Cass Gilbert, un reconocido viajero que exploró los lugares más remotos de América del Sur mucho antes de la popularidad y disponibilidad de los recursos actuales relacionados con el “bikepacking”. Por lo tanto sabíamos que la ruta auguraba una buena dosis de aventura. Desde hacía mucho tiempo soñábamos con intentar este itinerario, pero sabíamos que teníamos que juntar unos buenos pergaminos y galones para ir a por ella. Los detalles de esta ruta se encuentran en BIKEPACKING.COM.

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la cordillera quimsa cruz

Desde Tablachaca empezamos a trepar hacia la Cordillera Quimsa Cruz (Tres Cruces en Aymara) a través de caminos de mineras que explotan las altas montañas. Es una pena infinita estar rodando por encima de los 4.500 metros de altura y ver lagunas color esmeralda que ya se encuentran contaminadas con metales pesados y otros residuos de la minería. Nunca nos imaginamos tener que comprar agua embotellada en pequeños caseríos desde donde se divisan cumbres glaciares. Al final de la tarde coronamos el punto más alto al cual hemos llegado con bicicletas: 5.250 metros. A pesar de nuestra buena aclimatación, meter potencia al pedaleo resultaba difícil y tuvimos que avanzar de a secciones de 30 metros, respirar unas 10 veces, y así sucesivamente. Esa noche acampamos sobre los 4.800 metros de altura en las ruinas de una construcción de piedras que nos protegió del viento.

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Esta sección del viaje la realizamos en pleno cenit del invierno; durante los meses de julio y agosto. Esta es la temporada ideal pues no hay precipitaciones y durante el día el cielo está despejado, pero las noches son largas y con temperaturas bajo cero. Desde Uyuni veníamos preparados con polainas y pantalones de lana, guantes de dedo corto para las tareas de campamento y cobijas de bebé para reforzar la pijama. Como último aderezo, herencia de nuestro ángel Paul, agregamos una dosis importante de aceite de olivas a la cena para que desde adentro el cuerpo se calentara. En definitiva la combinación de todos estos recursos dio resultado pues esa primera noche a 4.800 metros dormimos profundamente.

Mama Coca Bolivia Cordillera Real
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Al día siguiente el camino continuó con la orografía típica de Los Andes; remontar altos pasos de montaña y bajar a rodear valles aluviales donde casi siempre hay animales de pastoreo y pequeñas comunidades. Luego de coronar uno de los tantos pasos de montaña, apareció en el horizonte el imponente Nevado Illimani, solo y prominente casi flotando entre una fina capa de nubes. El paisaje me cautivó y capturó mi atención al punto de no fijar los ojos en la carretera y en una curva me fui al piso. Las consecuencias de la caída no fueron graves pero el golpe en la mano derecha y en las costillas fue suficientemente duro como para saber qué necesitaría de unos días de descanso y evaluación. Bajamos muy despacio hasta el poblado de Tiendapata y allí, ya con calma e internet, revisamos los mapas y encontramos un lugar muy promisorio para esta situación: La Cabaña de Don Hans, a unos 10 kilómetros.

Mama Coca Bolivia Cordillera Real
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Don Hans Hesse fue un boliviano de ascendencia alemana que durante su juventud viajó a Europa a educarse y aprender sobre las bondades del mundo moderno. A su regreso a Bolivia trajo inversión para desarrollar acueductos y sistemas de cultivo tecnificados. Durante su paso por el viejo continente aprendió del arte de escalar montañas y se aficionó a los deportes de motor. Por ello construyó una cabaña que fungió como un punto de encuentro de escaladores y raidistas de todas partes del mundo. Hoy en día Laura, una de sus hijas, junto a su esposo Pablo, su linda hija Johana y el recién nacido Pablito viven allí y ofrecen servicios de hospedaje y alimentación. Nuestra estadía en la Cabaña coincidió con los planes de Angie y Juan, dos colombianos que han recorrido toda Sudamérica en motocicleta y que también fueron atrapados por la calidez de la Cabaña y llevaban allí casi una semana. Nosotros nos tomamos con calma los días venideros para darle tiempo al cuerpo que se recuperara, tener una mano lastimada no es tan cómodo para pilotar una bicicleta, más aún cuando el terreno es descompuesto y con grandes descensos y subidas empinadas. La mano se hinchó considerablemente durante los primeros días pero fuimos constantes con los analgésicos, las terapias de agua caliente y sobre todo con el mágico remedio que Pablo nos recomendó de alcohol tibio con hojas de coca. Fue muy grato estar allí, no habríamos podido tener mejor suerte de encontrar un lugar cómodo y con gente amable con quienes estrechamos un lazo de amistad y cariño. Luego de una semana pudimos continuar con la ruta.

Mama Coca Bolivia Cordillera Real
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el cañón del río la paz

Retomamos el viaje con destino al Cañón del Río La Paz, un boquerón de más de tres mil metros de desnivel de paisajes secos y rojizos. El descenso en sí mismo ya era una aventura, pues la estrecha carretera estaba trazada sobre una empinada ladera y con un sinnúmero de curvas en herradura. Pero además, ese día había una celebración abajo en el río lo cual indujo una cantidad de vehículos que bajaban a toda velocidad y cuyos ocupantes estaban presuntamente alicorados, al menos eso demostraban con su insensata velocidad y con los gestos de enseñar las botellas por la ventana. Así que con los seis sentidos alerta encaramos la bajada y ante cualquier sonido de un motor nos hacíamos a un lado del camino.

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Desde el Río La Paz empezamos a remontar el cañón hasta las fauces del Nevado Illampu, tarea que nos llevaría 3 días. En la tarde llegamos al poblado de Cotaña, el cual se encontraba en festividades y por lo tanto todos los hospedajes estaban llenos. Auscultamos las goteras del pueblo buscando un lugar para acampar, pero todo estaba cercado y además era empinado. Una señora nos observó y nos preguntó qué buscábamos, le contamos de nuestra vicisitud y nos ofreció poner la carpa junto a su ranchito.

