EL CAMINO DEL DRAGÓN

The Bolivian Wild West y el Norte de Argentina.

Tercera temporada. A la altura del kilómetro dos mil son varias las lecciones aprendidas y la confianza adquirida. Así mismo optar por vías remotas y aisladas va perfeccionando el estilo de la grupeta. El sur de Bolivia y el Norte de Argentina fueron los terruños de esparcimiento y perfeccionamiento antes de entrar en la inhóspita Ruta de los Seismiles.

Un júbilo se había apoderado de nosotros, en especial teníamos la sensación de ser mejores viajeros al pedal. Habíamos adquirido destrezas en la navegación por el terreno, las tareas de la cocina se hacían con mayor diligencia, estábamos cómodos y felices durmiendo en las carpas y con dos mil kilómetros de tierra encima, no sólo la confianza en nuestros aprendizajes y capacidades encontraba asidero, sino que las piernas y los pulmones se habían hecho más fuertes. Así mismo, nuestro espíritu se llenaba de poder y calor a medida que ganábamos grados de latitud sur.

Desde Uyuni, es normal que los viajes de aventura y mochila continúen hacia San Pedro de Atacama a través de la conocida Ruta de Las Lagunas, un itinerario que se realiza en camionetas 4×4 durante tres días. Sumado a la congestión de la zona, el turismo infla los precios y en ese tramo se tienen importes por el cruce de parques y reservas naturales, así que eran varias las razones para buscar otro camino. Apoyados en nuestro oráculo Osmand y en las vistas de satélite, encontramos una tenue línea que se dibujaba hacia el oriente y que suponíamos no debía ser muy frecuentada de acuerdo con las convenciones del mapa. El Rally Dakar de 2014 se corrió por esas carreteras, añadiendo motivos para zarpar en dicha dirección.

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Partimos de la Casa Ciclística Pingüi luego de la tradicional foto donde todos los viajeros que se encuentran de paso salen y participan del retrato. “Los colombianos se van”, “the colombians are leaving”. Cuando las cosas son tan normales no se tienen mucho en cuenta y habíamos ignorado ese mínimo común múltiplo: somos colombianos, somos de la tierra de Alfonso Flores, de Cochise, de Lucho, de Patrocinio , de Nairo, de Rigo, de Superman, de Chávez, de Bernal, de Giovani Jiménez Ocampo. Salimos de la Casa Ciclística Pingüi sintiéndonos más como un equipo y con una sensación de deber y orgullo de ser una especie de “delegación” del país de los escarabajos.

En los metros de asfalto que despiden a la capital de Potosí no cabía una carcajada más en la grupeta. Muy pronto nos topamos con una pareja de viajeros muy amables que vestían con suma elegancia y estilo; pantalones cortos de dril, camisa a cuadros de manga corta y gorrita de ciclismo azul oscura con rayas blancas y rosa. ¿A la pregunta “where are you from?” solo había una respuesta posible: “we are from England”. A la altura del kilómetro 40 el cielo se mostraba encapotado con nubes grises y pesadas, era cuestión de un estornudo para que se soltara un diluvio. Afortunadamente tomamos la decisión de montar el campamento de manera inmediata y apenas clavamos la última estaca, San Pedro se despachó a lo largo y ancho del vallecito de arbustos que fungía como vecindad.

Al día siguiente empezarían a aparecer los desniveles. No eran puertos, más bien repechos que nos caían bien dado que veníamos retomando luego de un parón de varios días. Nos encontramos nuevamente con los británicos a quienes los había atrapado la lluvia del día anterior, pero con suma tranquilidad nos hicieron saber que eso es pan de cada día en su país y además su experiencia en viajes de bicicleta era evidente. Los @faffaround estuvieron paseando por Colombia y nos sorprendió que habían leído nuestras crónicas de viajes por Boyacá. Sin pausa, pero sin prisa, continuamos la jornada hasta que divisamos un bonito valle para acampar. Encontramos un lecho de un extinto río que ofrecía protección y decoro con unas murallas de tierra, haciéndonos casi invisibles al viento y a la carretera.

De manera exponencial el terreno vertical se hacía protagonista del trazado, los repechos se hacían más largos, más empinados y frecuentes. Así mismo en el terreno empezaban a aparecer figuras rizadas, como una huella de un buldócer, haciendo más lento y doloroso nuestro tránsito. La llamada “calamina” es una irregularidad del terreno formada por los bruscos cambios de temperatura entre el día y la noche. Después de jugar por mucho tiempo a la montaña rusa, notamos que la carretera estaba trazada sobre la cresta de innumerables montañas subsecuentes, amplias y ralas. La estética de la línea era agradable y entonces bautizamos a este itinerario como “El Camino del Dragón” y nos propusimos documentarlo como una propuesta de ruta de ciclismo de aventura. Sergio, haciendo gala de su profesión de Arquitecto, tenía el ojo afinado para escoger donde levantar nuestro barrio gitano y pilló varios buenos lugares de campamento que añadían decoro al Camino del Dragón.

Al cuarto día llegamos a Tupiza, una población que se salía del estereotipo de asentamiento boliviano al que veníamos acostumbrados. El clima cálido y los recuerdos de una época de bonanza minera que hasta para una línea férrea había rentado, hacían de Tupiza un pueblito acogedor, con fachadas bien decoradas y envuelto entre montañas de colores terracota. Nuestro espíritu de niños exploradores estaba a flor de lis, entonces partimos hacia la frontera con Argentina a través del camino destapado. El paisaje se había transformado de manera radical en un desierto; horizontes de arena con cactus cuyas espinas hicieron estragos en varias de las ruedas, acantilados sedimentarios de color rojo y pequeños oasis de sauces verdes donde se asentaban exiguas comunidades. Sumado a esta atmósfera de antaño, en esta zona yacen los restos de Butch Cassidy y Sundance Kid dos cazarrecompensas americanos que replicaron las andanzas del viejo oeste a finales de 1.800 y de ahí que a esta sección del país se le refiere como el “Bolivian Wild West”.

Nuestro afán de salir de Bolivia no era en vano, ya el cruce con Perú había sido clausurado y las manifestaciones que ardían en el país se tomaban más y más carreteras. Llegamos a Villazón, par fronterizo con la Quiaca, y mientras revisaban nuestros antecedentes judiciales y sellaban nuestros pasaportes, una muchedumbre envuelta en colores amarillo rojo y verde y banderas Whipala se acercaba hacia el puesto de control. A los pocos días este paso fue también cerrado. Nuestras primeras sensaciones en Argentina fueron los menores precios de los alimentos y una mayor diversidad en los productos. Es decir, se come y se bebe mejor.

Tras un par de días de descanso en la Quiaca, y una maratón de películas de acción y piratas en la TV del hostal, partimos hacia el sur por la mítica Ruta 40, la carretera que atraviesa de norte a sur a la Argentina, que ha sido el escenario de incontables aventuras locales y que es un emblema de la nación. En el camino se empezaban a dibujar monumentos naturales como la Laguna de los Pozuelos, el Valle de la Luna y el Cerro de los Siete Colores de Paicone, donde fuimos invitados a almorzar en la escuela luego de una presentación ante todos los estudiantes por parte de la maestra directora. Deliciosos Canelones rellenos con jalea de frutas como postre.

Sin embargo, como veníamos con la bandera de la exploración izada en nuestra consigna, notamos en el mapa una serie de lagunas apartadas del camino, arriba en la cordillera muy cerca del hito de la triple frontera con Chile y Bolivia. Teniendo en cuenta que estábamos cada vez más cerca del ataque a La Ruta de los Seismiles, ir en busca de las lagunas suponía un piloto y un entrenamiento para afrontar largos días de autonomía y soledad. Por lo tanto, nos despedimos de la 40 y nos fuimos en busca de las Lagunas de Vilama. En el pueblito de Cusi Cusi nos reaprovisionamos para 4 días de campaña y nos fuimos para la montaña. Cruzamos por la población de Lagunillas del Farallón donde Sixto, un guardaparques, nos ofreció las llaves de un refugio que se hallaba al borde de la laguna, aún muy lejos. Con esta meta, ese día tacamos una de las jornadas más largas del viaje.

Es propio de Argentina que en las poblaciones más remotas del país se respira fútbol en cada esquina; no hay un solo negocio que no tenga el escudo de la Selección o de algún equipo o un afiche de Lionel Mesi y es casi imposible ver a un niño que no vista con los colores del xeneise o del millonario.

Nuestro afán de salir de Bolivia no era en vano, ya el cruce con Perú había sido clausurado y las manifestaciones que ardían en el país se tomaban más y más carreteras. Llegamos a Villazón, par fronterizo con la Quiaca, y mientras revisaban nuestros antecedentes judiciales y sellaban nuestros pasaportes, una muchedumbre envuelta en colores amarillo rojo y verde y banderas whipala se acercaba hacia el puesto de control. A los pocos días este paso fue también cerrado. Nuestras primeras sensaciones en Argentina fueron los menores precios de los alimentos y una mayor diversidad en los productos. Es decir, se come y se bebe mejor.

Tras un par de días de descanso en la Quiaca, y una maratón de películas de acción y piratas en la TV del hostal, partimos hacia el sur por la mítica Ruta 40, la carretera que atraviesa de norte a sur a la Argentina, que ha sido el escenario de incontables aventuras locales y que es un emblema de la nación. En el camino se empezaban a dibujar monumentos naturales como la Laguna de los Pozuelos, el Valle de la Luna y el Cerro de los Siete Colores de Paicone, donde fuimos invitados a almorzar en la escuela luego de una presentación ante todos los estudiantes por parte de la maestra directora. Deliciosos Canelones rellenos con jalea de frutas como postre.

