Este relato cubre el viaje por la Isla Grande de Tierra del Fuego. El último archipielago de América.
El fin del mundo en bicicleta
Cuenta la leyenda que en las oscuras noches de 1520, mientras Magallanes navegaba y exploraba las aguas del extremo sur de América por el estrecho que a la postre llevaría su nombre, las enormes fogatas de los nativos Selk’nam y Yamanes resplandecían en la distancia, iluminando la noche y brindando calor en el implacable frío austral. Estás fogatas parecían envolver la tierra entera.
Bienvenidos a nuestro camino por La Isla Grande de Tierra del Fuego en bicicleta.
Luego de haber recorrido más de 3.600 kilómetros desde Valdivia, queríamos completar el proyecto Primavera Cero: la Patagonia en bicicleta, siguiendo la singular Ruta del Fin del Mundo. Sobre el mapa, la línea de viaje es muy llamativa, pues atraviesa la Isla por toda la diagonal y sobre caminos secundarios.
Esta ruta cruza de Chile a Argentina por el paso Bellavista. Sin embargo, desde el 2019 este control fronterizo había estado cerrado; inicialmente por la pandemia de COVID-19 y luego por el colapso del puente sobre el Río Rasmussen en el lado argentino.Las noticias de que este Paso abriría empezaron a sonar desde septiembre de 2023. Sin embargo, el calendario marcaba ya el año 2024 y esta promesa aún no se había materializado. Varias semanas antes de llegar a Punta Arenas empezamos a escuchar el rumor de que el 1 de febrero sería el gran día: el Gobierno Argentino estaba próximo a finalizar las obras y el paso estaría nuevamente en funcionamiento. Pero entre las líneas de los comunicados locales, las mismas expresiones del pasado resonaban: “se espera”, “está presupuestado”, “confiamos”. Decidimos conceder unos días más a la espera, y prolongamos el descanso en Puerto Natales y en Punta Arenas, para darle tiempo al tiempo.
Finalmente, establecimos comunicación con la Delegación Presidencial Provincial de Tierra del Fuego de Chile, quienes nos confirmaron la apertura. Con la ilusión, quizás un poco inocente, de ser los primeros ciclistas en cruzar en los últimos 4 años, planeamos la ruta y fecha de partida de Punta Arenas para asegurarnos de estar allí el 1 de Febrero.
Con el corazón lleno de emoción, nos preparamos para abordar el ferry que nos conduciría desde Punta Arenas hacia el puerto de Porvenir. Navegamos por el mítico Estrecho de Magallanes, imaginando las hazañas de aquel explorador audaz que un día desafió estas aguas del Sur.
Ese día la etapa fue corta. Descansamos a las orillas de la Bahía Inútil, cuyo nombre evoca las palabras del capitán Phillip Parker King en 1827, cuando declaró que está bahía no ofrecía posibilidades de anclaje ni de refugio para los navegantes.
Al siguiente día nos desviamos de la carretera principal y seguimos bordeando la Bahía Inútil por un camino de tierra muy poco transitado. A lo largo de esta ruta se encuentran varios refugios construidos con la finalidad de socorrer a viajeros como nosotros; sin embargo, muchos están vandalizados: sin ventanas, con vidrios y basura en el piso, sin puerta, entre otros. Nosotros logramos dormir en dos refugios que estaban en relativamente buenas condiciones: el primero cerca al Parque Pingüino Rey y el segundo en el cruce con el camino hacia Cameron.
Después de cuatro días desde nuestra partida de Porvenir, llegamos a Pampa Guanaco, una pequeña aldea a catorce kilómetros de la frontera Bellavista. Con sorpresa y gratitud, descubrimos una tienda recién abierta, no marcada en ningún mapa así que aprovechamos para reponer nuestras provisiones de galletas y deleitarnos con alguna que otra golosina. Así mismo encontramos un camping municipal gratuito y pudimos armar nuestra carpa debajo de un techo de madera y protegernos un poco más del frío.