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Doña Julia es una señora sumamente humilde y por lo poco que nos comentó, solitaria. Esa noche nos invitó a su casa, nos sirvió un té, nos ofreció hojas de coca para mascar y se prendió un cigarrillo. Ella lideró la conversación y nos sorprendió con sus reflexiones sobre la humanidad “todos somos hermanos; africano, americano, boliviano, negro, blanco, todos somos la misma cosa” repitió varias veces. A la mañana siguiente, sin ninguna comitiva ni fanfarria, Doña Julia celebraba 70 vueltas al sol; no nos cansamos de felicitarla y agradecerle por su hospitalidad y buen trato. “Exagerar es una forma de admirar cortésmente” dijo Roberto Bolaño.

Mama Coca Bolivia Cordillera Real
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Al cabo de una etapa corta pero con mucho desnivel llegamos a Caylloma. En la plaza había varios vecinos vendiendo vegetales y frutas y luego de las preguntas habituales – “¿De dónde están viniendo?, ¿A donde es el viaje?”- nos dieron una cordial bienvenida al pueblo y nos indicaron un edificio de la comunidad donde podíamos pasar la noche.

Mama Coca Bolivia Cordillera Real
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Al día siguiente la carretera se convirtió en un sendero solitario y muy empinado de pasto y rocas. Luego de coronar el alto, el camino se puso aún más emocionante a lo largo de una repisa muy delgada sobre la falda de la montaña. Del nevado bajan varios cauces de agua que atraviesan la carretera y dada la época invernal y la prevalencia de sombra en ese sector, había varias secciones congeladas. En una de ellas nos encontramos con 10 metros de hielo macizo por dónde fue muy peligroso cruzar; la fricción de los zapatos y ruedas de caucho era nula sobre el hielo y cualquier resbalón habría terminado en un abismo.

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illimani "por donde nace el sol"

Al final de la tarde llegamos a uno de los campamentos base del Illimani. La vista de la montaña era magnífica y en la pradera sobraban lugares para poner la carpa. Cuando ya el sol se ocultaba pasó un joven en una motocicleta por el campamento, le hicimos llamado de luces con las linternas para preguntarle si estaba bien acampar ahí. Juan Chura, guía de montaña de la Cordillera Real y quien a la postre se convertirá en un amigo, nos dijo que en ese lugar era muy común que durante la temporada de escalada subieran maleantes a mitad de la noche a robar. Así las cosas, desarmamos campamento y descendimos unos 3 kilómetros en la oscuridad hasta la casa de Juan donde pudimos pasar una noche tranquila.

Mama Coca Bolivia Cordillera Real
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Nos levantamos muy temprano para incomodar lo menos posible a Juan y su familia, además salir de allí implicaba unos 300 metros de escalada y por delante ya teníamos una etapa dura. La ruta tomó un desvío por una serie de senderos y caminos en mal estado muy empinados y emocionantes. A la hora del almuerzo estábamos agotados y la sazón de la pasta cocinada la noche anterior y carente de queso rayado no ayudaba al apetito. Para mitigar la ausencia de sabor, exageramos con el aceite de oliva; sin haberlo calculado eso nos dio una dosis de energía intravenosa y cogimos a tope lo que nos quedaba de subida. En el alto tuvimos vistas magnificentes de la cara norte del Illimani y aprovechamos para sacar unas fotos y disfrutar del momento.

Mama Coca Bolivia Cordillera Real
Mama Coca Bolivia Cordillera Real
Mama Coca Bolivia Cordillera Real

En nuestros planes de viaje teníamos para ese día coronar el Abra Pacuany, a 4.600 metros de altura, y desviarnos de Mamá Coca para virar hacia el oriente y descolgarnos en franco descenso hacia Los Yungas; el piedemonte que se tiende entre la selva y la Cordillera. Un cambio radical de paisaje y ambiente se veía en el horizonte.

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Mapa y GPX

Mama Coca Bolivia Cordillera Real

El Sur de Bolivia en Bicicleta

Desde la frontera con Argentina, en Villazón, hasta Uyuni por el camino de la aventura.

Villazón - Tupiza - Uyuni en bicicleta

Dicen que las fronteras son solo líneas imaginarias, pero al pasar de La Quiaca (Argentina) a Villazón (Bolivia), sentimos de inmediato que nos adentrábamos en un mundo completamente nuevo, uno que se sentía más cercano a nuestras raíces. Los paisajes, las personas, la comida, todo era diferente. Después de más de siete meses pedaleando por Argentina y Chile, cruzar a Bolivia marcó un hito importante en este viaje.

Villazon-Tupiza-Uyuni-Bolivia
Villazon-Tupiza-Uyuni-Bolivia

Nuestro próximo gran destino era Uyuni, y para llegar allí tomamos el Camino del Dragón, una ruta que conecta Villazón, Tupiza y Uyuni en bicicleta la cual Jose recorrió por primera vez hace cuatro años, pedaleando de norte a sur, junto a cuatro amigos. Esta ruta es solitaria y destapada, lejos de la carretera principal. En el mapa, podría parecer una elección irracional tomar este camino cuando existe una vía más directa, pero si hay algo que hemos aprendido es que los lugares más memorables y las experiencias más auténticas y especiales se encuentran fuera de los caminos más transitados.

Villazon-Tupiza-Uyuni-Bolivia
Villazon-Tupiza-Uyuni-Bolivia
Villazon-Tupiza-Uyuni-Bolivia

Luego de realizar los trámites de migración, comenzamos un largo ascenso marcado por el viento en contra, lo que hizo que la jornada se extendiera más de lo esperado. Al llegar a la cima, el paisaje cambió drásticamente: colinas de arena roja y gris, cactus de todas las formas y tamaños, subidas cortas y empinadas y una inmensa soledad. Estábamos en el “Bolivian Wild West”, una región conocida por su historia de anarquía, minería, contrabando y paisajes inhóspitos. Pero, a diferencia del “Wild West” americano, aquí se pedalea a más de 3.000 metros sobre el nivel del mar.