Sin embargo, como veníamos con la bandera de la exploración izada en nuestra consigna, notamos en el mapa una serie de lagunas apartadas del camino, arriba en la cordillera muy cerca del hito de la triple frontera con Chile y Bolivia. Teniendo en cuenta que estábamos cada vez más cerca del ataque a La Ruta de los Seismiles, ir en busca de las lagunas suponía un piloto y un entrenamiento para afrontar largos días de autonomía y soledad. Por lo tanto, nos despedimos de la 40 y nos fuimos en busca de las Lagunas de Vilama. En el pueblito de Cusi Cusi nos reaprovisionamos para 4 días de campaña y nos fuimos para la montaña, pasamos por la población de Lagunillas del Farallón donde Sixto, un guarda parques, nos ofreció las llaves de un refugio que se hallaba cerca de la laguna, aún muy lejos. Con esta meta, ese día tacamos una de las jornadas más largas del viaje. Es curioso ver que en las poblaciones más remotas del país se respira fútbol en cada esquina, no hay un solo negocio que no tenga el escudo de algún equipo o un afiche de Lionel Mesi y es casi imposible ver a un niño que no vista con los colores del xeneise o del millonario.

El camino se empezaba a poner difícil, las huellas de vehículos casi se habían desvanecido y en cambio brotaban extensos jardines de piedras filosas que exigían técnica y control. Pero de todos los ingredientes el que realmente ocupo nuestra preocupación fueron las tormentas eléctricas que aparecían al final de la tarde. Ver rayos descargarse en el cielo nos asustaba mucho y no teníamos idea alguna de cómo reaccionar ante este insulto de la naturaleza, más que pedalear con fuerza y afán. Un par de veces nos acurrucamos en pequeñas cuevas de roca que con suerte nos encontramos en el camino.

El desvío hacia las Lagunas de Vilama fue un gran acierto. Además de descubrir paisajes hermosos y solitarios, continuamos llenando nuestros galones con experiencia y conseguimos tasar muy bien las porciones de alimento y de agua que se requieren para una incursión de varios días. Tras cuatro jornadas en la altura regresamos a la Ruta 40 en la población de Coyaguaima y luego de varias etapas de trámite por Coranzuli y Susques, llegamos a San Antonio de los Cobres; el punto que habíamos fijado como meta para esta tercera temporada y donde nos apostaríamos una semana a descansar y a planificar meticulosamente nuestro asalto a Los Seismiles. Allí, en el hospedaje Amanecer Andino hicimos buenas migas con un trío de exploradores mineros; Alejandro y Cesar de Argentina y Jaime Cardona, nacido en Sogamoso criado en Palmira y hecho en Medellín, un geólogo que conoce Suramérica como si fuera su barrio y con quien compartimos unas cervezas o “polarizadas” como él les llama.

El agua escasea en esta parte de la cordillera y con seguridad los presupuestos municipales no son abultados dada la lejanía y soledad de los asentamientos. En casi todas las poblaciones existe un grifo municipal donde la gente se abastece de agua y que para nosotros era el punto obligado de detención, regocijo y reflexión. En muchos de estos lugares no existen alojamientos a lo que las escuelas o puestos de salud responden con gentileza. Así mismo los comedores y tiendas funcionan a puerta cerrada y son más bien negocios ocasionales al servicio de incautos, como nosotros, que rara vez pasan por ahí.

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CLÁSICAS, DESIERTOS Y SALARES

la sal de la tierra

Durante 28 días rodamos por Bolivia, un país con bellos horizontes y gente amable. Valles, montañas, desiertos y salares. En este tiempo el país se desbocó en una profunda crisis política y social que tradujo en paros y bloqueos que por poco nos atrapa. Es definitivo que volveremos a este país a jugar con las bicicletas, varios caminos quedan pendientes y muchos amigos por visitar.

Retomamos nuestro camino desde Sorata el Lunes 21 de Octubre, día siguiente a los comicios que a la postre sumirían a Bolivia en una crisis social y política de grandes ligas. En la tarde del domingo, mientras acomodábamos los aperos sobre nuestros caballos de acero 4130, el gobierno emitió el último boletín oficial del conteo de votos a eso de las 18 horas. El escrutinio casi total de los sufragios preveía una segunda vuelta entre el vigente presidente y aspirante a su cuarto período legislativo Evo Morales y el opositor Carlos Mesa quien ya había ejercido en el máximo despacho del Palacio Quemado entre 2003 y 2005.

A la vez que dejábamos atrás la Casa Reggae, se empezaban a oír testimonios sobre fraude durante el ejercicio democrático y aparecían en las redes sociales videos de camiones entrando y saliendo, de urnas entrando y saliendo, de fulanos entrando y saliendo… y oficialmente la registraduría no se manifestaba, argumentando la espera de votos provenientes del campo donde supuestamente radicaba la fuerza política de Morales.

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¡Aquí vamos de nuevo!

El puerto que despide a Sorata, con sus 30 kilómetros de ascenso, ajeno a toda circunstancia de crisis nacional, nos pasaba la factura de a uno por uno. Exhaustos, y hasta pajareados, coronamos el alto desde donde ya podíamos divisar el altiplano boliviano sin más dificultades aparentes en el horizonte. Luego de una última mirada al majestuoso Illapu nos enfocamos en la tarea de atravesar Bolivia con dirección al suroccidente hacia el parque nacional Sajama. Mientras reponíamos la energía con sorbos de Coca Quina, la versión boliviana de la Coca Cola, un jeep que paso en frente de la tienda nos saludaba efusivamente; era Sebastián el dueño del hostal de quien no habíamos podido despedirnos en la mañana, un tipo trabajador y amable y con quien hicimos buenas migas.

El tránsito de la grupeta discurría por la vía principal que lleva a La Paz, la cual está cundida de asentamientos que ya suman una población mayor qué la capital; a esta zona se conoce como El Alto. Al día siguiente en un pueblo llamado Batallas el guarismo oficial del viaje registraba el kilómetro mil, a la vez que tomábamos un desvío a la derecha para internarnos nuevamente en nuestras queridas carreteras destapadas. El asfalto en verdad que no nos favorece ni nos hace mucha gracia; el tráfico de vehículos ya nos incomoda, las llantas anchas se consumen más rápido en el pavimento y especialmente porque coger el ritmo de pedaleo es complicado pues la relación de dientes de platos y piñones es lenta, pensada para mover bicicletas pesadas cuesta arriba y no para adquirir velocidad. A ese rutero que llevamos por ahí dentro hay que reprimirlo, sino terminamos ejecutando cadencias muy altas que resultan incómodas.

Enrutados hacia el occidente y guiados por la imponente cima nevada del volcán Sajama, el techo de Bolivia con 6.542 metros de altura, en un cruce de caminos nos encontramos con dos viajeros de quienes sabíamos hacía tiempo y de quienes habíamos obtenido información técnica y por supuesto inspiración para este proyecto. Hana Black y Mark Watson son una pareja de neozelandeses que llevan tres años y medio viajando desde Alaska manteniendo un estilo de exploración y aventura de alto turmequé. En 2018 fueron galardonados como “adventurers of the year” por el portal Bikepacking.com y en su paso por Colombia trazaron una ruta extraordinaria. Para nosotros Mark y Hana son el estado del arte de este cuento del ciclismo de aventura y fue una gran alegría y honor conocerlos, con el paso de los días compartimos en la ruta, obtuvimos de ellos consejos invaluables y pronto tendremos en la página la entrevista que les realizamos días después en Uyuni.
Desde Sajama cruzamos a Chile por el paso de Chungara. La soberanía de los australes es contundente y adicional a una rigurosa inspección de nuestros bártulos con rayos x, se sumó una partida de ingreso de cada una de nuestras bicicletas; marca, color, peso y número de chasis. ¿Numero de chasis?. A los pocos kilómetros llegamos a la municipalidad de Putre, el contraste fue evidente, no sólo por la arquitectura, el acento de las personas y los enchufes de corriente, sino en la calidad de los servicios y los costos asociados. En un solo día en Chile nuestro gasto fue de 22 dólares mientras que el promedio diario de viaje venía siendo de 8. La idea era mercar en Putre para realizar la Ruta de las Vicuñas, un recorrido que atraviesa 3 parques nacionales y que vuelve a conectar con Bolivia, unos grados más al sur.

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Por los próximos 5 días recorrimos itinerarios muy similares; jornadas largas del orden del centenar de kilómetros con desniveles virtualmente inexistentes, de a 400, o 500 metros ocultos entre repechos y rampas. En cambio, el paisaje de la meseta altiplánica si resultaba nuevo para nuestros ojos; pampas, llanos y planicies cortadas por suaves y finas colinas adornadas por construcciones de piedra: casas, cercas, corrales y restos de iglesitas que evocan el esfuerzo en vano de los colonizadores de turno por someter al pueblo con su religión. Los Aymaras son gente templada y son de los pocos pueblos que no lograron ser colonizados, hoy sus costumbres, trajes e idiomas permanecen intactos. A esta sección le llamamos las Clásicas de Primavera, evocando al calendario UCI del ciclismo profesional.

