tierra de las araucarias milenarias
El paisaje de este lado de la Cordillera es muy diferente. La humedad del océano pacífico se acumula en las montañas dando lugar a ecosistemas y paisajes con gran riqueza natural; inmensos bosques de pino y araucarias, ríos, cascadas y aves, muchas aves. Estas tierras son poderosas; Los Mapuches detuvieron la expansión de los Incas y no permitieron a los españoles continuar con su colonización hacia el sur. Los caminos de tierra y senderos al borde de la cordillera avistando volcanes nevados, ha sido de las experiencias más vivas y emocionantes de este viaje. Este post incluye GPX de la ruta.



Nuestra estadía en Santiago se extendió más de lo previsto. Por un lado, las bicicletas necesitaban repuestos y mantenimiento y por otro lado estábamos muy cansados y golpeados luego del cruce de la Cordillera. Aprovechamos la comodidad y el internet de banda ancha de la casa de nuestro amigo Daniel Prado para investigar la mejor línea de viaje hacia el sur, la cual nos llevaría a descubrir hermosos tesoros naturales, senderos de cinco estrellas, y amables comunidades por las regiones del Biobío y la Araucanía chilena.
Chile es un país angosto y alargado, esto implica que no existan muchas vías en sentido norte sur adicionales a la Carretera Panamericana; un monstruo de pavimento que acapara el tráfico de vehículos, sobre todo camiones, que viajan a alta velocidad generando riesgo y ruidos estridentes. Un lugar indeseable para nosotros. Partimos de Santiago evitando la Panamericana, haciendo zigzags por carreteras igualmente asfaltadas. La región metropolitana alberga casi 8 millones de personas con una baja densidad urbana, por lo cual durante los primeros dos días no conseguimos cambiar de paisaje y parecía que estábamos atravesando barrios que se repetían una y otra vez. Aunque los días posteriores el paisaje se hizo más natural, no conseguimos salir del pavimento ni estar cerca de las sensaciones de soledad y aventura que ya le habían dado carácter a nuestro viaje. Nuestras investigaciones indicaban que teníamos que llegar hasta la ciudad de Chillán, a 400 kilómetros al sur de Santiago, para encontrar un camino que por fin nos llevaría a montarnos en la Cordillera, así que tuvimos que templar la cabeza y devorar aburridos kilómetros.


En una de las etapas llegamos al municipio de Linares y mientras preparábamos la comida, una pareja de colombianos que venían viajando en su carro-casa llegaron al campamento. Carlos y María Clara son dos empresarios afincados en República Dominicana que han viajado por todo el mundo en su caravan. A la mañana siguiente nos despertaron con pan de yucas, ¡pan de yucas!, fue mágico como con el primer mordisco viajamos miles de kilómetros y nos sentimos cerca de casa, una bonita melancolía. Carlos y María Clara se despidieron con abrazos, expresándonos todo su admiración y orgullo, y nos repitieron cientos de veces que nos cuidáramos mucho, como unos padres que veían en cada uno de nosotros a sus hijos.

A medida que avanzába el camino, navegábamos sobre los mapas digitales buscando las mejores opciones para ubicar los lugares de dormida. Mientras almorzábamos en el municipio de Parral notamos un símbolo de campamento a unos 20 kilómetros de distancia, muy cerca del sombrío y tétrico poblado de Villa Baviera donde habitan oscuros recuerdos de genocidios cometidos por migrantes alemanes a niños y habitantes de la zona, al parecer con la anuencia del gobierno de Pinochet. Pero mi Dios y la Virgen cuidan a sus borrachitos, mientras nos dirigíamos hacia dicho punto sobre el mapa, encontramos un desvío hacia el Camping San Manuel donde las sensaciones dieron un giro de 180 grados. Este lugar a orillas del rio Perquilauquén hace parte de un extenso terreno propiedad del señor Don Pato y su esposa Lore donde todos los años se celebra el festival de rock independiente más grande de Chile: El festival Woodstaco.
Nuestro arribo coincidió con la víspera del festival y nos topamos con una banda de cabros buena onda que trabajaban a toda máquina alistando el espacio para recibir los tres días de concierto. Toto Gimeno, uno de los lideres de Woodstaco, había realizado un viaje en bicicleta de 4 meses por Europa y de inmediato simpatizó con nuestra causa. Nos invitó a pasar por su colonia, donde alrededor de un toldo, una nevera, un fogón de gas y varias carpas dispersas en el lote, llevaban viviendo más de un mes. Toda la gente nos recibió con gran amabilidad y nos colmaron de piscolas, vinos y cervezas, compartimos una memorable noche al lado del fuego oyendo rock y compartiendo historias del camino. A la mañana siguiente acusamos lesión total de la testa y aprovechando la buena energía del lugar nos quedamos una noche más. Encontrarnos con Woodstaco fue una especie de revelación. Este proyecto nació hace doce años, producto del azar y las buenas voluntades cuando un grupo de amigos invitaron a la banda de rock Los Gatos Negros para que tocaran en la ciudad de Curicó. Los Gatos aceptaron y de manera improvisada acomodaron un escenario en la sala de la casa de alias “Enaco”, y la ciudad vivió una inolvidable noche de rock clandestino. Para el año siguiente el público reclamo otra junta musical y con más tiempo y organización, pero con la misma pasión por el rock, celebraron otro concierto. Este auténtico entusiasmo ha venido crecido hasta llegar a su duodécima edición, con más de 6.000 asistentes y 40 agrupaciones en escena. Nos llevamos de Woodstaco un bonito ejemplo de creer en las cosas que despiertan nuestra curiosidad, de meterle trabajo y constancia a esos impulsos de la imaginación y de darle rienda suelta a los sueños.