Villazon-Tupiza-Uyuni-Bolivia
Villazon-Tupiza-Uyuni-Bolivia

Llegamos de noche a Talina, un pequeño poblado de calles silenciosas y sin aparente movimiento. En la plaza principal, nos encontramos con los líderes de la comunidad, quienes nos dieron la bienvenida y nos ofrecieron alojamiento en un hospedaje comunitario. Aunque hoy Talina parece un pueblo olvidado, en el siglo XIX fue un punto estratégico de paso obligatorio entre Potosí y La Quiaca. Talina cuenta con lo que alguna vez fue una de las iglesias más importantes del departamento de Potosí. Además, aquí se estableció el primer banco privado de Bolivia y es la cuna de Rufino Carrasco, héroe en la Guerra del Pacífico entre Bolivia y Chile. Sin embargo, la escasez de agua y la falta de oportunidades laborales han llevado a muchos de sus habitantes a migrar a otras regiones del país. Hoy, sus calles están vacías, sus casas cerradas y solo quedan vestigios de la grandeza que alguna vez caracterizó a este rincón del Altiplano.

Villazon-Tupiza-Uyuni-Bolivia
Villazon-Tupiza-Uyuni-Bolivia
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El siguiente día estuvo lleno de diversión. Rodamos por entre farallones de color rojo intenso y la Puerta del Diablo – una formación rocosa que se asemeja a un gigantesco portón –  nos dió la bienvenida a Tupiza. Allí nos reencontramos con varios compañeros de ruta que habíamos conocido en Argentina, y aprovechamos la ocasión para compartir algunas cervezas.

Villazon-Tupiza-Uyuni-Bolivia
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Villazon-Tupiza-Uyuni-Bolivia
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Después de un par de días de descanso, retomamos el camino hacia Uyuni. Habíamos planeado completar este tramo en tres días, pero se extendió uno más; desde el inicio Bolivia nos dejó claro que remontar sus altos no sería cosa fácil. Iniciamos el día escalando un puerto de 25 kilómetros con un poco más de 1.500 metros de elevación. Desde que habíamos empezado este viaje, incluso en las jornadas más duras, nunca había sentido tanta frustración: pedalear unos metros, empujar la bici, descansar y volver a intentar. Este patrón se repitió una y otra vez en los últimos kilómetros del ascenso.

Villazon-Tupiza-Uyuni-Bolivia
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Cuando por fin coronamos el alto, descendimos hacia Nazarenito, un pequeño caserío con apenas un par de casas. Nos habían dicho que allí podríamos pedir un espacio para armar la carpa. Mientras nos acercábamos, escuchamos música que resonaba desde la única tienda del lugar. Contra todo pronóstico, en ese rincón apartado del mundo encontramos cerveza, cumbia, reguetón, y rap a todo volumen. Allí conocimos a doña Angélica y sus dos hijos, quienes nos permitieron acampar en su patio y nos invitaron a probar morcilla y chicharrón de llama.

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Conversamos con algunos mineros que se hospedaban en la casa de Doña Angélica y les contamos nuestros planes de llegar a San Vicente al día siguiente. Con mucha certeza nos advirtieron que no lo lograríamos, pues en la víspera del invierno los días eran muy cortos y la temporada de lluvia había malogrado los caminos. Al día siguiente corroboramos que los presagios eran correctos; el sol empezaba a ocultarse y aún no habíamos iniciado el último ascenso del día. A lo lejos, vimos a una mujer pastoreando las llamas de regreso a su hogar. Nos acercamos y le preguntamos si podíamos poner la carpa en su patio, ya que con los terrenos tan abiertos, el wild camping se hacía complicado. Doña Virginia, muy amablemente, nos ofreció un cuarto para pasar la noche. El invierno ya comenzaba a sentirse, y las heladas nocturnas eran cada vez más intensas.

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Virginia vive en Argentina, pero se turna con sus hermanos para ir a trabajar y acompañar a su madre, quien se niega a abandonar su hogar y su vida al lado de las llamas. Aunque ya no las pastorea a diario, al verlas regresar sabe perfectamente si falta alguna, y con destreza las guía hacia el corral. Esa noche, Virginia y su madre nos invitaron a cenar, y dormimos en un pequeño cuarto sobre pieles de llama que nos mantuvieron calientes. A la mañana siguiente, compartimos el desayuno con sus nietos, que habían ido a visitarla.

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Fuimos “víctimas” de la amabilidad de estas mujeres locales. No solo nos abrieron las puertas de su casa, sino que nos ofrecieron comida y una conversación sincera. Incluso en los lugares más remotos, la hospitalidad y la calidez humana siempre encuentran su camino. Que un desconocido nos reciba con tanta generosidad es una sensación muy poderosa, pues fortalece la confianza y la solidaridad entre las personas; esto es quizás lo que más necesitamos para hacer del mundo un mejor lugar.

Villazon-Tupiza-Uyuni-Bolivia
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El ascenso al pueblo de San Vicente fue largo y exigente. El río se había llevado gran parte de la carretera, dejando  tramos llenos de rocas grandes y sueltas, accesibles solo para vehículos 4×4. Llegamos a San Vicente a la hora del almuerzo; dado que es un pueblo minero privado es necesario hacer un registro y solicitar permiso para cruzar. Cuenta la leyenda que el 6 de noviembre de 1908, luego de un asaltó efectuado por Butch Cassidy y Sundance Kid, los míticos bandidos del lejano oeste, un pelotón del ejército boliviano cercó a estos forajidos en una casa del poblado de San Vicente. Hoy, los restos de los atracadores de bancos más buscados en Estados Unidos y Latinoamérica residen en este lugar.