Una de esas tardes llegamos al pueblo de Cañaviri y seguimos las indicaciones de los lugareños para buscar asilo en la escuela. El profe Julio nos recibió y nos abrió el salón múltiple donde aún quedaba el testimonio de un reciente baile de graduación. Tendimos aislantes y sleeping y pasamos la noche entre serpentinas colgantes y un vaho de cerveza derramada en el piso; la fiesta tuvo que haber estado buena. Al día siguiente el inicio de clases se vio retrasada por nuestra presencia, fue bonito compartir con los chicos de la Institución Educativa Cañaviri; nos sacamos selfies y algunos colegiales se dieron una vuelta en nuestras “motos”.

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En las Vicuñas nos encontramos con otro paisaje diferente: extensos desiertos a gran altura donde ocasionalmente nos atacaban tormentas de arena. Empezábamos también a administrar y manejar con más cuidado el recurso hídrico, pues las temperaturas en el día eran muy altas y el aire muy seco, teníamos sed todo el tiempo y por las tardes aparecía una leve cefalea producto de la deshidratación. No había asentamientos por lo cual prendimos el radar en busca de ríos y aljibes y le sacamos chispas al filtro de agua, ya que la presencia de animales y la escasa fluidez de los cauces suponían la existencia de microorganismos.

El hecho de estar en zonas de parques naturales nos dio mayor solvencia con la instalación de campamentos y poco a poco nos fuimos encariñando más a nuestro refugio de lona y palitroques. En una de las jornadas divisamos junto al Salar de Surire un puesto de carabineros donde nos acercamos en busca de agua, la cual terminó acompañada de ensalada, verdura, espaguetis y un delicioso pollo horneado. ¡La rompieron los carabineros! y nos marchamos con la moral por el cielo y la panza satisfecha.

Esa noche llegamos a los Termales de Polloquere, las piscinas naturales más bonitas de Chile según dicen. Inmediatamente nos pusimos los cortos y nos dimos un baño en ese paradisíaco manantial y montamos campamento a sus orillas. Cuando notamos que el agua escaseaba, aprecio un cuarteto de turistas checos con quienes empatizamos y además de agua nos brindaron cerveza y sangría, compartimos una fogata y estuvimos jugando a adivinar constelaciones en un cielo reventado de estrellas. Ese día el universo había conspirado a nuestro favor y habíamos recibido de nuestros semejantes bonitos gestos de apoyo.

El resto de la ruta fue tranquila. A la verja del camino se encontraban ruinas de iglesias jesuitas poseídas por el abandono y con rastros de basura y botellas rotas en su interior. Se sabe que esta es una zona de contrabando entre Bolivia y Chile y estas construcciones sirven de escondite para los “coyotes”. No nos dejaba de dar algún escalofrío, pero en términos generales todo fluía en armonía. Cuando estábamos por terminar la Ruta de las Vicuñas llegamos a la localidad de Enquelga y notamos que el pueblo estaba vacío, pues todos los habitantes conmemoraban el día de los muertos y estaban ofreciendo una fiesta en el cementerio. Mario y Jose Román se acercaron a pedir indicaciones y regresaron con el permiso para acampar en el puesto de salud y una cerveza cristal en sus manos. Esa noche Isabel, la enfermera del pueblo, nos cocinó un delicioso ponqué al que llaman keke (del inglés cake).

Al día siguiente regresamos a Bolivia con la misión de cruzar los salares de Coipasa y Uyuni donde teníamos prevista la siguiente gran meta volante, la cual sugería descanso y bohemia. Aunque previo a nuestra partida habíamos auscultado una gran cantidad de mapas y caminos y teníamos una ruta casi que definida, habíamos descubierto en el Cusco una herramienta que hoy día es casi un oráculo para nosotros: la aplicación de mapas y navegación Osmand. Pegados de este recurso trazamos un camino de 200 kilómetros que en su primera noche nos ofreció un campamento al que bautizamos “El Paraíso”, una pequeña planada rodeada de grandes rocas donde pudimos avistar un atardecer rosado que se escondía detrás del Salar de Coipasa. Con las últimas luces, Hana y Mark llegaron al campamento, compartimos el reducido espacio de la cocina y unas bebidas calientes con galletas. Cruzar este Salar resultó demandante pues las colinas del rededor irrigan humedad y el terreno parece más bien una limonada frapé. Nuestras ropas, bicicletas y las maletas se curtieron de sal, un fenómeno temido para los rodamientos y los componentes mecánicos.

En nuestro tránsito pasamos por algunos pueblos que alcanzan a percibir algo de turismo y por ende disponen de modestos servicios y pudimos almorzar, conseguir víveres y vino tinto para pasar nuestra ansiada noche en el salar. La noche del 5 de noviembre levantamos campamento sobre el salar más grande de la tierra; el Salar de Uyuni, un retazo del universo donde en 360 grados a la redonda no se divisa nada más que un paisaje blanco, la inmensidad de la naturaleza era complementada con el cielo más estrellado que hemos visto en la vida, por momentos creíamos que la vía láctea se iba a caer sobre nosotros. Un momento que añorábamos desde la planeación del viaje meses atrás.

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En Uyuni atracamos en la Casa Ciclista Pingüi, un espacio reservado sólo para viajeros en bicicleta que de manera voluntaria aportan para su manutención. Con pesos, con arte, con trabajo, con polas, con compañía y buena vibra. Es un territorio blanco, comunitario y noble, un gran ejemplo de sociedad que escapa a cualquier definición o postura política, donde simplemente nos reunimos cicloviajeros a compartir sobre nuestras experiencias. Con esto queremos agradecer a Macarena, mamá Myriam y al viejo Máx por todas sus atenciones y buena voluntad.

A manera de celebración por el culmen de nuestra segunda temporada fuimos en búsqueda de pizza y cervezas. En la televisión del restaurante nos dábamos cuenta de que la crisis en Bolivia había cobrado otras dimensiones. Evo ya se encontraba asilado en México, la policía nacional se había declarado en contra del estado y millones de manifestantes habían incendiado edificios del gobierno y se encontraban bloqueando las principales vías del País. Se suponía que las protestas no tendrían mucho asidero en Potosí, el departamento en el que estábamos, pues una de las reformas bandera de Morales fue la nacionalización de los recursos como el gas, el litio y la plata y por lo tanto este departamento minero recibe grandes regalías. Sin embargo, prendimos la alarma y nos quedó claro que teníamos que salir lo más pronto posible del Estado Plurinacional de Bolivia. Pero antes de eso nos esperaban unos días de descanso, de trabajo mecánico a las bicicletas, lavado de ropas y de vida social antes de montarnos en nuestra tercera temporada rumbo a la Argentina.

LAS TRES CORDILLERAS

“Arrancar siempre es lo más difícil”

Es lo que dicen aquellos que emprenden un camino largo o un proyecto grande. La inexperiencia, la mente aún puesta en nuestra vida pasada y el insulto sobre nuestros músculos hicieron que entrar en la sintonía del pedaleo andino fuera complicado. Pero cuando se tienen grandes ilusiones, a estas fases iniciales suceden descubrimientos importantes y depronto nos encontramos en lugares y condiciones que habíamos soñado por años. 900 km y la primera frontera al pedal.

Peruvian Switchbacks
Perdidos

Los rayos de sol que sobreviven a las curtidas ventanas del tercer piso del Hospedaje Montecarlo, en el afable pueblito de Acomayo, despiertan a los rodadores para su tercer día sobre los pedales. Arrancar ha resultado difícil; no es la carga muscular, ni la falta de oxígeno, ni la evidente inexperiencia en esto del ciclismo de aventura, sino la actitud. Asumir quienes somos ahora y lo que estamos haciendo ha resultado extraño. Toda la vida ha pasado como nos haya pasado y de pronto estamos lejos de casa, sobre una bicicleta que nos resulta rara de manejar, cargando maletas que aún no sabemos amarrar bien y suponiendo que vamos a rodar 10.000 kilómetros por Sudamérica… Hasta mirarnos entre nosotros resulta extraño… de cuando acá nosotros en estas, con estas pintas, con esta parafernalia de colgandejos… de cuando acá, como diría mi Dr. Godofredo Cínico Caspa.

Hasta mirarnos entre nosotros resulta extraño…

Mientras nos alistamos para salir el dueño del hospedaje exclama “cinco a cero” cuando se entera de nuestra nacionalidad y terminamos en una agradable tertulia de balompié criollo. Que Valderrama, que Higuita, que el nene Cubillas, que Nolberto Solano, que Asprilla, que Bernardo Redín, que Marquitos Coll. Es bonito hablar de esas cosas bonitas de nuestra Colombia. Acomayo nos ha tratado bien y para ese día se avistaba una jornada de asfalto o de “pista” como se refieren acá, más fácil y corta que los dos días anteriores, así las cosas, empezamos a entrar más en ritmo de viaje.

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Cusco nos vio partir con unos 30 kilos de equipaje, cargados a full de agua y comida como si fuéramos para la luna. Aunque esto no es Colombia donde hay una caseta con Pony Malta y Chochorramo cada 5 kilómetros, los víveres no son de tan difícil consecución y el consumo de agua no es tan exagerado, así que pronto empezamos a reírnos de nosotros mismos. La primera dificultad del viaje, el Abra Occoruro con sus 4.173 metros de elevación, resultó como un garrotazo sobre nuestra humanidad, en especial para “el capi” Jose Pacheco quien, literalmente, se retorcía en el piso por el malestar y las náuseas causadas por la altura. Esa tarde llegamos a Rondocan, nuestro primer destino al kilómetro 60, nos acomodamos en un hospedaje algo precario que solo disponía de una habitación en la cual nos acomodamos apretados. A la mañana siguiente Dominic, un amiguito de cuatro años que vestía un gorrito de aviador y que captó nuestra atención y cariño por su elocuencia y sus historias sobre los viajes que había realizado en su avioneta, nos despedía deseándonos buen viento y buena mar hacia Acomayo.