El primero de febrero despertamos bajo el manto de la lluvia, lo cual retrasó nuestra partida un par de horas. Efectivamente fuimos los primeros ciclistas en cruzar después de tanto tiempo, y con esto, la Ruta del Fin del Mundo se restableció en su trazado original. Nuevamente nos habíamos salido con la nuestra, y los planes fríamente calculados se habían ejecutado a la perfección
La Ruta del Fin del Mundo recorre 25 kilómetros dentro de los predios de la Estancia El Rubí, ya en territorio argentino. Aunque muchos ciclistas han tomado este camino, nosotros preferimos no cruzar por terrenos privados. Igual, al día siguiente conectaríamos nuevamente con la Ruta cerca del Lago Yehuin.
Aprovechamos el viento a favor que sopló aquella tarde para rodar una larga etapa hasta Río Grande. Pasamos la noche en el único camping de la ciudad: el pequeño oasis de la Casa Azul, donde Graciela, su dueña, nos recibió con mucho cariño.
Desde Río Grande salimos por la carretera destapada hasta el Lago Yehuin. Allí, junto a sus apacibles aguas, se encuentra un hotel abandonado, uno de tantos en Tierra del Fuego que no sobrevivieron a la recesión de finales de los 90 en Argentina. Hoy en día estás ruinas fungen como refugio para viajeros y son muy populares en el gremio de los ciclistas.
Teníamos mucha expectativa de llegar a Tolhuin, pues habíamos escuchado la leyenda de una panadería milenaria que acoge a viajeros en bicicleta desde hace más de 40 años. Y así fue: su dueño, Emilio, nos recibió con mucha calidez, y nos mostró las camas en la bodega donde podíamos pasar la noche. Esta panadería es enorme; en sus largas vitrinas se exhiben numerosos productos de amasijos, repostería, chocolatería, paraíso para cualquier goloso y para ciclistas hambrientos cómo nosotros. Aguardamos hasta las once y media de la noche, hora en la cual rematan la producción del día y nos aprovisionamos de posterecillos y hojaldres (facturitas en idioma argentino), los cuales endulzaron nuestro camino en los días siguientes.
En nuestro camino a Lago Escondido, nos encontramos por tercera vez con una familia viajando en bicicleta. Estos encuentros nos llenan de inspiración y alegría, sobre todo al ver a los chicos felices y descubriendo el mundo como pocos.
Al día siguiente remontamos el Paso Garibaldi, la última dificultad de la Cordillera de los Andes. Ese puerto tiene dos caminos: uno antiguo y destapado que otrora conectaba la Hostería Petrel (hoy en ruinas) al borde del Lago Escondido con el alto, y una carretera asfaltada construida en época recientes con dineros de los Estados Unidos. Empezamos a trepar la montaña por el camino destapado, el cual fue construido en 1.948 sobre una huella que el empleado de vialidad nacional de origen Selk’nam Luis Garibaldi Honte había proyectado. Cuando empezamos la jornada, arriba bien arriba se alcanzaba a ver la carretera pavimentada pero no entendíamos cómo conectariamos con ella pues en frente nuestro solo teníamos una pared de tierra. La respuesta fue un segmento de 3 kilómetros con una pendiente muy fuerte que de manera rebelde se trepaba por la vertical. De repente, la silueta de turistas que colmaban el mirador se volvió nítida y las voces de aliento llegaron hasta nosotros. Las últimas curvas eran muy empinadas y técnicas. Quizás, de no ser por la mirada atenta de quienes nos observaban, hubiéramos puesto pie en tierra; pero somos de la tierra de Lucho, de Patro, de Nairo, de Rigo, de Superman y de Giovanni Jiménez Ocampo; no podíamos hacer quedar mal al ciclismo colombiano.
Nos encontrábamos a las puertas de Ushuaia; una treintena de kilómetros en franco descenso. Pero en la Ruta del Fin del Mundo, aún quedaban dos días de pedal, quizás los más épicos de todo el viaje.