Villazon-Tupiza-Uyuni-Bolivia
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Desde este punto, la aplicación de navegación mostraba un descenso largo y con poco ascenso hasta el próximo pueblo, donde habíamos planeado acampar. Sin embargo, el terreno resultó ser más desafiante de lo esperado. Apodado “El Camino del Dragón”, no solo por el rizado del camino que asemeja la piel de un dragón (calaminas), si no también por sus ondulantes e interminables colinas similares a la figura de este ser mitológico. En cuanto el sol se ocultó, la temperatura se desplomó y nuestros cuerpos se llenaron de frío. De pronto, cruzamos una carretera destruida por el río; había un tramo donde los vehículos ya no podían pasar. En la oscuridad, encontramos un lecho de río seco y decidimos armar la carpa allí aprovechando el terreno arenoso y con la certeza que ningún automotor podría llegar hasta allí.

Villazon-Tupiza-Uyuni-Bolivia
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Cuatro días después de haber partido de Tupiza, finalmente llegamos a Uyuni. Los últimos kilómetros sobre asfalto fueron extenuantes, no solo por el fuerte viento en contra sino por la cantidad de carros y buses que nos cruzaban a toda velocidad. El Camino del Dragón, con sus secciones complicadas y tramos casi intransitables, nos desafió físicamente. Pero su dureza fue compensada por la inmensidad del paisaje, la soledad y en especial con el cariño de la gente que nos acogió durante estas etapas.

Villazon-Tupiza-Uyuni-Bolivia
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salar de uyuni y el altiplano boliviano

El invierno se acercaba rápidamente, y ya habíamos experimentado temperaturas bajo cero durante las noches previas. Sabíamos que era necesario reforzar nuestro equipo para afrontar mejor estas condiciones. Así que en Uyuni compramos unos guantes de dedo corto para manejar tareas al aire libre en la mañana y la noche, medias gruesas y un pantalón de lana. Más adelante, complementamos nuestro equipo con unas cobijas de bebé, ideales para sumar capas de calor en las noches heladas.

Villazon-Tupiza-Uyuni-Bolivia
Villazon-Tupiza-Uyuni-Bolivia
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Durante dos días pedaleamos más de 100 kilómetros por el salar más grande del mundo: el Salar de Uyuni. El primer día, la noche nos sorprendió antes de llegar a la Isla Incahuasi. Aunque el viento y el frío se sentían intensos, y la inmensidad del lugar no nos permitía ver con claridad nuestro destino, pedalear en la oscuridad total sobre la superficie blanca, con la única compañía de nosotros dos, fue mágico e inolvidable.

Villazon-Tupiza-Uyuni-Bolivia
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Al llegar a la Isla nos permitieron armar la carpa dentro de un espacio cerrado que anteriormente era un restaurante. Al día siguiente, siguiendo la recomendación de dos amigos ciclistas franceses, pedaleamos hasta Coqueza, un pequeño poblado ubicado al borde del Salar y a los pies del imponente volcán Tunupa; pasamos la noche en un pequeño hospedaje de sal. Desde aquí, el frío sería un compañero inseparable en nuestra travesía por las altas montañas de Bolivia. 

Villazon-Tupiza-Uyuni-Bolivia
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Pedaleamos durante cinco días más a través del altiplano boliviano hasta llegar a la ciudad de Oruro. El trayecto por una vía secundaria nos llevó por pequeños pueblos donde encontramos sencillos hospedajes y comunidades que nos abrieron sus puertas, permitiéndonos acampar en escuelas o salones comunales. Llegar a Oruro fue un momento de celebración: habíamos completado el proyecto La Gran Puna. Durante 3 meses habíamos rodado más de 3.600 kilómetros por la Puna de Atacama de Chile, Argentina y Bolivia. Ahora debíamos prepararnos y descansar para una de las temporadas más duras de esta travesía: Los Altos Andes.

Villazon-Tupiza-Uyuni-Bolivia
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Mapa y GPX

EL CAMINO DEL DRAGÓN

The Bolivian Wild West y el Norte de Argentina.

Tercera temporada. A la altura del kilómetro dos mil son varias las lecciones aprendidas y la confianza adquirida. Así mismo optar por vías remotas y aisladas va perfeccionando el estilo de la grupeta. El sur de Bolivia y el Norte de Argentina fueron los terruños de esparcimiento y perfeccionamiento antes de entrar en la inhóspita Ruta de los Seismiles.

Un júbilo se había apoderado de nosotros, en especial teníamos la sensación de ser mejores viajeros al pedal. Habíamos adquirido destrezas en la navegación por el terreno, las tareas de la cocina se hacían con mayor diligencia, estábamos cómodos y felices durmiendo en las carpas y con dos mil kilómetros de tierra encima, no sólo la confianza en nuestros aprendizajes y capacidades encontraba asidero, sino que las piernas y los pulmones se habían hecho más fuertes. Así mismo, nuestro espíritu se llenaba de poder y calor a medida que ganábamos grados de latitud sur.

Desde Uyuni, es normal que los viajes de aventura y mochila continúen hacia San Pedro de Atacama a través de la conocida Ruta de Las Lagunas, un itinerario que se realiza en camionetas 4×4 durante tres días. Sumado a la congestión de la zona, el turismo infla los precios y en ese tramo se tienen importes por el cruce de parques y reservas naturales, así que eran varias las razones para buscar otro camino. Apoyados en nuestro oráculo Osmand y en las vistas de satélite, encontramos una tenue línea que se dibujaba hacia el oriente y que suponíamos no debía ser muy frecuentada de acuerdo con las convenciones del mapa. El Rally Dakar de 2014 se corrió por esas carreteras, añadiendo motivos para zarpar en dicha dirección.