Cusco nos vio partir con unos 30 kilos de equipaje

El tercer día llegamos al albergue público de Sangarará en frente de la Laguna Pomacanchi donde tendimos por primera vez nuestras carpas y acordamos un día completo de descanso. Además de ser justo para las piernas, pasaríamos dos noches a 3.700 metros lo cual resultaba ideal en nuestro proceso de aclimatación. Mario y Sergio encontraron una canoa de pedal en forma de cisne y nos dimos un paseo por la laguna; envuentos en risas, complices como si fueramos adolecentes que acaban de cometer alguna pilatuna.

Los primeros tres o cuatro días tenían el propósito de afilarnos un poco para presentarnos en Pitumarca, donde formalmente empieza la ruta de Las Tres Cordilleras; un itinerario desarrollado y documentado por Michael Dammer y Cas Gilbert, dos bikepackers profesionales y cuyo rastro queríamos seguir. Desde el primer día la sensación fue clara: nos estábamos metiendo de lleno en Los Andes. Por tres días nos acomodamos en el campamento base del Nevado Ausangate a 4.300 metros de altura para concluir con nuestro proceso de aclimatación y empezar a entender cómo vivir a campo abierto; tolerar la altura y convivir con el frío. Este lugar tiene visos de turismo, pues constituye una de las rutas hacia la montaña de los siete colores. Allí conseguimos a punta de señas que Doña Carmen, quien hablaba Quechua, nos preparara desayunos y cenas ricos en carbohidratos, lo cual nos permitía dedicarle más tiempo a nuestra misión temporal: no hacer nada.

Con las reservas de ATP bien repuestas y sintiendo el aire menos fino, nos fuimos a por las tres cordilleras! En las dos primeras etapas rebasamos la cota de los cinco mil metros de altura; primero en el Abra Jahuycate (5.075 msnm) y luego en el Abra Chimbollo (5.185 msnm), hitos que en Colombia son imposibles de realizar. Es evidente que mover una bicicleta a esta altura resulta muy duro, sobre todo con la magra condición que disponíamos entonces y con el frío y la lluvia que estuvieron presentes. Pero esto nos dio mucha confianza en nosotros mismos y en el equipamiento que llevamos puesto. Los próximos cuatro días resultaron muy similares; puertos largos y altos, seguidos de vertiginosos descensos, cruzar algún río, y nuevamente otro puertazo. 

Al cabo del quinto día retomamos contacto con la civilización en las ciudades de Macusani y Crucero, casi 100 kilómetros de asfalto que, sumados a nuestro cansancio prematuro lograron tentar nuestras intenciones para evitar la línea de Las Tres Cordilleras e irnos por el camino fácil. Pero el carácter inquieto y guerrero del “capo squadra” Jose Román disipó la provocación y nos internamos en la Cordillera Carabaya siguiendo un itinerario remoto y con las primeras dosis de aventura real. Cimas solitarias, descensos técnicos pasados por agua, secciones de singletrack y la novedad de empezar a encontrar poblaciones que lucían grandes en los mapas pero que en realidad estaban abandonadas.

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Pasada esa primera incursión de aventura, la ruta suponía otro desvío hacia el corazón de la cordillera, pero esta vez la motivación hacía más fácil la toma de la decisión y nos trepamos hacia Patambuco y luego hacia Cuyo Cuyo, literalmente sobre la vertiente que baja hacia la selva. Un paisaje más húmedo y con árboles. Empezábamos a disfrutar de la recompensa de los paisajes remotos y a viajar más ligeros. En Cuyo nos dimos un descanso pues por fin dormíamos por debajo de los 4.000 metros lo cual se sentía como clima caliente y las piscinas termales suponían un paseito agradable y merecido. A los pocos días de nuestra partida la UNESCO declaró a Cuyo Cuyo patrimonio de la humanidad debido a sus incontables terrazas Incas que aún se preservan y sobre las cuales se observan prácticas artesanales de agricultura. Fue muy poderoso trepar casi mil metros surcando estas construcciones milenarias.

Luego de estas incursiones en la montaña volvimos a la “civilización”, la cruda civilización, en la ciudad de Ananea. Un asentamiento a 4.600 metros de altura que orbita en torno a la minería de oro. Resulto contradictorio ver carteles y señalética que rezan por el cuidado del medio ambiente, al lado de ríos extintos y piscinas de sedimentación repletas de mercurio.

Cruzamos la frontera con Bolivia a orillas del Lago Titicaca por el paso de Tilali, luego de un par de etapas relativamente planas pero muy bonitas. La emoción de cruzar nuestra primera frontera solo podía ser recompensada con cerveza paceña y cacahuates. Encontramos, al menos en una primera instancia, mayor diligencia en las personas de Bolivia; más abiertas a conversar y con un castellano mucho más fluido que el de los lugareños peruanos. Nos asombró del Perú toparnos con campesinos que se mantenían en su lengua Quechua y con dueños de grandes tiendas que no sabían hacer de manera correcta la cuenta de los consumos. Así mismo, notamos en muchas personas un sentido de miedo y desconfianza hacia nosotros, “¿qué buscan?”, “¿qué quieren?”, “¿quiénes son ustedes?”. Pero es entendible, el hombre blanco ha traído desgracia y lamentos en los diferentes procesos de colonización y expansión a lo largo de la historia.

Goteras de Sorata
Cordillera Carabaya

Ya en Bolivia nuestro objetivo era coronar rápido la ciudad de Sorata donde formalmente terminaba la Ruta de las Tres Cordilleras, allí teníamos previsto descansar varios días. En una de esas últimas jornadas, y de camino hacia el final de la tarde, encontramos en el cauce de un río una planicie ideal para tender las carpas, dormimos con el susurro del río y aumentando nuestras destrezas de campamento. Al día siguiente llego la noche cerca de una vereda donde fuimos convidados a acampar en la plaza central; con timidez los lugareños se acercaban con alguna condolencia y nos invitaban a dormir en su casa, pero tendríamos que ser unos conchudos para apostar una tropa de 5 ciclistas hambrientos y malolientes bajo su techo.

Luego de 900 km estábamos tiro de piedra de Sorata, no sin antes remontar un puerto de 9 km muy arenosos y que empezaba a 2.000 metros de altura. No hemos vuelto a sentir un sopor de ese tipo. El nombre del hostal “Casa Reggae” nos atrajo magnéticamente y nos acomodamos en una cómoda y fresca habitación; estuvimos 4 días en pantaloneta y camiseta lavando ropas, alistando las bicicletas y dejando que el cuerpo descansara al ritmo de Bob Marley y los Wailers. Con la Ruta de las Tres Cordilleras en nuestra hoja de servicio y cerca de los mil kilómetros recorridos, sentíamos que nos merecíamos una medallita, una estampita, una estrellita para nuestros avatares ciclomochileros. Habíamos cumplido con el pensum y nos permitíamos seguir soñando con este proyecto.

Este proyecto es auspiciado por:

14 Ochomiles #RevivieAfuera Retailers para Colombia de Ortlieb maletas y bolsas impermeables, Klean Kanten los mejores contenedores de líquidos que mantienen el agua fresca y de Santini la ropa más cómoda y duradera para practicar ciclismo. Biela Tour cycling trips in Colombia, la mejor agencia para descubrir Colombia en Bicicleta. B.Mechanic Taller de bicicletas quienes dejaron las máquinas a punto para esta aventura. FilmantiStudios HD photo and storytelling.

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En esto del pedalismo se debe comprender y sentir la relación simbiótica que existe entre el hombre y la máquina. Cuando se trata de un viaje esta relación es más profunda, no solo por la entrañable camaradería de compañeros de aventuras, sino porqué es necesario configurar la bicicleta para que responda con aptitud en los caminos que se proyectan. Así mismo, es muy buena idea conocer el funcionamiento de las componentes y saber hacer mantenimiento y reparaciones cuando se presenten novedades en el camino. Los vientos del sur empiezan a soplar con más fuerza y los navíos empiezan a levantarse. Video, fotos y full review!

Video: Filmantis MotionGraphics

Fotografías: Mateo Rueda @mateorueda y Felipe García @pipeku

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Cuadro y Materiales

La Paulina se erige sobre el cuadro Big Bro 2018 de Brother Cycles. Éste es diseñado en Inglaterra por los hermanos Will y James Meyer y fabricado por pequeños lotes en Taiwán. Esta construido en cromolio, o Acero 4130, y su peso es de 2,6 kilogramos en su talla mediana. El acero al cromo-molibdeno tiene una gran resistencia frente a su peso, es dúctil (capacidad de deformarse sin perder resistencia) y es  más fuerte y ligero que el acero estándar 1020. Este metal es relativamente común en el trabajo de los ornamentadores, lo cual facilita su reparación en casos de rotura. “Acero es acero ome” dice siempre con convicción el constructor Alejandro Bustamante. El eje delantero es convencional de 110mm con puntilla y el trasero de 130mm también con puntilla.

Ruedas y ZAPATOS

Es muy probable que como sociedad estemos tan acostumbrados a ver bicicletas por ahí, que damos por sentado que tienen ruedas y que ruedan. Es necesario considerar con cabeza fría la construcción de ruedas para que sean fuertes y resistentes. Las ruedas son el único punto de contacto de la bicicleta con la tierra, contiene los rodamientos qué más giran y por ende que más se desgastan y pasan todo el tiempo sometidas a fuertes cargas que se reparten sobre la delicadeza de unos cuantos delgados radiecillos.