Con una nueva dosis de energía retomamos nuestro camino en dirección hacia la montaña. Cruzamos por los pueblos de Pinto y Pemuco logrando burlar la Panamericana y evitando bajar a Chillán, hasta que llegamos al municipio de Polcura. Hasta aquí habíamos rodado unos 700 kilómetros sobre terreno asfaltado, ahora la carretera era nuevamente destapada y empinada; nuestro hábitat preferido.
La ruta que en adelante seguiríamos fue desarrollada con mucho trabajo e investigación a cuestas y no teníamos certeza si era posible realizarla en bicicleta. Por un lado, nuestra línea se traslapaba con el “Greater Patagonia Trail”, un sendero cuya reputación sugiere un gran desafío para caminantes y luego de indagar en foros y comunidades virtuales no conseguíamos respuestas alentadoras. Por otro lado, el señor Iohan Gueorguiev, conocido por sus excursiones extremamente rudas y descomunales empujando bicicletas por el monte, nos había dicho que “era posible pero difícil”, aunque no conocía la totalidad de la línea que estábamos planteando. Finalmente habíamos leído en diferentes páginas que muchos ciclistas que se aventuraban por esta zona habían tenido dificultades con las comunidades indígenas Mapuches y Pehuenches que habitan por estos lugares y que habían detenido su paso, o que al menos habían pasado momentos incomodos. Sin embargo, unos días antes de iniciar la ruta hicimos contacto con el señor Skyler des Roches, quien goza de grandes pergaminos en la cultura del ciclismo de aventura; fue el primero en aventurarse por la Ruta de los Seismiles, es un conocedor de los Andes chilenos tanto en excursiones en bicicleta como de montañismo y es uno de los cerebros detrás de la marca de equipamiento Porcelain Rocket. Skyler nos compartió una ruta que había realizado unos años atrás y nos sorprendimos al notar que se traslapaba con nuestra línea en un 90%. Esta situación nos dio bastante confianza y fue grato darnos cuenta de que nuestro sexto sentido bikepackero se iba afinando, pues nuestra arquitectura mental se empezaba a asemejar a la de los duros.
Luego de 17 kilómetros en ascenso coronamos la Laguna del Laja que se esparce por las faldas del imponente Volcán Antuco. Rodeamos la laguna hasta llegar al refugio militar Mariscal Alcázar donde una vez más fuimos bienvenidos. Los soldados nos ofrecieron un buffet de sopaipillas, tortillas trigo infladas, y pebre, aderezo de tomate y cebolla picante. Este ligero platillo es tradicional del país austral y es muy fácil volverse adicto a esta sazón. El volcán Antuco y las Fuerzas Militares comparten una lánguida historia conocida como La Tragedia de Antuco: en mayo del año 2005 tras las órdenes desatinadas de cuatro oficiales del ejército, un regimiento que prestaba el servicio militar fue obligado a marchar por las laderas del volcán durante una nevada donde las temperaturas llegaron a los 30 grados bajo cero causando la muerte por hipotermia a 45 jóvenes.