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Partimos de la Casa Ciclística Pingüi luego de la tradicional foto donde todos los viajeros que se encuentran de paso salen y participan del retrato. “Los colombianos se van”, “the colombians are leaving”. Cuando las cosas son tan normales no se tienen mucho en cuenta y habíamos ignorado ese mínimo común múltiplo: somos colombianos, somos de la tierra de Alfonso Flores, de Cochise, de Lucho, de Patrocinio , de Nairo, de Rigo, de Superman, de Chávez, de Bernal, de Giovani Jiménez Ocampo. Salimos de la Casa Ciclística Pingüi sintiéndonos más como un equipo y con una sensación de deber y orgullo de ser una especie de “delegación” del país de los escarabajos.

En los metros de asfalto que despiden a la capital de Potosí no cabía una carcajada más en la grupeta. Muy pronto nos topamos con una pareja de viajeros muy amables que vestían con suma elegancia y estilo; pantalones cortos de dril, camisa a cuadros de manga corta y gorrita de ciclismo azul oscura con rayas blancas y rosa. ¿A la pregunta “where are you from?” solo había una respuesta posible: “we are from England”. A la altura del kilómetro 40 el cielo se mostraba encapotado con nubes grises y pesadas, era cuestión de un estornudo para que se soltara un diluvio. Afortunadamente tomamos la decisión de montar el campamento de manera inmediata y apenas clavamos la última estaca, San Pedro se despachó a lo largo y ancho del vallecito de arbustos que fungía como vecindad.

Al día siguiente empezarían a aparecer los desniveles. No eran puertos, más bien repechos que nos caían bien dado que veníamos retomando luego de un parón de varios días. Nos encontramos nuevamente con los británicos a quienes los había atrapado la lluvia del día anterior, pero con suma tranquilidad nos hicieron saber que eso es pan de cada día en su país y además su experiencia en viajes de bicicleta era evidente. Los @faffaround estuvieron paseando por Colombia y nos sorprendió que habían leído nuestras crónicas de viajes por Boyacá. Sin pausa, pero sin prisa, continuamos la jornada hasta que divisamos un bonito valle para acampar. Encontramos un lecho de un extinto río que ofrecía protección y decoro con unas murallas de tierra, haciéndonos casi invisibles al viento y a la carretera.

De manera exponencial el terreno vertical se hacía protagonista del trazado, los repechos se hacían más largos, más empinados y frecuentes. Así mismo en el terreno empezaban a aparecer figuras rizadas, como una huella de un buldócer, haciendo más lento y doloroso nuestro tránsito. La llamada “calamina” es una irregularidad del terreno formada por los bruscos cambios de temperatura entre el día y la noche. Después de jugar por mucho tiempo a la montaña rusa, notamos que la carretera estaba trazada sobre la cresta de innumerables montañas subsecuentes, amplias y ralas. La estética de la línea era agradable y entonces bautizamos a este itinerario como “El Camino del Dragón” y nos propusimos documentarlo como una propuesta de ruta de ciclismo de aventura. Sergio, haciendo gala de su profesión de Arquitecto, tenía el ojo afinado para escoger donde levantar nuestro barrio gitano y pilló varios buenos lugares de campamento que añadían decoro al Camino del Dragón.

Al cuarto día llegamos a Tupiza, una población que se salía del estereotipo de asentamiento boliviano al que veníamos acostumbrados. El clima cálido y los recuerdos de una época de bonanza minera que hasta para una línea férrea había rentado, hacían de Tupiza un pueblito acogedor, con fachadas bien decoradas y envuelto entre montañas de colores terracota. Nuestro espíritu de niños exploradores estaba a flor de lis, entonces partimos hacia la frontera con Argentina a través del camino destapado. El paisaje se había transformado de manera radical en un desierto; horizontes de arena con cactus cuyas espinas hicieron estragos en varias de las ruedas, acantilados sedimentarios de color rojo y pequeños oasis de sauces verdes donde se asentaban exiguas comunidades. Sumado a esta atmósfera de antaño, en esta zona yacen los restos de Butch Cassidy y Sundance Kid dos cazarrecompensas americanos que replicaron las andanzas del viejo oeste a finales de 1.800 y de ahí que a esta sección del país se le refiere como el “Bolivian Wild West”.

Nuestro afán de salir de Bolivia no era en vano, ya el cruce con Perú había sido clausurado y las manifestaciones que ardían en el país se tomaban más y más carreteras. Llegamos a Villazón, par fronterizo con la Quiaca, y mientras revisaban nuestros antecedentes judiciales y sellaban nuestros pasaportes, una muchedumbre envuelta en colores amarillo rojo y verde y banderas Whipala se acercaba hacia el puesto de control. A los pocos días este paso fue también cerrado. Nuestras primeras sensaciones en Argentina fueron los menores precios de los alimentos y una mayor diversidad en los productos. Es decir, se come y se bebe mejor.

Tras un par de días de descanso en la Quiaca, y una maratón de películas de acción y piratas en la TV del hostal, partimos hacia el sur por la mítica Ruta 40, la carretera que atraviesa de norte a sur a la Argentina, que ha sido el escenario de incontables aventuras locales y que es un emblema de la nación. En el camino se empezaban a dibujar monumentos naturales como la Laguna de los Pozuelos, el Valle de la Luna y el Cerro de los Siete Colores de Paicone, donde fuimos invitados a almorzar en la escuela luego de una presentación ante todos los estudiantes por parte de la maestra directora. Deliciosos Canelones rellenos con jalea de frutas como postre.

Sin embargo, como veníamos con la bandera de la exploración izada en nuestra consigna, notamos en el mapa una serie de lagunas apartadas del camino, arriba en la cordillera muy cerca del hito de la triple frontera con Chile y Bolivia. Teniendo en cuenta que estábamos cada vez más cerca del ataque a La Ruta de los Seismiles, ir en busca de las lagunas suponía un piloto y un entrenamiento para afrontar largos días de autonomía y soledad. Por lo tanto, nos despedimos de la 40 y nos fuimos en busca de las Lagunas de Vilama. En el pueblito de Cusi Cusi nos reaprovisionamos para 4 días de campaña y nos fuimos para la montaña. Cruzamos por la población de Lagunillas del Farallón donde Sixto, un guardaparques, nos ofreció las llaves de un refugio que se hallaba al borde de la laguna, aún muy lejos. Con esta meta, ese día tacamos una de las jornadas más largas del viaje.