Los bujes son Shimano Deore M6000 de 32 huecos y rodamientos de esfera. En esta gama Shimano consigue hacer componentes de alto rendimiento sin que el peso sea una prioridad. Los bujes de esferas son relativamente fáciles de mantener, ruedan con suavidad y son mucho mas robustos que los sellados, aunque pesan más. Los radios fueron elegidos a la medida; 274mm y 275mm DT Swiss Comp de doble embutido (double butted) 2,0mm – 1,8mm – 2,0mm y fueron tensados sobre los 120 kilogramos-fuerza. Es importante mencionar que el límite de tensión lo pone el aro, no los radios. El aro es un WTB Scraper i45 (45 mm de ancho interno), el cual es bien referenciado por los catedráticos. La cubierta es la Maxxis Chronicle de 3 pulgadas, (Plus Tyre), montada tubeless. Mark Watson comenta que bien tratadas pueden durar hasta los diez mil kilómetros. La rueda delantera completa pesó 2,67 kg, y la trasera 3,23 kg.

El arrastre

Las bielas son las Race Face Aefect con un solo plato de 28 dientes. El cassette es de 11 velocidades marca Suntour 11-46, una particularidad importante es que solamente el último piñón (46) es fabricado en aluminio, a diferencia de otras referencias que traen los dos últimos piñones (42 y 46) en aluminio. Como vamos a pasar mucho tiempo en la parte alta de la piñonería, tener el 42 en acero es buena idea. Con este arreglo de dientes se obtiene un coeficiente de rotación máximo de 0,608 y mínimo de 2,54. Estos números corresponden al número de vueltas que da la rueda de atrás por cada pedalada completa.

El tensor y las palancas son Shimano Deore XT, esta gama es notablemente superior que el SLX y otras referencias; sobre todo en las palancas que son de metal y no de plástico. La tecnología shadow del tensor lo protege ante posibles golpes y caídas y tiene un control de vibración que funciona muy bien. La cadenilla es KMC, pesa 250 g. Los pedales son Shimano M520, “genéricos de MTB”, se supone que aguantan el uso y el abuso.

De manera paralela Bikepacking.com documenta un montaje muy similar: “The People’s Liberation Drive Train”; es una lectura de referencia para el montaje del arrastre.

LOS frenos

Este componente nos aleja de los cánones puristas del ciclismo de aventura, el cual sugiere el uso de frenos mecánicos. La razón para escoger un sistema hidráulico corresponde a la comodidad y sobre todo a la seguridad; los mecánicos generalmente tienen menor potencia de frenado y cansan un poco más las manos y brazos. El juego es Shimano Deore M6000 luce robusto y al no ser de las gamas mas altas, los repuestos y herramientas son menos complicados de conseguir. En este sistema se pueden montar pastillas refrigeradas (XT, XTR) las cuales entregan mejores resultados.

tubería y mobiliario

Para estas andanzas, el aluminio es el material; fiable, barato, ligero, y existe una buena oferta de diseños y configuraciones. Los tubos de carbono pueden quebrarse ante las vibraciones y torsiones con el equipaje. De los componentes de La Paulina, el manillar es el que resulta poco convencional; es un Origin 8 strongbow que tiene dos características: i) el un ángulo de retroceso (sensación playera u holandesa) es de 15º, conservador, pero mas pronunciado que en MTB tradicional, y ii) una barra delantera adicional pensada para instalar otra maleta. Este arreglo se acompaña con unos mangos SQ Lab 711 que tienen una superficie grande para reposar las manos. La potencia es FSA de aluminio de 100 cm, la tija del sillín es una Salsa guide de 30.9 mm, ambos de muy buen aluminio negro mate.

El sillín es un Fabric Scoop Radius Elite de 142 mm. Según el fabricante este diseño considera que la posición del rodador es erguida, y pensado para acompañar largas distancias. El color negro sólido mate y el forro impermeable añaden cualidades a la silla.

grasas, ajustes y otras consideraciones

El montaje de una bicicleta requiere de las herramientas adecuadas y de la preparación del cuadro y las componentes para que sean instalados de manera correcta y segura. Los lugares de contacto fuertes de metal-metal (v.g. Cajas del pedalier, cazoletas de la dirección, tija de sillín) fueron protegidos con anti seize compound de Finish Line. Por experiencia con otros montajes, el compuesto funciona bien, importante tener alcohol isopropílico para limpiar las manchas. Todos los tornillos fueron protegidos con fijador de roscas thread locker azul o número 2. En las vainas, los tirantes, y el tenedor, los cuadros de acero tienen unos pequeños agujeros para permitir el escape de los gases que se generan al momento de soldar; estos huecos fueron sellados con silicona para prevenir la entrada d agua y posterior corrosión. El peso final de la bicicleta fue de 14.01 kg, de puro poder. Cass Gilbert realiza una reseña bastante productiva de la Big Bro, lectura sugerida.

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Esta bicicleta fue desarrollada para el proyecto Rodando los Andes y fue ensamblada por los amables señores de B-Mechanic Taller de Bicicletas. Salitre el Greco, Bogotá.

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EL RETO 123

Boyacicleta, El Reto 123 y los Azares del Destino

Boyacá es el segundo departamento de Colombia con mayor cantidad de municipios: 123. La geografía boyacense es tan hermosa como heterogénea, es un departamento que cruza de un extremo a otro la cordillera de los andes; desde el piedemonte de los llanos orientales hasta el valle del Río Magdalena. En sus interminables campiñas montañosas habita una raza de gente noble y trabajadora que engendra la potencia agropecuaria más grande del país. Diego Supelano, orgullosamente oriundo de Duitama se planteó visitar los 123 municipios a lomo de su bicicleta y de conquistar el #Reto123 Acompaña a Diego y a los demás retadores en @boyacicleta.

Por: Diego Supelano.

El reto de recorrer los 123 municipios de Boyacá en bicicleta ha sido mi mayor vivencia como cicloturista. A la fecha llevo registrados oficialmente 116, lo que me ha dado la experiencia y confianza suficiente para completar el reto en su totalidad. Lo que he vivido durante 22 duras etapas me han convencido de realizar un viaje en bicicleta a otro nivel y es así como termino involucrado con el proyecto Rodando los Andes.

Para recapitular, comienzo por aclarar que la idea de recorrer los 123 municipios de Boyacá siempre me pareció un requisito personal si algún día decidía emprender una travesía continental. Y, aunque no fue exactamente esa la motivación para finalmente hacerlo, por esas cosas mágicas de la vida, para septiembre partiré junto a cuatro amigos en un gran viaje por suramerica y entre mis maletas llevare el reto concluido, 123 estrellas que alumbrarán mi camino.

En realidad el reto123 comenzó hace cuatro años como un simple ejercicio de procastinación, sin mucha convicción, de pronto infundado por el temor a lo desconocido. Me entretenía trazando las rutas más eficientes entre poblaciones, generando circuitos con un máximo de 150 km por etapa, pero no pasaba de ahí. La vida civil y el día a día hicieron que pasara más de un año para que retomara actividades. Luego de ese tiempo trace las rutas con altimetrías para comprender en detalle la dificultad. Tenía un total de 23 etapas, el producto me pareció interesante y para que no quedara en el olvido decidí plasmarlo en una página web que llame: Boyacicleta, estableciendo una invitación al público, pero nadie apareció.

Sin embargo la idea de hacer el reto yo mismo no dejaba de darme vueltas en la cabeza, junto a la posibilidad de irme a vivir a mi patria chica, Duitama, para la fecha de su bicentenario (27 de julio de 2019). Pensaba realizar el reto en dos meses de corrido, pero fue pasando el tiempo y el miedo a renunciar al trabajo me cohibió de ambas cosas. Así que entrado el 2018 decidí que lo iba hacer durante un año aprovechando los fines de semana festivos y en lugar de irme a vivir a Duitama, marcaría allí la llegada de la última etapa en el día de su bicentenario como un homenaje a la ciudad que me ha dado tanto en la vida. Decidido el itinerario busque compañía, muchos se animaban, pero para que se haga realidad un proyecto de este talante, se requiere compromiso y es necesario cumplir las fechas religiosamente, así que empezaría el 27 de mayo del 2018 aunque fuera solo. Finalmente, otro hijo de Tundama, Sergio Contreras, estuvo dispuesto en la grilla de salida aquella mañana.

El reto de recorrer los 123 municipios de Boyacá en bicicleta ha sido mi mayor vivencia como cicloturista.

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El primer día aprendimos la lección más importante para resto del reto: no subestimar las pendientes que no se conocen, más aun cuando no están pavimentadas, y sobre todo cuando se marcha con alforjas y maletas. La planeación inicial estaba pensada desde mi posición habitual, como ciclista de un día acostumbrado a vías en buen estado, así que después de la primera etapa que nos llevó de Duitama a Covarachía en más de 11 horas, tuvimos que declinar el recorrido pactado para ese fin de semana que constaba de cuatro etapas similares, abarcando todo el norte de Boyacá. Para esto hay que tener cabeza fría y saber cuándo es sensato desistir. Tomamos un bus de regreso a Duitama al siguiente día y para darnos moral hicimos ese fin de semana los municipios circundantes; todo por vía pavimentada y en bicicleta de ruta. Hacer estos municipios fue clave, aunque en dificultad no sumaban mucho si en cantidad de municipios lo cual le dio un estilo al contenido del Reto que montaríamos en redes sociales. Ya íbamos 27 municipios, solo faltaban 96.