La carretera que veníamos siguiendo continúa hacia Argentina por el paso fronterizo de Pichachen, pero nuestro derrotero se desviaba hacia el sur por senderos paralelos a la línea divisoria. De inmediato empezamos a encontrar caminos delgados que se colaban por entre el bosque con algunas secciones de “hike a bike”, troncos caídos y deslizamientos de tierra. Luego de un descenso técnico con muchas curvas en herradura arribamos a la comunidad de Trapa Trapa, en el camino Sergio perdió el equilibrio y se rodó por una de las laderas sufriendo varias raspaduras y golpes. La situación ameritaba un día de descanso, pero Sergio no se hizo con ningún padecimiento ni excusa y estuvo firme para tomar partida el día siguiente. La ruta continuaba desenvolviéndose de manera positiva, las secciones pedaleables eran largas y cómodas, poco a poco empezaban a aparecer cruces de rio cada vez más grandes, pero con poca profundidad y sin corrientes temerosas. El 12 de febrero acampamos en un bonito valle rodeado de bosques y montañas y levantamos una fogata para celebrar el cumpleaños número 31 de Mario.
A la mañana siguiente tuvimos que apelar nuevamente a la paciencia y a la calma de otras secciones del viaje, pues en frente de nosotros se levantaba una loma de 3 kilómetros muy angosta con piedras grandes y arbustos espinosos donde tuvimos que empujar las bicicletas durante 4 horas. El esfuerzo fue bien recompensado y una vez en la cima, rodamos por senderos de tierra avistando volcanes nevados y los primeros bosques de Araucarias. Ese día llegamos a la Laguna El Barco, donde casi no cabía una carpa más y tuvimos que tender nuestro campamento en la orilla del lago exponiéndonos un poco al viento, aunque esto no impidió encender fuego y pasar momentos agradables.

El camino siguió por carreteras de tierra con muy poco tráfico de vehículos. Llegamos al municipio de Lonquimay donde se celebraba la fiesta del chivo; una muestra gastronómica rodeada de conciertos y carreras de caballos. El camping municipal a orillas de un lago resultaba cómodo para tomarnos un buen descanso. Al día siguiente empezamos a encontrarnos con espesos bosques de Araucarias, arboles pertenecientes al género de las coníferas que son consideradas “fósiles vivientes”, es decir que no han experimentado evolución molecular ni cambios en su forma desde tiempos muy distantes, de ahí que se les acuñe el termino Araucarias Milenarias. Sus semillas, conocidas como piñones, son una fuente de alimento rico en proteínas. En lengua Mapuche los árboles de Araucaria se denominan Pehuén.
A lo largo de este camino empezaban a aparecer con mayor frecuencia banderas Mapuche, acompañados con consignas abogando por la existencia y reconocimiento de su pueblo, escritas en castellano y en su lengua; el Mapudungun. Las etnias indígenas de esa región; los Mapuches, Tehuelches y Pehuenches no pudieron ser derrotados por los Incas durante épocas precolombinas ni ser conquistados por los españoles. De ahí que su fama de tenaces guerreros con recio carácter trasciende fronteras y generaciones. Estos pueblos han sido expugnados de sus tierras y explotados por grandes compañías madereras, y como ha sucedido en los países neoliberales de América, olvidados por sus gobiernos.
En algún momento de la ruta nos encontramos con un cerco sobre la carretera junto a un campamento Mapuche. Uno de los hombres se asomó y nos hizo un gesto para que prosiguiéramos. Nos invitaron a pasar a su refugio, nos brindaron chocolate caliente con galletas y compartimos una agradable charla. Este encuentro, sumado a otros durante los días anteriores, desvanecieron cualquier duda sobre el carácter de estas personas; siempre fueron amables, se dirigieron a nosotros con una sonrisa y fueron gentiles al indicarnos el camino. La gente dice muchas cosas, pero lo único que es cierto es que la decencia no pelea con nadie y mientras tengamos intenciones limpias y respeto, las cosas no tienen por qué salir mal. Esa tarde llegamos a Melipeuco donde fuimos a cenar a un restaurante de categoría especial ya que Sergio celebraba su trigésima cuarta vuelta al sol.







Durante los días siguientes atravesamos parte de los parques nacionales Conguillío y Villa Rica, rodeando gigantes volcanes como el Sollipulli y el Villa Rica a través de senderos solitarios cortados por incontables ríos y bosques de exuberante riqueza natural. Llegamos al poblado de Coñaripe, una de las cabeceras turísticas de la zona, y el Lago Calafquen nos recordó a las playas de Santa Marta o Cartagena durante la temporada alta. En una última jornada de 60 kilómetros llegamos al Lago Pirihueico donde abordamos un ferry que nos conduciría nuevamente a la Argentina. Nunca pensamos que la sensación de atravesar este lago a bordo del planchón fuera tan emocionante; sentir el viento frio en la cara y contemplar un paisaje tan hermoso mientras el sol despuntaba detrás de las montañas pone a volar la imaginación y sosiega el espíritu.
Mientras compartíamos unos vinos, camuflados en las botellas de acero inoxidable Klean Kanteen, sobre la cubierta del ferry, nos dábamos cuenta de que una vez más nos habíamos salido con la nuestra. Teníamos muchas expectativas de esta parte de la cordillera; los volcanes, las araucarias, los pueblos mapuches… y las habíamos satisfecho con creces. Nunca en la vida nos habíamos sentido tan inmersos en la naturaleza. En el camino nos encontramos con muchas personas amables que nos ayudaron y dejamos bonitas amistades que esperamos visitar en el futuro. Gracias Chile, un pedazo de nuestro corazón se ha quedado en esta tierra.



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