Es propio de Argentina que en las poblaciones más remotas del país se respira fútbol en cada esquina; no hay un solo negocio que no tenga el escudo de la Selección o de algún equipo o un afiche de Lionel Mesi y es casi imposible ver a un niño que no vista con los colores del xeneise o del millonario.

Nuestro afán de salir de Bolivia no era en vano, ya el cruce con Perú había sido clausurado y las manifestaciones que ardían en el país se tomaban más y más carreteras. Llegamos a Villazón, par fronterizo con la Quiaca, y mientras revisaban nuestros antecedentes judiciales y sellaban nuestros pasaportes, una muchedumbre envuelta en colores amarillo rojo y verde y banderas whipala se acercaba hacia el puesto de control. A los pocos días este paso fue también cerrado. Nuestras primeras sensaciones en Argentina fueron los menores precios de los alimentos y una mayor diversidad en los productos. Es decir, se come y se bebe mejor.

Tras un par de días de descanso en la Quiaca, y una maratón de películas de acción y piratas en la TV del hostal, partimos hacia el sur por la mítica Ruta 40, la carretera que atraviesa de norte a sur a la Argentina, que ha sido el escenario de incontables aventuras locales y que es un emblema de la nación. En el camino se empezaban a dibujar monumentos naturales como la Laguna de los Pozuelos, el Valle de la Luna y el Cerro de los Siete Colores de Paicone, donde fuimos invitados a almorzar en la escuela luego de una presentación ante todos los estudiantes por parte de la maestra directora. Deliciosos Canelones rellenos con jalea de frutas como postre.

Sin embargo, como veníamos con la bandera de la exploración izada en nuestra consigna, notamos en el mapa una serie de lagunas apartadas del camino, arriba en la cordillera muy cerca del hito de la triple frontera con Chile y Bolivia. Teniendo en cuenta que estábamos cada vez más cerca del ataque a La Ruta de los Seismiles, ir en busca de las lagunas suponía un piloto y un entrenamiento para afrontar largos días de autonomía y soledad. Por lo tanto, nos despedimos de la 40 y nos fuimos en busca de las Lagunas de Vilama. En el pueblito de Cusi Cusi nos reaprovisionamos para 4 días de campaña y nos fuimos para la montaña, pasamos por la población de Lagunillas del Farallón donde Sixto, un guarda parques, nos ofreció las llaves de un refugio que se hallaba cerca de la laguna, aún muy lejos. Con esta meta, ese día tacamos una de las jornadas más largas del viaje. Es curioso ver que en las poblaciones más remotas del país se respira fútbol en cada esquina, no hay un solo negocio que no tenga el escudo de algún equipo o un afiche de Lionel Mesi y es casi imposible ver a un niño que no vista con los colores del xeneise o del millonario.

El camino se empezaba a poner difícil, las huellas de vehículos casi se habían desvanecido y en cambio brotaban extensos jardines de piedras filosas que exigían técnica y control. Pero de todos los ingredientes el que realmente ocupo nuestra preocupación fueron las tormentas eléctricas que aparecían al final de la tarde. Ver rayos descargarse en el cielo nos asustaba mucho y no teníamos idea alguna de cómo reaccionar ante este insulto de la naturaleza, más que pedalear con fuerza y afán. Un par de veces nos acurrucamos en pequeñas cuevas de roca que con suerte nos encontramos en el camino.

El desvío hacia las Lagunas de Vilama fue un gran acierto. Además de descubrir paisajes hermosos y solitarios, continuamos llenando nuestros galones con experiencia y conseguimos tasar muy bien las porciones de alimento y de agua que se requieren para una incursión de varios días. Tras cuatro jornadas en la altura regresamos a la Ruta 40 en la población de Coyaguaima y luego de varias etapas de trámite por Coranzuli y Susques, llegamos a San Antonio de los Cobres; el punto que habíamos fijado como meta para esta tercera temporada y donde nos apostaríamos una semana a descansar y a planificar meticulosamente nuestro asalto a Los Seismiles. Allí, en el hospedaje Amanecer Andino hicimos buenas migas con un trío de exploradores mineros; Alejandro y Cesar de Argentina y Jaime Cardona, nacido en Sogamoso criado en Palmira y hecho en Medellín, un geólogo que conoce Suramérica como si fuera su barrio y con quien compartimos unas cervezas o “polarizadas” como él les llama.

El agua escasea en esta parte de la cordillera y con seguridad los presupuestos municipales no son abultados dada la lejanía y soledad de los asentamientos. En casi todas las poblaciones existe un grifo municipal donde la gente se abastece de agua y que para nosotros era el punto obligado de detención, regocijo y reflexión. En muchos de estos lugares no existen alojamientos a lo que las escuelas o puestos de salud responden con gentileza. Así mismo los comedores y tiendas funcionan a puerta cerrada y son más bien negocios ocasionales al servicio de incautos, como nosotros, que rara vez pasan por ahí.

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CLÁSICAS, DESIERTOS Y SALARES

la sal de la tierra

Durante 28 días rodamos por Bolivia, un país con bellos horizontes y gente amable. Valles, montañas, desiertos y salares. En este tiempo el país se desbocó en una profunda crisis política y social que tradujo en paros y bloqueos que por poco nos atrapa. Es definitivo que volveremos a este país a jugar con las bicicletas, varios caminos quedan pendientes y muchos amigos por visitar.