Luego del debut del Reto 123 tuvimos varias reflexiones y aprendizajes. ¿Si íbamos viajando con alforjas por qué renunciar en la primera etapa si teníamos provisiones para continuar?: Por el compromiso de retornar al trabajo luego de uno o dos días de permiso. Esto llevo a reestructurar la logística del proyecto; dividimos algunas etapas y planteamos un día comodín adicional por salida. Además, aprendimos que nadie nos va a penalizar por modificar la planeación inicial cuando el resultado seguirá siendo memorable. Hemos comprendido, también, que despacio se llega más lejos y ahí la cabeza es el músculo principal, que pequeñas metas parciales conforman una etapa épica y que el caballito de acero también se cansa. Respecto a la bicicleta hay que tratarla bien en estas travesías donde tenemos lejos la asistencia; cambiar las marchas con precaución, no hacerlo en situaciones forzadas, y limpiar la trasmisión con frecuencia. En relación con la carga hay que ser minimalistas, una prenda para estar frescos luego de la jornada, y un recambio para pedalear por si llueve es suficiente, mientras se esté seco el tema de la suciedad pasa a segundo plano; los malos olores no impedirán experimentar lo mejor de viajar en bicicleta. Hemos descubierto sensaciones muy particulares, como llegar a lugares donde nunca se ve un turista, apreciar el único hotel disponible en kilómetros a la redonda, hacer del único menú un manjar de reyes, y lo más importante: sentir en el espíritu la amabilidad de la gente que habita esas pequeñas poblaciones separadas por interminables montañas. Todo esto me ha dejado claro que prefiero viajar sin presiones, de cruzar esa otra montaña, de ver que hay más allá, de descansar cuando el cuerpo me lo pida y seguir cuando lo considere.

Es aquí ahí donde el espíritu del reto 123 conecta con los amigos de Monteadentro. Cuando oía de sus planes de rodar por la cordillera de Los Andes hasta al fin del mundo en Argentina los considere mártires por lo que iban a sufrir, pero luego me fue dando ganas de estar con ellos. Sin embargo, habían dos obstáculos: primero, ellos pensaban comenzar antes del 27 de julio de 2019 y yo tenía que terminar el Reto y segundo el miedo a dejar el trabajo y empeñar mis ahorros viajando sin generar ingresos durante más de medio año.

Pero el destino es caprichoso y a veces alcahueta con los sueños, los de Monteadentro deciden pactar la fecha de salida para principios de septiembre y me lo cuentan para anunciarme que me acompañarían en la etapa bicentaria a Duitama, me tomó solo esa noche pensarlo, al siguiente día les comunique que quería unirme a la travesía por Los Andes, desde ahí estoy vinculado. Lo de renunciar al trabajo se hacía consigna. El destino no se cansó y siguió arriándome a mis querencias, pues finalizado ese año deciden no renovarme el contrato en el lugar donde trabajaba y tampoco consigo camello nuevo antes de finalizar el 2018. Como es costumbre me voy para Duitama a pasar fiestas decembrinas y finalizando enero de 2019 decido suspender la búsqueda de trabajo en Bogotá para quedarme definitivamente en Duitama. Así tendría el tiempo terminar el reto 123 sin la barrera del límite de tiempo en las salidas y para preparar la travesía continental, así tendría el tiempo para perseguir mis sueños.

En un instante me encuentro viviendo donde quiero y cumpliendo la preparación que hubiese pensado para un sueño remoto que apenas imaginaba y que ahora está en el horno cocinándose. La reflexión más honesta e importante de mi parte es que debemos hacer las cosas que despiertan nuestra atención y emoción, sin pensar que se está perdiendo el tiempo; esa vocecita interior nunca nos está mintiendo, lo importante es disfrutarlo mientras se hace. Cuando diseñaba el recorrido para el reto 123 no sabía si de verdad lo iba a pedalear y hoy es la preparación perfecta, así como una ventana a posibles patrocinadores para una travesía que antes era solo una ficción.

Aun no sé cómo vaya a terminar esta historia, pero estoy seguro de que no me arrepentiré jamás de lo que hasta ahora ha pasado y quien sabe, tal vez en uno años estaré hablando que la travesía por los Andes fue una preparación para algo más grande, y si no, seguro me quedará la satisfacción de haberlo intentado.

CUBA LIBRE

En Octubre de 2018 fuimos por 3 semanas a pedalear por Cuba, la isla más grande del caribe, la última colonia española en américa y uno de los últimos bastiones del socialismo. Cuba es un destino obligatorio para todo cicloturista; aunque se ruede por carreteras principales el sentimiento de aventura y aislamiento es supremo, no se consiguen provisiones con facilidad, el paisaje es abrumador y está cargado de historia en cada esquina. Este relato corresponde a la etapa vivida entre Cienfuegos y Playa Girón, probando unos pocos metros de La Ruta Mala.

Compañeros poetas, tomando en cuenta los últimos sucesos en la poesía, quisiera reportar, me urge…

El día de hoy no tiene parangón y se ha salido del libreto. Previendo una larga jornada hemos dejado atrás Cienfuegos en la oscuridad de un nuevo día, guiados por una luna llena amarilla durante los primeros 20 km. Atrás el sol se anunciaba pintando de tonos carmesí el firmamento. Una leve subida adornada por un tupido bosque de árboles se llenaba de humedad y neblina haciéndonos invisibles en la carretera y vulnerables ante el tráfico pesado y a la poca costumbre de unos cicloviajeros en el tránsito de la madrugada. En el descenso llegamos a un valle atípico para la geografía cubana; grandes pastizales, plantaciones de agave y construcciones abandonadas tipo comunista-socialista-marxista-leninista-guevarista. Al km 33 vendría la verdadera novedad; un desvío hacia la derecha que conducía por una carretera destapada que se anunciaba con charcos y barrizales que ponían en jaque a nuestra selecta transmisión de 36-46 por 11-28 de 10 velocidades.

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El camino era para caballos, con piedras de coral y ramas de acacia con muchas espinas. Era difícil disfrutarlo a plenitud pues había que estar al tanto de las trampas de arena que más de una vez nos hicieron perder el equilibrio. Por otra parte, había que sortear los innumerables cangrejos que se abalanzaban erráticamente y espantarlos con el grito de guerra Quimbaya-Chibcha: “jo cangrejo, jo!”, uno de ellos no atendió al llamado y termino espichado por mis 77 kilos de humanidad, pobre crustáceo. En los cálculos teníamos presupuestados 15 km de “single track” pero cuando ya estábamos cerca de este guarismo nos encontramos con un guajiro pedalista, con una bicicleta de la prehistoria que auguraba al menos 20 km más de trocha. El mar con su sereno rugir amainaba el trabajo y hacía más viva la experiencia de pedalear por el caribe centroamericano.

Luego de 450 km de pedaleo por la isla de Cuba llegaría el primer impuesto: pinchazo de la llanta delantera. Rápidamente saque una regla de 3 sencilla: “Si en 450 km me pincho una vez… pues el próximo pinchazo sucederá en el km 900″. Dicho y hecho a menos de 500 metros otra espina de acacia hizo de las suyas y nuevamente en la rueda delantera; como diría mi papá: “otra vez mi novia embarazada y del mismo policía”. Al fin salimos del camino difícil  y aunque esperábamos encontrar una carretera asfaltada y afirmada, esta era destapada y arenosa, sino que lo diga la buena Cata que se estrenó con un resbalón a la salida de una curva.

Rozando las 2 de la tarde, con mucho calor, pero poco expuestos al sol, retomamos contacto con la civilización: un paradero turístico tipo buffet que nos ofreció un generoso descuento dada nuestra condición de vegetarianos, pero con el gancho de poder consumir todo el licor que consideráramos suficiente… El saldo: dos platos de verduras con arroz, dos platos de fruta, 12 cervezas, 5 mojitos y 8 piñas coladas. Aún quedaban 40 km por delante para llegar a nuestro destino: Playa Larga, ahora ¿quien podrá ayudarnos?

Al principio la respuesta fue La 33 y su pantera mambo; no hay cuerpo que se resista a este son y que por ende no responda con una cadencia aceptable. Pero Oshun no permitiría tal improperio y se vendría con un fuerte chubasco tropical, nosotros, respondíamos con buen ritmo y con la inconsciencia alegre de quién pedalea borrachito.

Nada podría amainar los ánimos, estábamos inspirados: a nuestra izquierda la Bahía de Cochinos, la mítica ensenada que legitimó a la revolución de Castro cuando en 1961 una coalición de cubanos exiliados y la CIA orquestaron una invasión fallida que el ejército rebelde logro controlar en pocas horas. Si los americanos con toda su parafernalia no habían podido retomar la isla, entonces nadie podría hacerlo. Patria o muerte. Ahora en la radio cantaba Silvio, un deja vu que aguardaba desde la adolescencia y que se hacía realidad mientras rodábamos por la tierra de los hombres negros, rojos y azules que pueblan el Playa Girón.

¿Y cómo podría terminar un día como este? Pues como empezó: con magia, con la luz de la luna señalando nuestro camino, con el amigo mar como testigo y con el sonido compañero de los metales en cada revolución, de pedal. Que dios bendiga los frijoles negros, el plátano frito, la cerveza cristal y el ron cubano.