EL CANAL BEAGLE
Descendimos rodeados por las enormes montañas de la Cordillera Darwin y nos desvíamos de la principal tomando la carretera que lleva a Puerto Almanza. De pronto, nos estrellamos contra el mar; y no con cualquier pedazo de mar. Frente a nosotros estaba el Beagle, el último canal navegable de la tierra. Haber llegado hasta allí fue muy emocionante, pues habíamos soñado con este retazo del mapa, sobre los 54 grados de latitud sur, desde meses atrás cuando empezamos a planificar nuestro viaje.
Nos deleitamos con unas empanadas de pescado en los tradicionales restaurantes que bordean el canal y continuamos nuestro camino por senderos estrechos, inmensos pastizales y secciones doradas al lado del mar. Esa noche acampamos en una planicie rodeada de caballos salvajes, acompañados de la brisa marina que silbaba entre los árboles.
Al otro día enfrentaríamos la sección más dura de la Ruta: un hike-a-bike de 6 kilómetros por un tupido y lodoso bosque. El primer kilómetro de este tramo nos tomó casi dos horas. El camino era sumamente empinado y cada tanto aparecían árboles caídos, los cuales son muy duros de superar con una bicicleta de casi 50 kilos; nuestras piernas y brazos no daban más. A eso del tercer kilómetro el camino se hizo más fácil, y logramos rodar una buena parte hasta el Río Encajonado. Desde ese punto el sendero es totalmente transitable y unos kilómetros más adelante conecta con una carretera de ripio que lleva a Ushuaia.
Seguramente que para muchos parece no tener sentido estar empujando las bicicletas por un camino que incluso caminando es desafiante. Pero estar ahí al lado de las aguas profundas y azules del Beagle, imaginandonos cómo un puntico en el mapa que va dibujando una línea por todo el borde inferior de América del Sur, encarna una expresión que solo se viene a entender en esos momentos: aventura.
Ese día llegamos a Ushuaia; pero nuestro viaje aún no había terminado. Sin embargo, aceptamos las dos cervezas de cortesía que nos dieron en el pub Krunt por haber llegado hasta allí. Sin fuerza y con dolor en las piernas, pero con vino, jamón serrano, y queso madurado, salimos hacia el Parque Tierra del Fuego, la última jornada del Proyecto. Luego de rodar 22 kilómetros por una fina carretera de grava que se abre paso como una calle de honor entre el bosque magallánico cundido de lengas y ñires, llegamos a la Bahía Lapataia dónde termina la Carretera Nacional 3. Dentro de la narrativa de los viajeros sobre ruedas este lugar corresponde al “Fin del Mundo”.
Esa noche, la última de nuestro viaje, acampamos en una linda pradera junto a un río cristalino. Tomamos vino y fumamos un habano que habíamos comprado seis años atrás, en nuestro primer viaje de bicicleta juntos por la isla de Cuba. Reconstruimos el viaje y agradecimos por qué todo, absolutamente todo, había salido bien; habíamos aprendido, habíamos tenido innumerables aventuras, y en especial, habíamos disfrutado la vida juntos. Ahora, solo queríamos más.
4 Comments
Que relatos tan espectaculares. Me los imagino comiéndose todo lo de la panadería. Les falto poner que lo que compraron para varios días. No duro ni media hora. Espectacular el relato y las fotos
Este estuvo duro..emocionante..pero también romantico😍
Increible que existan tantos parajes muh desconocidos para muchos. Genial todo!!!!
La última dificultad de la cordillera de los Andes suena muy épico imaginando los miles de segmentos que hay pa arriba hasta la cordillera de Mérida, gesta digna de compatriotas de Giovanni Giménez Ocampo
Don Timoteo, muchas gracias por sus ánimos, esperamos tener fuerzas para remontar Los Andes hasta Ventaquemada e invitar al Doctor Hans Petri a comer una arepa. La Cordillera de Mérida… es allá donde reposa la bandera a cuadros. Abrazos a Doña Gloria y a todos los primos!