Retomamos nuestro camino desde Sorata el Lunes 21 de Octubre, día siguiente a los comicios que a la postre sumirían a Bolivia en una crisis social y política de grandes ligas. En la tarde del domingo, mientras acomodábamos los aperos sobre nuestros caballos de acero 4130, el gobierno emitió el último boletín oficial del conteo de votos a eso de las 18 horas. El escrutinio casi total de los sufragios preveía una segunda vuelta entre el vigente presidente y aspirante a su cuarto período legislativo Evo Morales y el opositor Carlos Mesa quien ya había ejercido en el máximo despacho del Palacio Quemado entre 2003 y 2005.

A la vez que dejábamos atrás la Casa Reggae, se empezaban a oír testimonios sobre fraude durante el ejercicio democrático y aparecían en las redes sociales videos de camiones entrando y saliendo, de urnas entrando y saliendo, de fulanos entrando y saliendo… y oficialmente la registraduría no se manifestaba, argumentando la espera de votos provenientes del campo donde supuestamente radicaba la fuerza política de Morales.

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¡Aquí vamos de nuevo!

El puerto que despide a Sorata, con sus 30 kilómetros de ascenso, ajeno a toda circunstancia de crisis nacional, nos pasaba la factura de a uno por uno. Exhaustos, y hasta pajareados, coronamos el alto desde donde ya podíamos divisar el altiplano boliviano sin más dificultades aparentes en el horizonte. Luego de una última mirada al majestuoso Illapu nos enfocamos en la tarea de atravesar Bolivia con dirección al suroccidente hacia el parque nacional Sajama. Mientras reponíamos la energía con sorbos de Coca Quina, la versión boliviana de la Coca Cola, un jeep que paso en frente de la tienda nos saludaba efusivamente; era Sebastián el dueño del hostal de quien no habíamos podido despedirnos en la mañana, un tipo trabajador y amable y con quien hicimos buenas migas.

El tránsito de la grupeta discurría por la vía principal que lleva a La Paz, la cual está cundida de asentamientos que ya suman una población mayor qué la capital; a esta zona se conoce como El Alto. Al día siguiente en un pueblo llamado Batallas el guarismo oficial del viaje registraba el kilómetro mil, a la vez que tomábamos un desvío a la derecha para internarnos nuevamente en nuestras queridas carreteras destapadas. El asfalto en verdad que no nos favorece ni nos hace mucha gracia; el tráfico de vehículos ya nos incomoda, las llantas anchas se consumen más rápido en el pavimento y especialmente porque coger el ritmo de pedaleo es complicado pues la relación de dientes de platos y piñones es lenta, pensada para mover bicicletas pesadas cuesta arriba y no para adquirir velocidad. A ese rutero que llevamos por ahí dentro hay que reprimirlo, sino terminamos ejecutando cadencias muy altas que resultan incómodas.

Enrutados hacia el occidente y guiados por la imponente cima nevada del volcán Sajama, el techo de Bolivia con 6.542 metros de altura, en un cruce de caminos nos encontramos con dos viajeros de quienes sabíamos hacía tiempo y de quienes habíamos obtenido información técnica y por supuesto inspiración para este proyecto. Hana Black y Mark Watson son una pareja de neozelandeses que llevan tres años y medio viajando desde Alaska manteniendo un estilo de exploración y aventura de alto turmequé. En 2018 fueron galardonados como “adventurers of the year” por el portal Bikepacking.com y en su paso por Colombia trazaron una ruta extraordinaria. Para nosotros Mark y Hana son el estado del arte de este cuento del ciclismo de aventura y fue una gran alegría y honor conocerlos, con el paso de los días compartimos en la ruta, obtuvimos de ellos consejos invaluables y pronto tendremos en la página la entrevista que les realizamos días después en Uyuni.
Desde Sajama cruzamos a Chile por el paso de Chungara. La soberanía de los australes es contundente y adicional a una rigurosa inspección de nuestros bártulos con rayos x, se sumó una partida de ingreso de cada una de nuestras bicicletas; marca, color, peso y número de chasis. ¿Numero de chasis?. A los pocos kilómetros llegamos a la municipalidad de Putre, el contraste fue evidente, no sólo por la arquitectura, el acento de las personas y los enchufes de corriente, sino en la calidad de los servicios y los costos asociados. En un solo día en Chile nuestro gasto fue de 22 dólares mientras que el promedio diario de viaje venía siendo de 8. La idea era mercar en Putre para realizar la Ruta de las Vicuñas, un recorrido que atraviesa 3 parques nacionales y que vuelve a conectar con Bolivia, unos grados más al sur.

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Por los próximos 5 días recorrimos itinerarios muy similares; jornadas largas del orden del centenar de kilómetros con desniveles virtualmente inexistentes, de a 400, o 500 metros ocultos entre repechos y rampas. En cambio, el paisaje de la meseta altiplánica si resultaba nuevo para nuestros ojos; pampas, llanos y planicies cortadas por suaves y finas colinas adornadas por construcciones de piedra: casas, cercas, corrales y restos de iglesitas que evocan el esfuerzo en vano de los colonizadores de turno por someter al pueblo con su religión. Los Aymaras son gente templada y son de los pocos pueblos que no lograron ser colonizados, hoy sus costumbres, trajes e idiomas permanecen intactos. A esta sección le llamamos las Clásicas de Primavera, evocando al calendario UCI del ciclismo profesional.

Una de esas tardes llegamos al pueblo de Cañaviri y seguimos las indicaciones de los lugareños para buscar asilo en la escuela. El profe Julio nos recibió y nos abrió el salón múltiple donde aún quedaba el testimonio de un reciente baile de graduación. Tendimos aislantes y sleeping y pasamos la noche entre serpentinas colgantes y un vaho de cerveza derramada en el piso; la fiesta tuvo que haber estado buena. Al día siguiente el inicio de clases se vio retrasada por nuestra presencia, fue bonito compartir con los chicos de la Institución Educativa Cañaviri; nos sacamos selfies y algunos colegiales se dieron una vuelta en nuestras “motos”.