Cuba es un país más costoso de lo que se piensa y conviven paralelamente dos mundos; el del turismo y el del cubano local. El hospedaje más sencillo (Casas Particulares) cuesta 25 – 30 dólares en acomodación doble, el desayuno del orden de 10 dólares, y una cerveza vale entre 2 y 3 dólares. El servicio de buses para turistas (Viazul) transporta las bicicletas con un costo añadido de 4-7 dólares. Es casi imposible conseguir repuestos para la bicicleta, asegúrate de traer los tuyos. A diferencia de los demás países de Latinoamerica no existen mercados o tiendas sobre la carretera, así que cargar con 2-3 litros de agua al día no es mala idea, así como buenas provisiones.

LA RUTA LIBERTADORA

Tunja – Güican de la Sierra

Nuestra primera experiencia real de ciclismo de aventura, la culpable de este proyecto Monteadentro. Un viaje con todos los ingredientes a través del mítico páramo de Pisba recorriendo los pasos del libertador Simón Bolívar, hasta las nieves perpetuas de Cocuy y Güicán.

El ideal de hacer viajes en bicicleta vive dentro de nosotros hace tiempo, sin saber cómo, a dónde y para qué. Solo son sensaciones que vienen del futuro ante la inmensidad de la tierra y los sueños del hombre. La suerte y el destino nos reunió a tres comensales para realizar una travesía de nueve días en bicicleta por las montañas de Boyacá.

El entusiasmo consistía en recorrer los últimos filos de la cordillera oriental hasta las nieves perpetuas de la serranía de Cocuy, Güicán y Chita. La amabilidad y colaboración de la bella gente de estas tierras hizo posible que dibujáramos un hermoso recorrido de trescientos noventa kilómetros entre Tunja y Güicán de la Sierra, a través de carreteras destapadas y solitarias donde la geografía se presenta con colinas escarpadas y gélidas.

La consigna máxima de esta excursión era la de rodar cerca de los páramos; donde nace la vida, atravesando el de Pisba en la búsqueda de los pasos de la campaña libertadora de la Nueva Granada de 1.819. Al final todo fue mayúsculo. No solo el tiempo, el esfuerzo y las luchas mentales, sino también la felicidad de estar ahí, el sentimiento de un sueño realizado y el embrujo de la naturaleza.

Los Primeros Kilómetros

Ligeros de experiencia, con las maletas mal empacadas y los zapatos de repuesto colgando, partimos los ilustres Mario Morales, Leonardo ‘La Pantera’ Pacheco y Jose Pacheco, desde la hidalga ciudad de Santiago de Tunja hacia el oriente, con destino a la Finca Hostal La Tobita en el municipio de Siachoque. Los últimos nubarrones de septiembre nos escoltaron hasta altas horas en un prólogo de diecinueve kilómetros, inocentes ante la inmensidad del viaje que se venía. Una banda de viejos caninos amigos nos esperaba con ladridos y aullidos bajo la luna en creciente. Eran buenas las premoniciones para ir a descansar profundos.

Los animales que despiertan a lo lejos y la brisa que bate las ramas de eucalipto arrullan los amaneceres en La Tobita. Es un lugar donde se respira tranquilidad y paciencia desde que se abren los ojos. Luego de un desayuno para campeones y de las fotos de protocolo bajo la portada del hostal, empezaba de verdad este proyecto piloto de ciclismo de avetura.

Ahora sí: primera etapa, La Tobita – Laguna de Tota. El prólogo de la noche anterior había motivado a las filas y el clima favorecía las intenciones. Superamos la primera cota de los tres mil metros en el “col del Cortadero” entre los municipios de Toca y Pesca e intentamos burlar la ruta normal siguiendo en traverso por las montañas para coronar más fácil el alto valle de la laguna. El concepto era lógico, pero son tantos los cruces de caminos que se hace lento progresar y equivocarse es fácil. Se hizo de noche, nos perdimos y la carretera solo ofrecía rampas invisibles y duras. Llegamos tarde y algo descompensados a Playa Blanca. A hurtadillas nos escondimos detrás de una gran roca junto a la laguna y carpamos allí, escapando del generoso repertorio de tecno-carrilera que vendría de la zona de camping toda la noche.

Cruce de la Cordillera Oriental

Tota es el lago más grande de Colombia y se encuentra a 3.115 msnm, hace parte de un valle adornado con extensos cultivos de cebolla que tiñen con un aroma especial al municipio de Aquitania. Allí recargamos provisiones y realizamos un mantenimiento callejero a las bicicletas; limpiar roldanas, engrasar cadena, lubricar guayas y revisar la presión de las llantas. La misión del día consistió en superar el Páramo de Ongotá por el Alto de Las Cruces, bajar al hermoso Valle de Toquilla y volver a subir hasta el Páramo Franco. Una vez allí nos descolgamos hacia el infinito por el cañón del río Cravo Sur hasta el municipio de Labranzagrande, sesenta kilómetros de rocky road downhill.

La tercera llegada en nocturno fue cálida y alegre. Habíamos librado una jornada difícil de mucha técnica bien superada, la Sierra Nevada se despejo a lo lejos desde el paso de Franco, y varias bandadas de pájaros estuvieron jalando al lote. Un día de bonitos colores. Dormimos en la comodidad del modesto Hospedaje Corocora en el marco de la plaza. Esa noche llovió a cántaros.

Esta es una zona poco conocida del departamento. Atípica, caliente y húmeda, la Boyacá del otro lado de la cordillera que se escurre hacia los Llanos Orientales. “La Provincia de la Libertad”, paradójicamente, también es poco conocida porque fue ocupada por las guerrillas durante el conflicto armado de los ochenta y noventa. La ubicación estratégica dentro de su mitología de la guerra les dio para infundir terror y desplazar al Estado en muchos municipios de Boyacá, Arauca y Casanare. Con todo el respeto y la condolencia por aquellas memorias, la gente recuerda esas épocas como dolorosas pero lejanas. Se sorprenden con agrado de nuestra comparsa turística y mandan con nosotros un mensaje: esa siempre ha sido una tierra de paz y gente buena.

Demorados por una pinchadura, y con el metabolismo a la mitad por el calor y los mosquitos, logramos salvar el cuarto día llegando al pueblo de Pisba. Solo fueron treinta y seis kilómetros de pedal, pero muy difíciles e incómodos. Cultivos de café a diestra y siniestra, cascadas y pozos azules, yarumos plateados, rampas y cascajo suelto. Leo no tenía problema en ir adelante poniéndole rueda a los buses de Cootracero que pasaban ocasionalmente.

La llegada al pueblo de Pisba fue muy bonita, aunque estábamos muy cansados para acusar a la emoción. La calle principal, larga y blanca adornada con piedras tipo colonial, se alistaba para recibir las fiestas la semana entrante y la comunidad realizaba una brigada de limpieza. Causábamos admiración con toda nuestra parafernalia de colgandejos a la cuadrilla de mujeres y niños que nos saludaban efusivamente.

Una vez repuestos con un almuerzo de cinco estrellas y sobre las dieciséis horas, notificamos formalmente que estábamos fuera de itinerario y tendríamos el primer retraso. Pensábamos que ese día podíamos llegar hasta los tres mil metros, pero literalmente nos cogía el ocaso a la mitad del camino.

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El Cruce del Páramo

Cuenta la historia que en junio de 1.819 los generales Simón Bolívar y Francisco de Paula Santander reunieron una hueste de dos mil quinientos hombres, mil fusiles y treinta quintales de pólvora, en el municipio de Tame, Arauca. Esto con la causa de liberar a la hoy Colombia del dominio español. A los pocos días, en Paya, tras la primera escaramuza, los pocos “realistas” que escapan advierten a Barreiro de la presencia de cinco batallones independentistas que vienen trepando montaña arriba. Los cruces de la cordillera oriental por las salinas de Chita y Labranzagrande eran fuertemente custodiados, así que los próceres decidieron remontar la cordillera a través del inhóspito páramo de Pisba. Esta hazaña militar, acuñada en aquel billete de dos mil pesos oro y determinante para el triunfo de la independencia, cobraría la vida de más de tres cuartas partes de la tropa y la caballería.

Empezamos nuestra tímida labor de investigación geográfica con los Pisbanos pero no conseguíamos buenas respuestas.

Al principio pensábamos que no éramos claros en nuestras intenciones, pero luego nos dimos cuenta de que somos pocos los turistas que llegamos en busca del mítico páramo y nadie está acostumbrado a ese tipo de preguntas. Sin embargo, al final entendimos que la gente no conoce el páramo. Para la fecha, no se registraban excursiones que cruzaran la montaña con bicicletas al hombro.

Tuvimos una gran suerte al llegar la casa de Doña Rosa Parra y Don Ricardo Morales, quienes además de hospedarnos, nos brindaron ayudas y consejos para proseguir con el viaje. Esa noche hablamos por teléfono con la directora del Parque y nos advirtió que el cruce por el páramo no era permitido para los “eco-turistas”, a lo mejor le daba vergüenza que descubriéramos el botadero de basura que hay allá arriba en un lugar conocido como “El Santuario”, que tristeza. Un gentil ingeniero de Firavitoba, que hacía las veces de comandante de la Policía, nos abordó para conversar y terminamos contagiados de su particular sensación de miedo y azare infundado por los rumores de inseguridad en la zona. Nos fuimos a la cama intranquilos, con el veredicto de que a la mañana siguiente nos montaríamos en un bus de regreso a Sogamoso para coger la Ruta Nacional 61 rumbo al Cocuy vía Tasco, por el otro lado de la cordillera, y dejarnos de tanta pendejada. Esa noche dormíamos, al menos Mario y yo, con el rabo entre las patas.

