Las Horquetas – Villa O‘Higgins
Este relato cubre el recorrido desde el parador Las Horquetas, sobre la Ruta 40 cerca de Gobernador Gregores en Argentina, hasta Villa O’Higgins en Chile a través del Paso Fronterizo Río Mayer.
el camino invisible
Cuando decidimos apartarnos de la Carretera Austral, un par de semanas atrás, teníamos la pretensión de encadenar una seguidilla de escenarios épicos y exuberantes entre los cuales se encontraba el Parque Patagonia, el Paso de Roballos, la Ruta 41 Sur, el Parque Perito Moreno y, como no hay quinto malo, el Paso Fronterizo de Río Mayer. Esta narrativa, y su estrategia correspondiente, no fue idea nuestra sino de nuestros amigos Hana Black y Mark Watson, reconocidos viajeros en bicicleta que habían rodado por la Patagonia unos meses atrás y cuyos pasos y decisiones logísticas veníamos siguiendo casi al pie de la letra. No quiere decir que sean los primeros en haber tejido este recorrido, pero sí los únicos en documentarlo y ponerlo disponible para quienes tengamos aspiraciones similares.
Desde el Parador Las Horquetas fuimos a dedo hasta la ciudad de Gobernador Gregores para comprar comida y gasolina para los próximos días. En las Horquetas se dispone de cuartos para pasar la noche y comidas preparadas cuya relación costo – beneficio resulta algo onerosa.
El paso fronterizo del Río Mayer es poco conocido en la cultura popular, quizás solo entre caminantes y ciclistas fanáticos de la aventura se consigue hablar del tema. Este paso realmente comienza a cien kilómetros al oriente de la cordillera pues atravesar la inmensa y solitaria pampa es una maniobra que debe ser muy bien planeada en términos de viento. Cuando se pasa harto tiempo en la Patagonia se entiende por fin la fama de los vientos del noroeste, los cuales bajan fríos y veloces de la cordillera hacia la pampa. En esta sección pululan las historias de ciclistas que se tuvieron que dar media vuelta tras batallar en vano contra los dominios de Eolo. Así que estudiamos el pronóstico del clima para asegurarnos de tener un día propicio.
Tal como lo habíamos planeado logramos atravesar la pampa desde Las Horquetas hasta la Gendarmería Argentina en 9 horas. 101 kilómetros a una media de 11 km/h ayudados por los recientes trabajos de mantenimiento en la vía. Es importante tener en cuenta que hay muy pocos lugares donde refugiarse del viento en este tramo y solo hasta los kilómetros finales, cuando se llega a pie de la cordillera, se encuentran sitios para tender una carpa.
En el pasado habíamos tenido gratas experiencias con la gendarmería argentina y esta vez no fue la excepción. Quizás por ser los primeros en cruzar esa temporada, fuimos invitados a cenar un delicioso estofado de carne con vino y pan casero y compartimos historias del viaje junto al fogón. Esa misma noche realizamos los trámites de migración para que a la mañana siguiente pudiéramos emprender el camino antes de que la oficina abriera formalmente, o dicho de otra manera, antes de que los gendarmes se despertaran.
Entre las dos casetas de control fronterizo hay una distancia de 10 kilómetros en línea recta, los cuales pueden ser eternos pues no hay un camino establecido; ninguno de los dos países se ha propuesto construir uno. El cauce del Río Mayer forma un cañón que geográficamente junta los dos países de manera natural (no hay una montaña u otro obstáculo de por medio) y por lo tanto se han establecido los puestos de migración como una medida de soberanía, más no con fines de promover el tránsito. Incluso esos terrenos son privados y el único espacio público es el cauce del río como tal. De está manera, cada transeúnte está a su suerte por entre inmensos bosques y humedales donde se dibujan incontables senderos que pueden llevar a cualquier parte. No hay señalización alguna y cualquier indicación verbal se pierde entre tantos paisajes similares y repetidos.
Es justo mencionar que el reto principal de este paso es la navegación; en términos de ciclismo o de esfuerzo físico no hay ninguna singularidad. Por esto mismo cruzar Mayer con una traza de GPS es un deporte distinto y diametralmente opuesto a hacerlo sin ella. Nosotros fuimos del primer grupo y por eso pudimos completar el trayecto en poco más de 4 horas, quizás en detrimento del espíritu mítico de este paso.
A eso de la mitad del camino se encuentra una de las obras de ingeniería más épicas y poéticas que haya construido el hombre: el viejo puente colgante sobre el Río Carreras. Este revoltijo de tablones rotos y alambres oxidados que se mece sobre aguas turquesas y correntosas, tiene menos de medio metro de ancho pues fue diseñado para trasladar ovejas entre los distintos predios de las estancias locales. Habíamos visto las fotos de esta pasarela hace muchos años en el relato de Nación Salvaje y desde entonces soñábamos con estar algún día cruzando nuestras bicicletas sobre ella.
Rozando el final de la etapa nos encontramos atrapados entre una red de alambrados, no había por dónde salir, estábamos dentro de un predio privado muy bien cercado. Buscamos alguna debilidad en el perímetro pero de hecho se notaba que habían puesto un gran esfuerzo en bloquear cualquier espacio vacío. Al final logramos pasar las bicicletas desprovistas de maletas por debajo del alambre y un metro más adelante conectar con un camino carreteable. No comprendimos muy bien la situación; si veníamos siguiendo la traza GPS y una evidente huella sobre el terreno, ¿por qué el camino terminaba de repente contra un muro? Al parecer a los dueños de la tierra no les gusta que civiles transiten por sus predios e incluso nos enteramos que tenían previsto desmontar la Pasarela Carreras, porque corren el riesgo de que suceda un accidente y se vean envueltos en un problema legal. Es difícil emitir un juicio pues están en todo su derecho.
Llegamos al puesto de carabineros pasado el mediodía. En este lugar no había conexión al sistema de la Policía de Investigaciones y para verificar nuestros antecedentes así que tuvieron que llamar por teléfono a una oficina central, trámite que duró unos 30 minutos. Mientras tanto, nos ofrecieron un espacio en la oficina para comer nuestro almuerzo. En la mesa había bolsas llenas de pan francés y canastas de Coca-Cola y Gatorade sobre los cuales lanzábamos piadosas miradas con el fin de que fuéramos convidados, pero nos quedamos con la saliva en la boca. Sin embargo nos ofrecieron llenar nuestras botellas de agua e incluso sorprendimos a uno de los carabineros lavando cuidadosamente los recipientes, así estarían de sucios.
Pasamos la noche en un refugio a 2 kilómetros del puesto de carabineros, el cual fue instalado por la municipalidad para casos como el nuestro. Aprovechamos el tiempo para hacer una limpieza y “dejar el lugar mejor que como lo encontramos”.
Llegamos a Villa O’Higgins el día siguiente. Allí termina la Carretera Austral Ruta Nacional #7 y por lo tanto es lugar donde se respira un gran espíritu viajero. Nos acomodamos en el Hostal El Mosco y pasamos varias noches a la espera del zarpe de la lancha que nos llevaría al otro lado del Lago O’Higgins donde pasaríamos a El Chaltén por el camino del Lago del Desierto. Estábamos a punto de ver una de las maravillas mas grandes de la tierra: la imágen de los picos de granito apuntando hacia el cielo se haría realidad.