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En las Vicuñas nos encontramos con otro paisaje diferente: extensos desiertos a gran altura donde ocasionalmente nos atacaban tormentas de arena. Empezábamos también a administrar y manejar con más cuidado el recurso hídrico, pues las temperaturas en el día eran muy altas y el aire muy seco, teníamos sed todo el tiempo y por las tardes aparecía una leve cefalea producto de la deshidratación. No había asentamientos por lo cual prendimos el radar en busca de ríos y aljibes y le sacamos chispas al filtro de agua, ya que la presencia de animales y la escasa fluidez de los cauces suponían la existencia de microorganismos.

El hecho de estar en zonas de parques naturales nos dio mayor solvencia con la instalación de campamentos y poco a poco nos fuimos encariñando más a nuestro refugio de lona y palitroques. En una de las jornadas divisamos junto al Salar de Surire un puesto de carabineros donde nos acercamos en busca de agua, la cual terminó acompañada de ensalada, verdura, espaguetis y un delicioso pollo horneado. ¡La rompieron los carabineros! y nos marchamos con la moral por el cielo y la panza satisfecha.

Esa noche llegamos a los Termales de Polloquere, las piscinas naturales más bonitas de Chile según dicen. Inmediatamente nos pusimos los cortos y nos dimos un baño en ese paradisíaco manantial y montamos campamento a sus orillas. Cuando notamos que el agua escaseaba, aprecio un cuarteto de turistas checos con quienes empatizamos y además de agua nos brindaron cerveza y sangría, compartimos una fogata y estuvimos jugando a adivinar constelaciones en un cielo reventado de estrellas. Ese día el universo había conspirado a nuestro favor y habíamos recibido de nuestros semejantes bonitos gestos de apoyo.

El resto de la ruta fue tranquila. A la verja del camino se encontraban ruinas de iglesias jesuitas poseídas por el abandono y con rastros de basura y botellas rotas en su interior. Se sabe que esta es una zona de contrabando entre Bolivia y Chile y estas construcciones sirven de escondite para los “coyotes”. No nos dejaba de dar algún escalofrío, pero en términos generales todo fluía en armonía. Cuando estábamos por terminar la Ruta de las Vicuñas llegamos a la localidad de Enquelga y notamos que el pueblo estaba vacío, pues todos los habitantes conmemoraban el día de los muertos y estaban ofreciendo una fiesta en el cementerio. Mario y Jose Román se acercaron a pedir indicaciones y regresaron con el permiso para acampar en el puesto de salud y una cerveza cristal en sus manos. Esa noche Isabel, la enfermera del pueblo, nos cocinó un delicioso ponqué al que llaman keke (del inglés cake).

Al día siguiente regresamos a Bolivia con la misión de cruzar los salares de Coipasa y Uyuni donde teníamos prevista la siguiente gran meta volante, la cual sugería descanso y bohemia. Aunque previo a nuestra partida habíamos auscultado una gran cantidad de mapas y caminos y teníamos una ruta casi que definida, habíamos descubierto en el Cusco una herramienta que hoy día es casi un oráculo para nosotros: la aplicación de mapas y navegación Osmand. Pegados de este recurso trazamos un camino de 200 kilómetros que en su primera noche nos ofreció un campamento al que bautizamos “El Paraíso”, una pequeña planada rodeada de grandes rocas donde pudimos avistar un atardecer rosado que se escondía detrás del Salar de Coipasa. Con las últimas luces, Hana y Mark llegaron al campamento, compartimos el reducido espacio de la cocina y unas bebidas calientes con galletas. Cruzar este Salar resultó demandante pues las colinas del rededor irrigan humedad y el terreno parece más bien una limonada frapé. Nuestras ropas, bicicletas y las maletas se curtieron de sal, un fenómeno temido para los rodamientos y los componentes mecánicos.

En nuestro tránsito pasamos por algunos pueblos que alcanzan a percibir algo de turismo y por ende disponen de modestos servicios y pudimos almorzar, conseguir víveres y vino tinto para pasar nuestra ansiada noche en el salar. La noche del 5 de noviembre levantamos campamento sobre el salar más grande de la tierra; el Salar de Uyuni, un retazo del universo donde en 360 grados a la redonda no se divisa nada más que un paisaje blanco, la inmensidad de la naturaleza era complementada con el cielo más estrellado que hemos visto en la vida, por momentos creíamos que la vía láctea se iba a caer sobre nosotros. Un momento que añorábamos desde la planeación del viaje meses atrás.

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En Uyuni atracamos en la Casa Ciclista Pingüi, un espacio reservado sólo para viajeros en bicicleta que de manera voluntaria aportan para su manutención. Con pesos, con arte, con trabajo, con polas, con compañía y buena vibra. Es un territorio blanco, comunitario y noble, un gran ejemplo de sociedad que escapa a cualquier definición o postura política, donde simplemente nos reunimos cicloviajeros a compartir sobre nuestras experiencias. Con esto queremos agradecer a Macarena, mamá Myriam y al viejo Máx por todas sus atenciones y buena voluntad.

A manera de celebración por el culmen de nuestra segunda temporada fuimos en búsqueda de pizza y cervezas. En la televisión del restaurante nos dábamos cuenta de que la crisis en Bolivia había cobrado otras dimensiones. Evo ya se encontraba asilado en México, la policía nacional se había declarado en contra del estado y millones de manifestantes habían incendiado edificios del gobierno y se encontraban bloqueando las principales vías del País. Se suponía que las protestas no tendrían mucho asidero en Potosí, el departamento en el que estábamos, pues una de las reformas bandera de Morales fue la nacionalización de los recursos como el gas, el litio y la plata y por lo tanto este departamento minero recibe grandes regalías. Sin embargo, prendimos la alarma y nos quedó claro que teníamos que salir lo más pronto posible del Estado Plurinacional de Bolivia. Pero antes de eso nos esperaban unos días de descanso, de trabajo mecánico a las bicicletas, lavado de ropas y de vida social antes de montarnos en nuestra tercera temporada rumbo a la Argentina.