Leo se levantó y nos mandó al carajo. Ya estábamos ahí, era ahora o nunca, “ya habíamos matado el tigre y ahora nos íbamos a asustar con el cuero”, que “qué diría Bolívar…”. Desde la cocina, Don Ricardo alentaba al Capo Pantera interrumpiendo con ideas, soluciones y ánimos para los recién despiertos. Hicimos contacto telefónico con Don Fernando Manrique, quien vive en la última casa donde se acaba la carretera a solo seis kilómetros. A él le sonaba posible fletar dos bestias cargadas con bicicletas en dirección al páramo, así que para allá arrancamos.

Don Fernando nos recibió con toda la buena actitud, y nos dio una perspectiva clara del camino: lugares, tiempos, distancias. Su compromiso con el encierro de seis vaquillas para las fiestas del municipio le impedía acompañarnos, pues la subida al páramo era larga y no contaba con el tiempo suficiente. Sin embargo, nos recomendó y nos encomendó con Don Jesús Mendivelso, un gran señor que aún habita más adelantico en la vereda Pueblo Viejo. Era el quinto día y hasta ahí habíamos pedaleado ciento noventa kilómetros. Siendo las doce horas estábamos a 1.600 msnm, y en adelante tendríamos camino de herradura hasta cruzar el Páramo, con suerte pasado mañana y sobre los 4.000 m… así que andiamo ragazzi más bien.

Halar bicicletas cargadas por caminos de caballos es un trabajo fuerte, de las cosas que no se extrañan a la postre; una situación poco estimulante que acaba con la paciencia, y además peligrosa para la bicicleta. Fueron varias lomitas, saltos entre cañadas, lodazales y pasos estrechos, típico del verdadero bosque húmedo tropical. Con las últimas luces del día encontramos la casa de Don Jesús, su esposa Estenia y su hijo Henry, detrás del cultivo de arveja como había sido la indicación de Don Fernando. Mientras caía el sol y compartíamos los primeros guarapos de caña, los zancudos aparecieron y entonces se prendió un humito, la atmósfera se pintó de magia y ese momento quedará grabado en los recuerdos que más atesoraremos en nuestras vidas. Fue el sentimiento de haber encontrado a los hombres buenos que viven en las montañas.

A la mañana siguiente Don Jesús se levantó de muy buenas pulgas y nos acolitó la idea. Construyó con agilidad dos angarillas para acomodar las cargas en los caballos. Luego fueron dos o tres horas de la vida, que no volverán, intentando acomodar las bicicletas sobre el ya impaciente mular. Este camino de herradura es poderoso, antiguo, de escalones rocosos bien tallados pero muy grandes e invadidos por la naturaleza. ¿Cómo serán los de Santa Marta? Es duro y los caballos tienen que tacar arriones para superar algunas secciones. Pasadas las doce ya estábamos sobre los 3.200 metros y esperábamos que eso fuera prenda de estar cerca del campamento. Pero Don Jesús advirtió, tras una evaluación de nuestra pobre condición física, todavía cinco horas más de camino.

El pan con queso y el guarapo que almorzamos empapados junto al altarcito de Las Lajas, nos dejaron con energía y arrancamos al trote por el páramo. Ya queríamos llegar a nuestro refugio de lona y palitroques. Pero la remontada fue larga; el páramo es ancho y en el horizonte solo aparecen montañas y más valles de lagunillas. A las seis de la tarde llegamos a la Laguna del Soldado donde montamos carpa y nos metimos en ropas secas. Con renuencia Don Jesús acepto un pago por sus labores y ayudas y prosiguió hacia Socotá donde realizaría el habitual trueque de arveja por papa “de la buena” como el mismo dice. Esa noche ofrecimos una reconfortante cena italiana con mezcal blanco, brindamos por la felicidad de estar ahí y en la memoria de los miles de caudillos que perecieron en Pisba. Podíamos sentir sus espíritus volando en el espacio.

Cuenta también la historia que Bolívar guareció por varios días en Pueblo Viejo comandando el cruce de ese mundo desconocido de frailejones y mal de altura. Hace poco más de una década en Pueblo Viejo vivían 40 familias y había una escuela que mantenía viviente a este resguardo tan importante para la historia de América del Sur. Hoy son solo once los habitantes del lugar, luego del desplazamiento forzado, la dificultad para sacar productos y el acérrimo olvido de sus jurisdicciones tienen a Pueblo Viejo a punto de desaparecer. ¡Salvemos a Pueblo Viejo!

Al Otro lado del Rio

El paisaje que se divisa desde arriba, mientras por fin cruzamos el páramo, es familiar. Amarillo, árido y soleado: los primeros asomos del Cañón del Río Chicamocha. Empapados, descendemos a toda velocidad buscando el aire caliente y divirtiéndonos con los tramos pavimentados que vamos encontrando, los frenos de disco funcionan de maravilla. A nuestro paso empezamos a ver hombres curtidos en cisco negro, son mineros de carbón. Las provincias de Valderrama y Sugamuxi han sido una cuenca muy representativa de minerales como la caliza, el carbón y el hierro. En Sogamoso se encuentran las principales siderúrgicas del país y en Paipa una de las termoeléctricas de reserva más grandes de Colombia. Belencito, Nobsa, Tasco, Paz de Rio, Socotá, Socha y Gámeza, han construido su economía alrededor de la minería desde hace más de cincuenta años. No en vano, esta zona es conocida y celebrada como la región del “sol y del acero”. Es impactante ver el contraste entre las grandes compañías mineras a cielo abierto con sus modernos tracto-camiones, y las pequeñas cavernas a falda de la montaña donde son visibles las técnicas rudimentarias, informales y peligrosas.

Esa tarde llegamos a Socotá y ocupamos todas las fachadas del gentil hospedaje Gómez con los trastes mojados. Lavamos las bicicletas con manguera, y tras un descuido con la manipulación de las duchas eléctricas dejamos sin corriente a todo el edificio. Dormimos entre pesadillas profundas causadas por el cansancio acumulado de los días, y por el desastroso partido de fútbol que acababa de perder Colombia ante Paraguay en Barranquilla.

Las dos fracciones restantes se avistaban como unos clásicos del MTB maratón; de setenta kilómetros y con 2,000 de desnivel positivo mal contados, por carreteras secas y polvorientas, con cientos de puentes que rebasan los chorros que se descuelgan del complejo de páramos más grande del mundo. Al día siguiente partimos hacia Chita vía Jericó, escalando el divertido Alto del Sancarrón; tres kilómetros al 13% y varias curvas en forma de herradura donde más vale tener equilibrio y concentración mientras las piernas aúllan. De eso puede dar fe el buen Mario, quién ante la prisa de un conductor de buseta se vio envuelto en una caída que le rajaría levemente el mentón. Llegamos a Chita en un júbilo impresionante, las Almas en el altoparlante y la tarde despuntando en un crepúsculo azul brillante mientras se encendían los primeros faroles del alumbrado público. Los huéspedes de la humilde posada donde encontramos lugar halagaban nuestra llegada, y compartimos con ellos algunas anécdotas junto a un mapa del departamento que estaba pegado en la pared. Habíamos coronado el municipio más remoto, ingenuos nos sentíamos triunfadores, era apenas justo y correcto ir por unas refrescantes bebidas de cebada servidas al clima.

Volver a las Nieves

La Sierra Nevada de Cocuy, Güicán y Chita es un fresco del paraíso donde dieciocho picos nevados se rodean de valles, lagunas y agujas de roca arenisca que ascienden hasta los 5.400 metros de altura. Es el balcón que Dios creó para contemplar los Llanos Orientales.

Al tiempo que Vincenzo ganaba Il Lombardía, Moe, Larry y Curly nos alistábamos para la última jornada: la etapa reina del viaje. No habíamos terminado de masticar el desayuno cuando ya nos encontrábamos rotando hacia el Alto del Pelao con sus diecinueve kilómetros al siete por ciento, que coronan a 4.140 metros de altura. Una catedral de la bicicleta todo terreno.

Cuando ya remontábamos los últimos kilómetros del puertazo, desde el otro lado unos diminutos campesinos nos señalaban con gestos de asombro al ver gente voleando pedal por estos lares. Me levanté la gorra en ademán de saludación y en una lenta sincronía todos los aldeanos se quitaron sus sombreros y levantaron la mano. Un abrazo que se quedó en el aire.

Ahí, al frente, las montañas andinas con todo su poder; frías, altas, esquivas entre velos grises de nube, vigiladas por aves y cabritos que se delatan con las piedras que tiran de vez en cuando. Ahí, nosotros tres, saliéndonos con la nuestra, rodando con gran suerte y con las mejores sensaciones. Desde el Pelao nos soltamos a toda velocidad confiados por la cancha ganada tras varios días al volante. Ya en el pueblo del Cocuy solo nos quedaba la última dificultad del recorrido, la cual habíamos subestimado, como si esos veinte kilómetros de pura loma no estuvieran ahí. Cansados, con mucho frío, y en una noche espesa, llegamos a la vereda La Cueva donde vive Don Gilberto Castro y su linda familia, el destino que habíamos pactado para esta empresa.

Como otras veces en el pasado, acampamos en la planada detrás de la cocina y nos sometimos a los cuidados de Doña Briseida, quien nos dio de merendar como si fuéramos sus hijos. Jugamos con los perros y los gaticos recién nacidos, compartimos en familia con Jenny, Arbey y Jorge. Pasamos largos tiempos en la cocina junto al fogón de leña oyendo historias y recordando a los viejos amigos. Nos despedimos entre abrazos y con saludos encomendados para todos, nos despedimos con la felicidad de haber vuelto a aquellos lugares que les da sentido a nuestras vidas, y con la promesa de siempre: la de volver a las nieves.